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Authors: Eliyahu M. Goldratt

Tags: #Descripción empresarial

La meta (12 page)

BOOK: La meta
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Intervengo.

—No necesitas tocar el producto con la mano para convertir el inventario en ingresos. Bob, todos los días, tú mismo estás ayudando a transformar el inventario en ingresos. A los hombres de la planta, probablemente les parecerá que lo único que haces es pasearte de arriba abajo para complicarles la vida.

—Sí, eso es verdad, nadie reconoce mi trabajo. Pero todavía no me habéis dicho cómo encaja el chófer.

—Bueno, a lo mejor, el chófer permite a Granby tener más tiempo para pensar y tratar con los clientes mientras viaja de un lado a otro —sugiero.

—¿Por qué no se lo preguntas a él mismo la próxima vez que comáis juntos? —señala Stacey.

—Pues no creas que va a pasar tanto tiempo —añado—. Esta mañana he sabido que Granby puede aparecer por aquí para rodar un vídeo sobre robots.

—¿Va a venir Granby? —pregunta Bob.

—Si viene Granby, seguro que aparecerán detrás Bill Peach y los otros —añade Stacey.

—Pues sí, lo que nos faltaba —refunfuña Bob. Stacey se dirige a Bob:

—¿Ves ahora por qué Ai está tan interesado en la cuestión de los robots? Tenemos que quedar bien cuando venga Granby.

—Ya estamos quedando bien —asegura Lou—. Esas máquinas tienen un rendimiento bastante aceptable. Granby no se sentirá avergonzado de salir junto a los robots.

—¡Maldita sea! —me exalto—. Me importa un bledo lo de Granby y su vídeo. Incluso podría apostaros que no se va a rodar aquí ese vídeo nunca, Pero eso es aparte. El problema es que todos hemos creído, incluyéndome a mí, hasta hace unos momentos, que los robots han aumentado de forma importante nuestra productividad. Y acabamos de descubrir que no son productivos con vistas a nuestra meta. En realidad, son
antiproductivos
, según los hemos venido usando hasta ahora.

Todos callan, hasta que Stacey se atreve a decir:

—¿Así que, de alguna manera, debemos hacerlos productivos en función de nuestra meta?

—Tenemos que hacer más que eso —me vuelvo hacia Stacey y Bob—. Atended. Ya se lo he dicho a Lou y creo que también os lo voy a decir a vosotros. Total, lo vais a saber antes o después…

—¿Saber qué?

—Nos han dado un ultimátum. Tenemos tres meses de plazo para cambiar o nos cierran la fábrica para siempre.

Los dos se quedan de piedra. Una vez superada la sorpresa, empiezan a acribillarme a preguntas. En pocos minutos les pongo al corriente de lo que sé, salvo lo referente a la división. Tampoco quiero que cunda el pánico.

—Sé que no es mucho tiempo, pero hasta que no me den la patada, no me voy a rendir. Si vosotros queréis libraros de lo que se avecina, ahora es el mejor momento, porque en los próximos tres meses voy a pediros todo lo que déis de sí. Si podemos mostrar algún progreso en este tiempo voy a intentar conseguir que Peach nos dé una moratoria.

—¿Crees de verdad que se puede hacer algo? —pregunta Lou.

—No lo sé, sinceramente, pero por lo menos, ahora sabemos que hay algo que estamos haciendo mal.

—¿Qué más podemos hacer? —pregunta Bob.

—Podríamos dejar de alimentar los robots con material, y reducir así nuestro inventario —sugiere Stacey.

—Un momento —interrumpe Bob—, de acuerdo en lo de reducir inventario, pero no a costa de bajar los rendimientos. Estaremos donde estábamos.

—Peach no nos va a dar otra oportunidad si todo lo que le mostramos es una reducción de rendimientos. Lo que él quiere es justamente todo lo contrario —dice Lou.

Me paso la mano por la cabeza, despacio.

