Una monarquía protegida por la censura (2 page)

BOOK: Una monarquía protegida por la censura
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PACTO DE SILENCIO

También se le acusó a Zapatero, «el Rojo», de todo esto. Se equivocaban quienes así lo hacían. Yo creo que acertaron los que cifraban el malestar en una Transición mal hecha por injusta y rodeada de tabúes. Uno de ellos la Monarquía, a la que se mantiene en el escaparate gracias a un pacto de silencio, ausencia de libertad de expresión y censura sobre ella, insensibilidad total con las víctimas de la dictadura franquista, grandes alfombras de la Real Fábrica de Tapices que ocultaban bajo ellas la inmensa suciedad acumulada en cuarenta años de tiranía, una sociedad anestesiada que pedía pan, circo, fútbol, bodas y bautizos, y el pensar que aquello de atado y bien atado del testamento de Franco se refería quizás mucho más a un rey, símbolo de unidad y permanencia de España, que a una clase política nacida y crecida en el invernadero de su nomenclatura, de la que el dictador no se fiaba ni un pelo. El resultado puede ser un malestar creciente que empieza con el secuestro de una revista, unas declaraciones llamando vagos a los miembros de la Casa Real, sigue con la quema de fotografías en Cataluña y un abierto desafío a una forma de representación del Estado heredero de una dictadura aunque camuflada por lo hecho un 23-F, fecha de la que no se pudo averiguar nada y que ha vuelto a saltar a la luz tras el libro del hijo del fiscal Herrero Tejedor, padrino de Suárez, que ha escrito que el rey propició la caída de Suárez y fue quien impuso, a pesar del presidente del Gobierno, al general Alfonso Armada como segundo jefe de Estado Mayor, uno de los grandes responsables de aquella asonada enloquecida.

Un 23-F por tanto harto sospechoso, del que no se ha podido investigar judicialmente casi nada y mucho menos el papel del Jefe de los Ejércitos, pero que ha servido para que los hagiógrafos del monarca marquen con esta fecha la consolidación de la Monarquía democrática, cuando fueron aquellos devaneos reales los que quizás propiciaron aquella jornada infausta. Y lo malo es que, por fas o por nefas, nadie ha querido o podido saber exactamente qué pasó aquella noche y el consabido mes previo, pero esto no ha sido óbice para que el discurso oficial se haya construido alrededor de un hecho falso o hartamente discutible. Yo, personalmente, en las decenas de cenas oficiales a las que he asistido en el palacio de Oriente, no he dejado de escuchar «el invalorable servicio de Su Majestad en el afianzamiento de la democracia aquella noche aciaga en la que su valentía y espíritu de servicio consolidaron una democracia que daba sus primeros pasos». Pero parece que no es duro aplaudir este pasaje que todos los jefes de Estado en visita oficial siguen pronunciando, como si este hecho no tuviera fecha de caducidad y, sobre todo, como si este hecho fuera verdad.

Pero se equivocan quienes crean que esta situación se reconduce con campañas y llamamientos a lo políticamente correcto. Quizás éste sea el diseño del jefe de la Casa Real, Alberto Aza. El mismo que no acudió en junio del 2007 al homenaje que gentes representativas de toda la sociedad ofrecieron a su antecesor Sabino Fernández Campo. Y se equivocan el rey y todos sus cortesanos, porque la juventud está en otra honda y es muy difícil ponerle vallas a un campo cada vez más abierto y ventilado.

SILENCIO

De hecho, parece que sorprendió, y mucho, en La Zarzuela el silencio catalán y el silencio oficial ante la quema de fotografías del rey aquel mes de septiembre. Esperaban otra cosa. Le pasó lo mismo que a Luis XVI cuando arrojaban piedras a las ventanas de Versalles. «¿Qué es esto?», preguntaba. «Sire, es la revolución», le contestaron.

En Madrid salió a defenderle la última organización que debería haber salido en auxilio del monarca, la CEOE. Y también el otrora portavoz de Jueces para la Democracia y entonces ministro de Defensa, José Antonio Alonso. Cuando le preguntaron por lo que estaba ocurriendo, contestó: «El Gobierno no es republicano, sino que el calificativo que mejor lo define es el de constitucional». También hizo hincapié en que «el futuro de la Monarquía es inmejorable», mientras le garantizaba aquel 26 de septiembre «todo el apoyo que necesitara en defensa de su papel constitucional como jefe del Estado y símbolo de su unidad y permanencia». ¿Querría enviarle algunos tanques en su defensa?

