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Authors: Jared Diamond

Tags: #Divulgación Científica, Sexualidad

¿Por qué es divertido el sexo? (5 page)

BOOK: ¿Por qué es divertido el sexo?
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El factor que queda es la confianza en 1a paternidad o maternidad. Si vas a invertir tiempo, esfuerzo y nutrientes en hacer crecer un óvulo fertilizado o embrión, más vale que antes estés absolutamente seguro de que se trata de tu propia descendencia. Si resulta ser la de cualquier otro, has perdido la carrera evolutiva. Te habrás eliminado a ti mismo para transmitir los genes de un rival.

Nunca se hace presente la duda sobre la maternidad en las mujeres y otras hembras animales que practican la fertilización interna. Dentro del cuerpo de la madre, que contiene sus óvulos, se halla el esperma del macho. Tiempo después, de su cuerpo sale una cría. Dentro de ella no hay forma de que tal cría pudiera haber sido cambiada por la de otra madre. Cuidar de esa cría es una apuesta evolutiva segura para la madre.

Pero los machos de los mamíferos y otros animales con fertilización interna carecen de una confianza comparable en cuanto a su paternidad. Es cierto que el macho sabe que su esperma fue introducido dentro del cuerpo de una hembra y que poco después sale una cría del cuerpo de la hembra. ¿Cómo sabe el macho si la hembra copuló con otros machos mientras él no prestaba atención? ¿Cómo sabe si fue su esperma o fue el de otro macho el que fertilizó el óvulo? Enfrentados a esta inevitable incertidumbre, la conclusión evolutiva a la que llegan la mayoría de los mamíferos macho es largarse del asunto inmediatamente después de la cópula, buscando más hembras para fertilizarlas y dejarlas a su vez para que críen su descendencia; ello, con la esperanza de que una o más de las hembras con las que ha copulado hayan quedado realmente embarazadas de él y de que tendrán éxito en criar su prole sin ayuda. El cuidado parental de los machos sería, así, una mala apuesta evolutiva.

Aun así, sabemos por nuestra propia experiencia que algunas especies constituyen excepciones a esa regla general de la deserción poscopulatoria del macho. Las excepciones son de tres tipos. Un tipo es el de aquellas especies cuyos óvulos son fertilizados externamente. La hembra expulsa sus huevos todavía no fertilizados; el macho, que ronda cerca o está ya sujetando a la hembra, extiende su esperma sobre los huevos e inmediatamente los recoge, antes de que cualquier otro macho tenga la oportunidad de embrollar el asunto con su esperma; y procede así a cuidar de ellos, completamente seguro de su paternidad. Esta es la lógica evolutiva que programa a algunos machos de pez y rana para interpretar el papel de único progenitor después de la fertilización. Por ejemplo, el macho de sapo partero guarda los huevos enrollándolos en sus patas traseras; el macho de rana de vidrio se queda vigilando los huevos en la vegetación sobre un arroyo dentro del cual los renacuajos incubados puedan caer; y el macho de pez espinoso construye un nido en el que proteger los huevos de los depredadores.

Un segundo tipo de excepción al patrón predominante de deserción poscopulatoria del macho tiene relación con un llamativo fenómeno dotado de una larga denominación: poliandria de papel sexual inverso. Tal como da a entender la denominación, este comportamiento es el contrario de los habituales sistemas de cría poligínicos en los que los grandes machos compiten fieramente unos con otros para adquirir un harén de hembras. En vez de esto, grandes hembras compiten fieramente con el fin de adquirir un harén de machos más pequeños; para cada uno de los cuales la hembra pone en su momento un grupo de huevos; luego, cada uno de ellos procede a hacer la mayor parte o todo el trabajo de incubación de los huevos y cría de la prole. Las más conocidas de estas hembras sultanas son las aves costeras llamadas jacanas, las hembras de los andarríos manchados y las de los falaropos tricolores. Por ejemplo, bandadas de hasta diez hembras de falaropo pueden perseguir a un macho a lo largo, de varios kilómetros. La hembra victoriosa se queda entonces vigilando su premio para asegurarse de que sólo ella consigue mantener relaciones sexuales con él convirtiéndolo así en uno de los machos que crían sus polluelos.

Claramente, la poliandria de papel sexual inverso representa para la hembra con éxito el cumplimiento de un sueño evolutivo. Gana la batalla de los sexos mediante la transmisión de sus genes a muchas más nidadas de pollos de las que ella podría criar; sola o con la ayuda de un macho. Puede utilizar su potencial completo de ponedora; limitado sólo por su capacidad para vencer a otras hembras en la búsqueda de machos que están deseando asumir el cuidado parental. Pero ¿cómo evolucionó esta estrategia?, ¿por qué los machos de algunas aves costeras terminan aparentemente vencidos en la batalla de los sexos, como comaridos poliándricos, cuando los machos de casi todo el resto de las especies de aves evitaron ese destino o incluso lo revirtieron para convertirse en poligínicos?