—Deberíamos llamar de nuevo a ese Jonah —sugiere Stacey.

—Sí. Por lo menos sabríamos su opinión respecto a todo esto.

—Bueno, hablé con él la noche pasada. Entonces fue cuando me dijo todo lo que os he contado. Suponía que iba a llamarme esta mañana.

Veo sus caras consternadas.

—Bueno, voy a llamarle de nuevo. —Busco en el portafolios el número de Londres.

Consigo hablar con su secretaria.

—Ah, ¿es usted, señor Rogo? Jonah intentó hablar con usted antes de salir de Londres, pero su secretaria le dijo que estaba en una reunión. Me temo que no le va a poder localizar.

—¿A dónde ha ido?

—Cogió el
Concorde
a Nueva York. A lo mejor le encuentra en el hotel.

Apunto el nombre del hotel y el número de teléfono. Quiero, al menos, dejarle un mensaje para cuando llegue. La centralita me pone con su habitación.

¿Süi? —me contesta una voz adormilada.

—¿Jonah? Soy Alex. ¿Le he despertado?

—Pues… sí, ya lo ves. —Los vapores del sueño parece que le hacen olvidar formalismos, porque me está tuteando. Aprovecho la ocasión para hacer lo mismo.

—Oye, lo siento. Intentaré no despabilarte mucho. Necesito hablar más tranquilamente lo que discutimos anoche.

—¿Anoche? Claro, para ti fue la noche pasada.

—¿Podríamos arreglarlo para que te trasladases a la fábrica y te entrevistaras con mi equipo y conmigo?

—El problema está en que tengo comprometidas las tres próximas semanas y luego me vuelvo a Israel.

—Comprende que no puedo perder tanto tiempo. He asimilado lo que hablamos, pero necesito dar el siguiente paso.

—Alex, me encantaría ayudarte, pero también necesito dormir. Estoy agotado… Bueno —dice tras una pausa—, puedo proponerte algo. ¿Por qué no vienes mañana a las siete a mi hotel y desayunamos juntos?

—¿Mañana?

—Eso es…, tendríamos una hora para hablar.

—De acuerdo, allí estaré.

—Estupendo —dice Jonah con alivio—. Hasta entonces, buenas noches.

Al regresar a mi despacho, Fran levanta la vista sorprendida. —¿Ah, pero está usted aquí? Le llamó… —Tengo una tarea para usted. Olvídese de lo demás y búsqueme la forma de ir a Nueva York esta noche.

11

Julie no lo entiende.

—Gracias por avisarme a tiempo —dice.

—Si lo hubiera sabido antes, te lo habría dicho.

—Últimamente, todo resulta inesperado contigo.

—¿No te cuento, siempre que puedo, los viajes que tengo previstos?

Se pasea nerviosa, cerca de la puerta del dormitorio. Tengo abierta sobre la cama una bolsa de viaje. Estoy metiendo en ella mis cosas. Estamos solos. Los niños están en casa de unos amigos.

—¿Cuándo se va a acabar esto? Dejo a medio sacar la ropa del cajón. Empiezo a sentirme enfadado con tanta pregunta que, por otra parte, creía haber aclarado hace cinco minutos. ¿Cómo es posible que no lo entienda?

—Pues mira, no lo sé, Julie. Tengo un montón de problemas encima.

Otro paseo nervioso. Está intranquila. De repente, caigo en que a lo mejor desconfía de mí.

—Mira, te llamaré en cuanto llegue a Nueva York, ¿de acuerdo?

Se vuelve, como para salir de la habitación.

—Llama, sí. ¡Pero puede que no me encuentres!

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que puede que haya salido a algún sitio.

—Bueno, sospecho que tendré que tratar de localizarte.

—Desde luego que sí —y sale furiosa de la habitación.