Me llamó la atención que, mientras el gobierno trataba de lograr que se aprobase en la VIII legislatura la Ley de la Memoria Histórica, el ministro Alonso dijera aquella obviedad de que el gobierno no era republicano. No hacía falta que lo jurase. Lo molesto fue el tono de este socialista dirigido hacia una República llegada de la mano del voto popular, pero ese tono encerraba una de las claves de por qué la Monarquía de Juan Carlos ha superado treinta difíciles años de la historia reciente sin apenas una crisis, aunque sí con algunos rasguños.

El hecho de que Fraga llamara gamberros a los quemadores de fotos, estaba dentro de los análisis y exabruptos de un hombre que ha servido tan eficazmente a una dictadura, porque mientras decía esto, en otra Monarquía como la británica, el líder escocés Salmond propiciaba un referéndum de autodeterminación para su país y el rey Alberto II de Bélgica seguía colgado a la brocha de su incapacidad para que en Bélgica pudiera formarse un gobierno cien días después de las elecciones realizadas en un Estado que unos comenzaban a ver como inviable.

A todo esto habría que añadir un debate en Galicia, con ramificaciones en el Congreso, a cuenta de que la familia del general Franco no quería abrir al público el pazo de Meirás, regalado a la fuerza y bajo coacción en plena dictadura, lo que mostraba claramente que treinta años después en España la familia del dictador no había sufrido represalia alguna porque estaba bajo el manto de la Corona, cuestión insólita en un país que sufrió la crueldad de un régimen despótico. La pertenencia ilegítima del pazo de Meirás dado en herencia a la familia Franco es toda una afrenta, porque aquí no hubo como en Alemania, después de la victoria de los aliados en 1945, un juicio de Nuremberg. Esto es algo que pone ante los ojos de las nuevas generaciones que esa Transición tan ensalzada está llena de lunares.

«¿Y que se podía haber hecho?», preguntan muchos.

Desde luego algo más para que una derecha que usufructuó el poder cuatro décadas no nos dé a los demás lecciones de democracia. Sólo con eso casi nos podríamos conformar, y, sobre todo, que no nos digan que esa Inmaculada Transición es un modelo exportable, porque se asienta en el silencio, la mentira, y la injusticia. Tengo decenas de casos de honrados sufridores de aquella tiranía que han tenido que morir en silencio y, encima, obligados a aplaudir a quienes se beneficiaron de aquel horror.

Todavía recuerdo cómo en un debate parlamentario Enrique Fernández Miranda, hijo de D. Torcuato, presidente de aquellas Cortes franquistas, le espetó en un debate en el Congreso a Javier Solana que podía hacer aquellas preguntas parlamentarias porque fue su padre quien había traído la democracia a España. Y se quedó tan ancho el uno y tan callado el otro. Ése fue, pues, el espíritu de la Transición, cuyas costuras comienzan ahora a aflojarse un poco.

LA SOCIEDAD HA CAMBIADO

Pero aquí hay además algunas cosas evidentes.

La sociedad actual no tiene nada que ver con la de hace treinta años. La juventud pasa de monarcas, condes y marqueses, y no ve sensato que la elección de un jefe de Estado sea por procreación y no por elección. No ve tampoco justa la discriminación hecha en la intocable Constitución española a la figura de la mujer, y no está dispuesta a ver derroches c interminables vacaciones, mientras ellos luchan por conseguir su primer pisito. Si a esto se le añade la torpeza del procesamiento de dos periodistas por publicar una caricatura y la poca simpatía que despierta Letizia Ortiz, antigua colaboradora del nefasto manipulador informativo Urdaci, tienen ustedes un guiso que no obedece a conspiración alguna, sino a que la gente comienza a hablar y a estar harta de que no haya libertad de expresión sobre estos temas.