La explicación depende de la inusual biología reproductiva de las aves costeras. Sólo ponen cuatro huevos por vez y los jóvenes son precoces, lo que significa que nacen ya cubiertos de plumón, con los ojos abiertos y capaces de correr y encontrar alimento por sí mismos. El progenitor no tiene que alimentar a los polluelos sino tan sólo protegerlos y mantenerlos calientes. Esto es algo que un solo progenitor puede manejar, mientras que para alimentar a las crías de la mayoría de las otras especies de aves se necesitan dos progenitores.

Pero un polluelo que puede correr tan pronto como sale del cascarón ha experimentado más desarrollo dentro del huevo que el habitual polluelo indefenso. Esto requiere un huevo excepcionalmente grande. (Si se echa un vistazo a los huevos típicamente pequeños de las palomas, que producen los polluelos indefensos habituales, se entenderá por qué los granjeros avícolas prefieren criar gallinas con huevos grandes y polluelos precoces.) En los andarríos, cada huevo pesa exactamente' un quinto del peso de su madre; la nidada completa de cuatro huevos pesa un asombroso 80 por 100 de su peso. Aunque las hembras de aves costeras monógamas hayan evolucionado para ser ligeramente más grandes que sus parejas, el esfuerzo de producir esos enormes huevos es aun así agotador. Ese esfuerzo maternal le da al macho una ventaja tanto a corto como a largo plazo, si se hace cargo de la responsabilidad no demasiado onerosa de criar él solo a los polluelos precoces, dejando así a su compañera libre para recuperarse de nuevo.

La ventaja a corto plazo reside en que su compañera se hace de esta manera capaz de producir rápidamente otra nidada de pollos para él, en caso de que la primera fuera destruida por un depredador. Esta es una gran ventaja, ya que las aves costeras anidan sobre el suelo y sufren horrendas pérdidas de huevos y polluelos. Por ejemplo, en 1975 un único visón destruyó todos y cada uno de los nidos de una población de andarríos que el ornitólogo Lewis Oring estaba estudiando en Minnesota. Un estudio sobre jacanas en Panamá determinó que cuarenta y cuatro de cincuenta y dos nidadas habían fracasado.

Compartir su pareja podría también proporcionar al macho una ventaja a largo plazo. Si ella no resulta agotada en una estación de cría es más probable que sobreviva hasta la siguiente estación, en la que él podría emparejarse de nuevo con ella, Al igual que las parejas humanas, las parejas de aves experimentadas que han conseguido una relación armoniosa tienen más éxito en la cría de los jóvenes que las aves recién apareadas.

Pero la generosidad como anticipo de un pago posterior supone un riesgo, tanto para las aves costeras como para los humanos. Una vez que el macho asume la responsabilidad parental única, deja a su compañera el camino despejado para que utilice su tiempo libre como le apetezca. Quizá ella escoja corresponder y permanecer disponible para su compañero, ante la posibilidad de que la primera nidada sea destruida y él necesite una segunda para reemplazarla. Pero podría también optar por el cuidado de sus propios intereses, buscando inmediatamente algún otro macho dispuesto a recibir su segunda nidada. Si su primera nidada sobrevive y continúa manteniendo ocupada a su antigua pareja, su estrategia poliándrica habría doblado así su rendimiento genético.

Naturalmente, otras hembras tendrán la misma idea y todas se encontrarán en competencia por una provisión cada vez más limitada de machos. A medida que avanza la temporada de cría, la mayoría de los machos están ocupados con su primera nidada y son incapaces de aceptar mayores responsabilidades parentales. Aun cuando el número de machos y hembras adultos sea igual, la proporción de hembras sexualmente disponibles para los machos aumenta hasta una cifra tan elevada como siete por uno entre los andarríos manchados y los falaropos tricolores cuando están criando. Estas crueles cifras son las que impulsan todavía más hacia el extremo el papel sexual inverso. Aunque las hembras ya tenían que ser ligeramente más grandes que los machos para poder producir huevos mayores, han evolucionado hasta hacerse más grandes todavía para poder ganar en lucha contra otras hembras. La hembra reduce aún más su propia contribución al cuidado parental, incrementando en todo caso su cortejo del macho.

Así pues, los rasgos distintivos de la biología de las aves costeras —especialmente sus crías precoces, sus nidadas reducidas aunque de huevos grandes, sus hábitos de anidación sobre el suelo y sus severas pérdidas por depredación— las predisponen al cuidado monoparental masculino y a la emancipación y deserción femeninas. Hay que reconocer que las hembras de la mayoría de las especies de aves costeras no pueden explotar las oportunidades de la poliandria. Esto se cumple, por ejemplo, en la mayoría de los andarríos del alto Ártico, donde una corta temporada de cría no deja tiempo para sacar adelante una segunda nidada. Sólo entre una minoría de especies, tales como las jacanas tropicales y las poblaciones meridionales de andarríos manchados, la poliandria es frecuente o rutinaria. Aunque aparentemente alejada de la sexualidad humana, la sexualidad de las aves costeras es instructiva porque ilustra el principal mensaje de este libro: la sexualidad de una especie es moldeada por otros aspectos de la biología de la especie. Es más fácil para nosotros llegar a esta conclusión con referencia a las aves costeras, sobre las que no aplicamos reglas morales, que con referencia a nosotros mismos.

