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Authors: Jared Diamond

Tags: #Divulgación Científica, Sexualidad

¿Por qué es divertido el sexo? (9 page)

BOOK: ¿Por qué es divertido el sexo?
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Para entender el porqué, necesitamos cambiar el razonamiento fisiológico que hemos estado utilizando a lo largo de este capítulo por el razonamiento evolutivo que estábamos empleando en el capítulo 2. Recordemos en particular cómo la batalla evolutiva de los sexos ha dado como resultado, en casi el 90 por 100 de todas las especies de mamíferos, cuidado parental proporcionado sólo por la madre. Para las especies en las que la prole sobrevivirá con cuidado paternal cero, es obvio que jamás se plantee la cuestión de la lactancia masculina. Los machos de estas especies no sólo no necesitan dar de mamar; no tienen además que traer comida, defender un territorio familiar, defender o enseñar a su prole o hacer ninguna otra cosa por ella. Los intereses genéticos brutos del macho están mejor servidos mediante la persecución de otras hembras que fertilizar. Un macho noble que llevara una mutación para amamantar a sus crías (o para cuidar de ellas de cualquier otra forma) sería rápidamente dejado en la cuneta por los machos normales egoístas que se escaquearían de la lactancia, y, por lo tanto, resultarían capaces de ser padres de más prole.

La cuestión dé la producción de leche masculina sólo merece consideración para ese 10 por 100 de las especies de mamíferos en las cuales el cuidado parental masculino es necesario. Esta minoría de especies incluye leones, lobos, gibones, titís… y humanos. Pero incluso en estas especies que requieren de un progenitor masculino, dar el pecho no es necesariamente la forma más valiosa que puede adoptar la contribución paterna. Lo que realmente debe hacer un gran león es ahuyentar a las hienas y a otros grandes leones empeñados en matar a sus cachorros. Debe marcharse a patrullar su territorio y no quedarse en casa sentado amamantando a los cachorros (cosa que la leona más pequeña es perfectamente capaz de hacer) mientras los enemigos de éstos se hallan al acecho. El padre lobo puede hacer su contribución más útil dejando el cubil para cazar, trayendo a su regreso carne para la madre loba y dejándola convertir la carne en leche. El padre gibón puede contribuir mejor alertando contra pitones y águilas que podrían capturar a su prole, y rechazando vigilante a otros gibones de los árboles frutales de los que su compañera y prole se están alimentando, mientras que los padres de tití emplean mucho tiempo llevando sobre ellos a sus crías gemelas.

Todas estas excusas para la no lactancia masculina dejan abierta la posibilidad de que pudiera existir alguna otra especie de mamífero en la cual la lactancia masculina pudiera ser ventajosa para el macho y su prole. El murciélago frugívoro de Dyak podría ser una de tales especies. Pero incluso si existiesen especies de mamíferos para las cuales la lactancia masculina sería ventajosa, su realización toparía con los problemas que plantea el fenómeno denominado compromiso evolutivo.

La idea subyacente al compromiso evolutivo se puede entender por analogía con los artefactos fabricados por los humanos. Un fabricante de camiones puede modificar fácilmente un modelo básico de camión para propósitos relacionados aunque diferentes, tales como el transporte de muebles, caballos o alimentos congelados. Estos propósitos diferentes pueden ser satisfechos aplicando algunas variaciones menores al diseño básico del compartimento de carga del camión, con muy poco o ningún cambio del motor, los frenos, los ejes y otros componentes principales. De forma similar, un fabricante de aviones puede utilizar, con unas modificaciones menores, el mismo modelo de aeroplano para llevar pasajeros ordinarios, paracaidistas o mercancía. Pero no es viable convertir un camión en un avión o viceversa, porque el camión está comprometido con su condición de camión en demasiados aspectos: cuerpo pesado, motor diesel, sistema de frenado, ejes y demás. Para construir un aeroplano, uno no empezaría con un camión y lo modificaría; en vez de eso comenzaría por el principio.

Los animales, en cambio, no están diseñados empezando desde cero para proporcionar una solución óptima a un determinado estilo de vida. En lugar de ello, evolucionan partiendo de poblaciones animales existentes. Los cambios evolutivos en la forma de vida se producen gradualmente a través de la acumulación de pequeños cambios en el diseño evolutivo adaptado a estilos de vida diferentes pero relacionados entre sí. Un animal con muchas adaptaciones a un estilo de vida especializado puede no ser capaz de evolucionar las muchas adaptaciones requeridas para un estilo de vida diferente, o podría hacerlo pero sólo después de un período muy largo. Por ejemplo, una hembra de mamífero que da a luz crías vivas no puede evolucionar hacia una ponedora de huevos al estilo de las aves simplemente mediante la expulsión de su embrión al exterior el día posterior a la fertilización; tendría que haber desarrollado mecanismos parecidos a los de las aves en cuanto a síntesis de yema, cáscara y otros compromisos avícolas con la puesta.