Cojo una camisa limpia de recambio y cierro el cajón de golpe. Cuando termino de hacer el equipaje, voy a buscarla. Está en el salón, junto a la ventana, mordiéndose la yema del dedo. Le cojo la mano y beso su dedo. Intento abrazarla, a la vez que murmuro algunas explicaciones. Ella mueve la cabeza y se aparta. Va hacia la cocina, la sigo. Está de espaldas a mí cuando dice:

—Toda tu vida es para el trabajo. Te absorbe tanto que ni siquiera te veo a la hora de cenar. Los niños me preguntan por qué eres así.

Una lágrima empieza a rodar por una de sus mejillas. Intento limpiársela con la mano, pero me la retira.

—¡No!, coge tu avión y lárgate a donde quieras.

—¡Julie!

Mientras se va, le grito que no es justo. Ella se vuelve furiosa.

—¡Eso es! ¡No es justo lo que nos estás haciendo a mí y a tus hijos!

Sube al piso de arriba sin mirar atrás. Ni siquiera tengo tiempo de arreglarlo. Se me hace tarde. Recojo la bolsa y camino hacia la puerta.

Son las siete y diez de la mañana siguiente. Espero a Jonah en la recepción del hotel. Se ha retrasado unos minutos, pero no es eso lo que me preocupa. Pienso en Julie, en nuestra situación. Anoche, cuando llegué, la llamé desde el hotel. No contestó nadie. Ni siquiera los niños. Estuve paseando por la habitación media hora y volví a telefonear. También sin resultado. Hasta las dos de la madrugada llamé cada cinco minutos y no había nadie en casa. Llegó un momento en que pregunté a la compañía de aviación si había billetes de vuelta. A esas horas no había ni un solo vuelo hacia casa. Por fin, me dormí. La telefonista me despertó a las seis. Volví a llamar dos veces, antes de salir de la habitación. La segunda, dejé sonar el teléfono durante cinco minutos. No contestó nadie.

—¡Alex!

Me vuelvo. Jonah se dirige hacia mí. Lleva una camisa blanca y pantalones deportivos, sín chaqueta, ni corbata.

—Buenos días —le digo, mientras nos damos la mano. Tiene los ojos hinchados, como de no haber dormido suficiente. Seguramente los míos tienen el mismo aspecto.

—Perdón por el retraso. Estuve cenando con unos socios y surgió una discusión que se prolongó más de lo previsto. Vamos a coger una mesa.

Entramos en el restaurante, donde el
maître
nos conduce hasta Una mesa cubierta con un mantel blanco de hilo.

—¿Qué tal te fue con los parámetros que te di por teléfono?

Centro mi atención de nuevo en el trabajo y le cuento cómo formulé la meta con sus parámetros. Parece gustarle.

—¡Excelente! Lo has hecho muy bien.

—Gracias, pero me temo que necesito algo más que una meta y unos parámetros para salvar mi fábrica.

—¿Salvarla?

—Sí, por eso estoy aquí, quiero decir que no te llamé para filosofar.

Sonríe.

—Me figuro que no sigues mi pista por puro amor a la verdad. Bueno, Alex, cuéntame lo que sucede.

—Todo esto es confidencial —puntualizo.

Le explico la situación en que se encuentra la fábrica y los tres meses de plazo que tengo. Jonah escucha con atención. Cuando termino, se reclina hacia atrás.

—¿Qué esperas de mí?

—No sé si habrá alguna solución, pero quiero que me ayudes a buscarla.

Se queda pensativo.

—Mi problema es que estoy completamente comprometido. Por eso nos hemos tenido que citar a una hora tan intempestiva, por cierto. No puedo ocuparme de tu asunto como lo haría un consultor, sencillamente porque tengo todo mi tiempo ocupado.

Suspiro, decepcionado.