El último tipo de excepción al patrón predominante de la deserción del macho aparece en especies en las que, como en la nuestra, la fertilización es interna pero resulta difícil o imposible para un solo progenitor criar a los jóvenes sin ayuda. Un segundo progenitor puede ser necesario a efectos de conseguir alimento para el coprogenitor o para las crías, atender a éstas mientras el coprogenitor ha salido en busca de alimento; o bien defender un territorio o enseñar a los jóvenes. En tales especies la hembra sola no sería capaz de alimentar y defender a las crías sin la ayuda del macho. Abandonar a una madre fertilizada para perseguir a otras hembras no proporcionaría ningún beneficio evolutivo a un macho si como consecuencia de ello su prole muriera de desnutrición. De esta manera, el interés propio forzaría al macho a permanecer con su hembra fertilizada, y viceversa.

Tal es el caso de la mayoría de las aves más comunes de América del Norte y Europa: machos y hembras son monógamos y comparten el cuidado de los jóvenes. Es también relativamente cierto para los humanos; como sabemos tan bien. La paternidad o maternidad única humana es bastante difícil, incluso en estos días de compra en los supermercados o de niñeras de alquiler. En los antiguos tiempos de cazadores-recolectores, un niño huérfano debido a la muerte del padre o de la madre se enfrentaba a posibilidades reducidas de supervivencia. Tanto al padre como a la madre, deseosos de transmitir genes, les interesa cuidar del niño; de ahí que la mayoría de los hombres hayan proporcionado alimento; protección o albergue a sus esposas e hijos. El resultado es nuestro sistema social humano de parejas casadas oficialmente monógamas, u, ocasionalmente, de harenes de mujeres comprometidas con un hombre acomodado. Esencialmente se pueden aplicar las mismas consideraciones a los gorilas, los gibones y el resto minoritario de mamíferos que practican el cuidado parental masculino.

Aun así, esta familiar disposición hacia la coparentela no acaba con la batalla de los sexos. No disuelve necesariamente la tensión entre los intereses del padre y de la madre, que surge de sus desiguales inversiones antes del nacimiento. Incluso entre aquellas especies de mamíferos y aves que proporcionan cuidado paternal, los machos intentan comprobar cuál es el mínimo de cuidado tras el que pueden escaquearse en tanto la prole siga sobreviviendo, principalmente gracias a los esfuerzos de la madre. Los machos intentan asimismo embarazar a las compañeras de otros machos, dejando al desafortunado y traicionado macho cuidando inconscientemente de la prole del incitador al adulterio. Los machos se vuelven justificadamente paranoicos en cuanto al comportamiento de sus compañeras.

Ejemplo intensivamente estudiado y bastante típico de esas tensiones internas en la coparentela es el de una de las especies de aves europeas conocida como papamoscas cerrojillo. La mayoría de los machos de papamoscas son oficialmente monógamos, pero muchos tratan de ser poligínicos y bastantes tienen éxito. Una vez más, es instructivo dedicar unas cuantas páginas de este libro sobre sexualidad humana a otro ejemplo que se refiere a aves, porque (como veremos) el comportamiento de algunas de ellas es sorprendentemente similar al de los humanos (pero no despierta la misma indignación moral en nosotros).

La poliginia entre los papamoscas funciona del siguiente modo. En primavera, un macho encuentra un buen agujero para el nido, mantiene vigilado su territorio alrededor de él, corteja a una hembra y copula con ella. Cuando esta hembra (a la que llamaremos hembra primaria) pone su primer huevo, el macho se siente seguro de que él la ha fertilizado, de que ella estará ocupada incubando sus huevos y de que no estará interesada en otros machos puesto que de todas formas es temporalmente estéril. Así que el macho encuentra cerca otro agujero, corteja a otra hembra (denominada hembra secundaria) y copula con ella.

Cuando esta hembra secundaria comienza a poner, el macho se siente seguro de que también ha sido fertilizada por él. Por la misma época, los huevos de su hembra primaria están comenzando a eclosionar. El macho vuelve con ella, dedica la mayor parte de su energía a alimentar a sus polluelos y dedica menos o ninguna energía a alimentar a los polluelos de la hembra secundaria. Las cifras cuentan una cruel historia: el macho hace una media de catorce entregas de alimento por hora al nido de la hembra primaria, pero sólo de siete entregas por hora al nido de la hembra secundaria. Si hay suficientes agujeros para nidos disponibles, la mayoría de los machos emparejados intentan adquirir una hembra secundaria, y más del 39 por 100 lo consiguen.

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