Recordemos que, de las dos clases principales de vertebrados de sangre caliente, las aves y los mamíferos el cuidado parental masculino es regla entre las aves y excepción entre los mamíferos. Esta diferencia resulta de las largas historias evolutivas de aves y mamíferos en el desarrollo de diferentes soluciones para el problema de qué hacer con un óvulo que acaba de ser fertilizado internamente. Cada una de tales soluciones ha requerido un conjunto completo de adaptaciones, que difieren entre aves y mamíferos y con las que todas las aves y todos los mamíferos modernos están ahora fuertemente comprometidos.

La solución de las aves es hacer que la hembra expulse rápidamente el embrión fertilizado, empaquetado con yema dentro de una cáscara dura, en un estado extremadamente infradesarrollo y totalmente indefenso, que es imposible, excepto para un embriólogo, reconocer como un ave. Desde el momento de la fertilización hasta el de la expulsión, el desarrollo del embrión dentro de la madre dura sólo un día (o unos pocos días). Este breve desarrollo interno es seguido por un período mucho más largo de desarrollo fuera del cuerpo de la madre: unos 80 días de incubación antes de que el huevo eclosione, y hasta 240 días de alimentación y cuidados hasta que el pollo recién salido del cascarón pueda volar. Una vez que el huevo ha sido puesto no hay nada más en el desarrollo del polluelo que requiera únicamente la ayuda de su madre; el padre puede sentarse sobre el huevo y mantenerlo caliente también como ella. Después de salir del cascarón, los polluelos de la mayoría de especies de aves comen el mismo alimento que sus progenitores, y el padre puede recolectar y traer este alimento al nido tan bien como la madre.

En la mayoría de especies de aves el cuidado del nido, los huevos y el polluelo requiere de ambos progenitores. En aquellas especies de aves en las que bastan los esfuerzos de un solo progenitor, este progenitor es con más frecuencia la madre que el padre, por las razones discutidas en el capítulo 2: la mayor inversión obligada interna de la hembra en el embrión fertilizado, las mayores oportunidades a las que renunciaría el macho a causa del cuidado parental y la baja confianza del macho en la paternidad como resultado de la fertilización interna. Pero en todas las especies de aves, la obligada inversión interna de la hembra es mucho menor que en cualquier especie de mamífero, porque el joven pájaro en desarrollo «nace» (es puesto) en un estado mucho más temprano de su desarrollo comparado incluso con el mamífero recién nacido menos desarrollado. La tasa de tiempo de desarrollo fuera de la madre —un tiempo de deberes que en teoría pueden ser compartidos por la madre y el padre— en relación con el tiempo de desarrollo dentro de la madre es mucho mayor para las aves que para los mamíferos. Ningún «embarazo» de ave madre —período de formación del huevo— se acerca a los nueve meses del embarazo humano, y ni siquiera a los doce días del embarazo mamífero más breve.

De ahí que las hembras de ave no sean tan fácilmente aventajadas en el cuidado de la prole como las de mamífero mientras el macho se dedica a
hacer el tenorio.
Esto no sólo tiene consecuencias en la programación evolutiva de los comportamientos instintivos de las aves, sino también en su anatomía y fisiología. En las palomas, que alimentan a sus crías secretando leche de sus buches, tanto la madre como el padre han evolucionado para secretarla. El cuidado biparental es regla entre las aves, y mientras que en las especies de aves que practican el cuidado monoparental la madre es normalmente la única cuidadora, en algunas especies de aves lo es el padre, un desarrollo sin equivalente entre los mamíferos. El cuidado por parte del padre en solitario no sólo caracteriza a aquellas especies de aves que detentan la poliandria de papel sexual inverso sino también a otras aves, incluyendo los avestruces, los emús y los tinamúes.

La solución de las aves a los problemas planteados por la fertilización interna y el desarrollo embrionario subsiguiente exige una anatomía y una fisiología especializadas. Las aves hembra, no así los machos, poseen un oviducto en el que una porción secreta albúmina (la proteína blanca del huevo), otra porción construye las membranas interna y externa de la cáscara de huevo, y otra más forma la propia cáscara del huevo. Todas estas estructuras reguladas hormonalmente y su maquinaría metabólica representan el compromiso evolutivo. Las aves deben haber estado evolucionando a lo largo de este camino durante mucho tiempo, porque la puesta de huevos ya estaba muy extendida en los reptiles ancestrales, de los que las aves podrían haber heredado gran parte de su maquinaria de hacer huevos. Las criaturas que son reconociblemente aves y ya no reptiles, tales como el famoso Archaeopteryx, aparecen en el registro fósil hace alrededor de 150 millones de años. Aun cuando la biología reproductiva del Archaeopteryx es desconocida, se ha encontrado sepultado un dinosaurio fósil que data de hace cerca de 80 millones de años sobre un nido de huevos, sugiriendo que las aves heredaron el comportamiento de anidación, así como el de poner huevos, de sus ancestros reptilianos.