—Bueno, si no puedes…

—Espera, que no he terminado de hablar. Eso no quiere decir que no puedas salvar tu fábrica. De lo que no tengo tiempo es de resolver tus problemas yo mismo…

—Entonces…

—Deja que termine, hombre… Por lo que me has contado, deduzco que tú mismo puedes hacerlo. Te voy a dar unas cuantas reglas básicas para que las apliques. Si tú y tu equipo lo sabéis hacer, creo que saldréis a flote. ¿Te parece bien?

—Pero, sabes que sólo tenemos tres meses. Asiente, impaciente.

—Ya lo sé; tienes tiempo más que suficiente para empezar a obtener algunas mejoras…, si te esfuerzas, claro. Si no te esfuerzas, cualquier cosa que te diga va a resultar inútil, desde luego.

—Con eso puedes contar.

—Entonces…, ¿lo intentamos?

—No tengo nada que perder… —Sonrío—. Creo que debería preguntarte lo que me va a costar. ¿Tienes una tarifa o algo parecido?

—Pues no. Pero te propongo un trato. Págame según valores lo que aprendas de mí.

—Pero, ¿cómo voy a saber lo que es?

—Tendrás una idea aproximada cuando terminemos. Si tu fábrica se viene abajo, es obvio que el valor de lo que hayas aprendido no habrá sido mucho. No me deberás nada. Pero, si aprendes suficiente como para ganar millones, entonces deberás pagarme en proporción.

Me río.

—De acuerdo. Me parece bien.

Sellamos el trato con un apretón de manos, por encima de la mesa.

El camarero nos interrumpe para preguntar si vamos a pedir algo. Ninguno de los dos hemos abierto tan siquiera la carta, pero ambos queremos café. Se nos informa que hay una consumición mínima de cinco dólares por sentarse en el comedor. Jonah pide al camarero que nos traiga un par de cafeteras y una jarra de leche, para servirnos nosotros mismos.

El camarero nos lanza una mirada emponzoñada y desaparece.

—Y ahora…, ¿por dónde empezamos?

—Creo que podríamos centrarnos primero en el tema de los robots.

Jonah desaprueba con la cabeza.

—Alex, olvídate por ahora de los robots. Son como juguetes que se acaban de descubrir. Hay cosas mucho más importantes.

—Pero estás pasando por alto lo importante que son para nosotros. Es el equipo más caro que tenemos y hay que mantenerlo productivo como sea.

¿Productivo, con respecto a qué?

Muy bien, de acuerdo, productivo con respecto a la meta. Pero necesito un alto rendimiento para que se amorticen y sólo lo consigo si fabrican piezas continuamente. Jonah desaprueba otra vez con la cabeza.

Alex, me dijiste, en nuestro primer encuentro, que tu fábrica tiene en general unos rendimientos altos. Entonces, ¿por qué está en dificultades?

Saca un puro de un bolsillo de su camisa.

—De acuerdo, pero mira, tengo que vigilar los rendimientos de la fábrica, aunque sólo sea porque el equipo de dirección se preocupa de ello.

—Y… ¿qué es lo que más te preocupa, Alex, el equipo de dirección, los rendimientos o el dinero?

—El dinero, por supuesto. Pero ¿no es esencial para ganar dinero tener altos rendimientos?

—La mayoría de las veces, la persecución de altos rendimientos te aleja de tu meta.

—No te comprendo. Y, aunque lo entendiera, mis jefes no creo que estuvieran de acuerdo.

Jonah enciende el puro y continúa hablando, entre calada y calada.

—Bueno, pues a ver si me entiendes ahora: dime, si uno de tus trabajadores está mano sobre mano… ¿eso qué es, bueno o malo para la compañía?

—Malo, por supuesto.

—¿Siempre es malo?

Me da que es una pregunta con trampa.

—Esto… tenemos que hacer un mantenimiento…

—No, no, no. Nos estamos refiriendo a un trabajador del departamento de producción que está parado porque no tiene material con el que trabajar.

—Sí. Eso siempre es malo.

—¿Por qué?

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