Las especies modernas de aves varían grandemente en cuanto a ecología y estilo de vida, desde las voladoras aéreas a las corredoras terrestres y las buceadoras marinas, desde los diminutos colibríes a los gigantes pájaros elefante extinguidos, y desde los pingüinos que anidan en el invierno antártico a los tucanes que crían en las selvas tropicales. A pesar de esa variación en el estilo de vida, todas las aves existentes han permanecido comprometidas con la fertilización interna, la puesta de huevos, la incubación y otros rasgos distintivos de la biología reproductiva avícola, con sólo pequeñas variaciones entre las especies (las principales excepciones son los pavos australianos de Australia y las islas del Pacífico: incuban sus huevos con fuentes de calor externas, tales como calor fermentativo, volcánico o solar, en vez de con calor corporal). Si estuviéramos diseñando un ave desde cero, podríamos quizá dar con una estrategia reproductiva mejor aunque completamente diferente, tal como la de los murciélagos, que vuelan como aves pero se reproducen mediante embarazo, parto vivo y lactancia. Cualesquiera que fueran las virtudes de la solución al estilo del murciélago, requeriría demasiados cambios fundamentales para las aves, que permanecen comprometidas con su propia solución.

Los mamíferos tienen su larga historia propia de compromiso evolutivo con su solución al mismo problema de qué hacer con un óvulo fertilizado internamente. La solución mamífera comienza con el embarazo, un obligado período de desarrollo embrionario dentro de la madre que dura mucho más que en cualquier madre ave. La duración del embarazo va desde un mínimo de doce días en los bandicuts hasta veintidós meses en los elefantes. Ese gran compromiso inicial por parte de la hembra de mamífero le hace imposible escaquearse del compromiso posterior, y ha conducido a, la evolución de la producción femenina de leche. Al igual que las aves, los mamíferos han estado evidentemente comprometidos con su solución distintiva durante largo tiempo. La lactancia no deja pistas fósiles, pero es compartida por los tres grupos vivientes de mamíferos (monotremas, marsupiales y placentarios) que ya se habían diferenciado los unos de los otros hace cerca de 135 millones de años. Por consiguiente, la lactancia surgió presumiblemente incluso antes, en algún ancestro reptiliano parecido a un mamífero (los así llamados reptiles terápsidos).

Y también al igual que las aves, los mamíferos están comprometidos con una anatomía y fisiología reproductivas propias muy especializadas. Algunas de estas especializaciones difieren grandemente entre los tres grupos de mamíferos: el desarrollo placentario que da como resultado un recién nacido relativamente maduro en los mamíferos placentarios, un nacimiento más temprano y un desarrollo posnatal relativamente más largo en los marsupiales y la puesta de huevos en los monotremas. Probablemente estas especializaciones lleven en marcha por lo menos 135 millones de años.

Comparada con esas diferencias entre los tres grupos de mamíferos, o con las diferencias entre aves y mamíferos, la variación dentro de cada uno de los tres grupos de mamíferos es menor. Ningún mamífero ha reevolucionado la fertilización externa o ha desechado la lactancia. Ningún mamífero placentario o marsupial ha reevolucionado la puesta de huevos. Las diferencias entre las especies en cuanto a lactancia son meramente diferencias cuantitativas: más de esto, menos de aquello. Por ejemplo, la leche de las focas árticas es concentrada en nutrientes, tiene alto contenido en grasas y es casi carente de azúcar, mientras que la leche humana está más diluida en nutrientes, es azucarada y baja en grasas. El paso de la leche al alimento só1ido se extiende a lo largo de un período de hasta cuatro años en las sociedades tradicionales humanas de cazadores-recolectores. En el otro extremo, los cobayas y las liebres son capaces de mordisquear alimento sólido en un plazo de unos cuantos días después de su nacimiento y de prescindir de la leche muy poco después. Los cobayas y las liebres pueden estar evolucionando en la dirección de las especies de aves con crías precoces, tales como las gallinas y las aves costeras, cuyas nidadas de pollos tienen ya los ojos abiertos, pueden correr y encontrar su propio alimento, pero todavía no pueden volar o regular completamente su propia temperatura corporal. Quizá —si la vida sobre la Tierra sobrevive al ataque actual que están llevando a cabo contra ella los humanos— los, descendientes evolutivos de los cobayas y las liebres se liberen de su compromiso evolutivo heredado con la lactancia en unas cuantas decenas de millones de años más.

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