Tras el debate de 2007 creo que la Casa Real se tendría que poner bajo el control parlamentario en relación a sus gastos de forma pública, en la ejemplaridad de sus conductas sin estar amparados en el secreto oficial y en evitar que a su alrededor se siga con los usos y costumbres, poco menos que de la Monarquía de Alfonso XIII en cuanto a esas absurdas reverencias tan ridículas como serviles, que afrentan el concepto de igualdad y de democracia.

Estas páginas tratan de esto y de otras cosas, y sobre todo tratan de demostrar que, cuando escribí en julio de 2007 sobre el
Bribón
, habían existido previamente muchas intervenciones públicas, muchas preguntas parlamentarias, muchas cartas, muchas vivencias de todo tipo, en relación con la Monarquía aunque rodeadas de algo que explica un buen número de cosas: se silenciaron.

Hoy ese silencio comienza a romperse. Y no está mal. Si la democracia es un régimen de opinión pública, conviene que a ésta se le suministren elementos de juicio. No pretendo más con éstas líneas.

Capítulo II: Todo empezó en Bagdad

Tras seis años en el primer Parlamento Vasco (1980-1986), llegué al Congreso de los Diputados en junio de 1986, el año en que lo hizo Zapatero. Me habían precedido como portavoces del Grupo Parlamentario Vasco Xabier Arzalluz y Marcos Vizcaya. Y fui portavoz hasta marzo del 2004. Quizás haya sido el diputado que más ha durado en ese puesto de representación y acción política en todas las legislaturas y de todos los grupos parlamentarios de estos años.

Además de haber visto, controlado, criticado y apoyado a González y Aznar, he vivido bajo la presidencia parlamentaria de Pons, Trillo y Luisa Fernanda Rudí, y he visto como portavoces a Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, José Ramón Calero, Rodrigo Rato, Luis de Grandes, Julio Anguita, Ramón Tamames, Rosa Aguilar, Gaspar Llamazares, Luis Mardones, Martín Toval, Carlos Solchaga, Juan Manuel Egiagaray, Luis Martínez Noval, Jesús Caldera, Modesto Fraile, Paulino Rivero, Carlos Mauricio, José Antonio Labordeta, Francisco Rodríguez, Miquel Roca, Joaquín Molins, Josep López de Lerma, Xavier Trias y Joaquín Almunia. Mientras en todos los grupos había cambios, yo estuve en esa batidora clavado por espacio de 18 interesantes años.

Quiere esto decir que, durante esas casi dos décadas, por lo menos seis veces cada año acudía al Palacio Real a las cenas oficiales que se organizaban con motivo de cada visita oficial de un jefe de Estado extranjero. Desde el emperador del Japón hasta la reina de Inglaterra pasando por Gorbachov en sus mejores tiempos de la
perestroika
, se puede decir que junto al rey y a la reina, soy quizás el que más veces ha subido aquellas espléndidas escaleras para, después de saludar y cenar, pasar al salón contiguo, el de Gasparini, donde con un café en la mano y un puro con vitola firmada por el rey en la otra, que unos elegantes pajes con levita suelen obsequiar a los invitados pero que yo no fumaba, se departe y contacta con todo lo que políticamente se mueve en el corralito de la clase política española. Tengo, por tanto, de éstas casi cien cenas en Palacio infinidad de anécdotas y sucedidos donde he de reconocer que el rey casi siempre me llamaba para presentarme a su invitado principal.

En una de aquellas oportunidades me llamó para que saludara al presidente ruso Gorbachov diciendo que yo era el portavoz de los nacionalistas vascos. Gorbachov se llevó las manos a la cabeza y exclamó: «¡También tienen ustedes aquí nacionalistas!». «Sí —contestó el rey—, pero yo los tengo en Palacio», respuesta que celebró el entonces primer secretario del Partido Comunista de la todavía Unión Soviética.

Es cierto lo que dijo Jaime Peñafiel, que el rey me trataba con especial deferencia y simpatía a las que yo, como no podía ser menos, correspondía. Eso no me impedía cada año criticar su discurso de Navidad y el de la Pascua Militar. Siempre me han parecido actos irreales, excesivamente centralistas y poco originales, por lo que nunca me he cortado a la hora de decir lo que pensaba. El rey, en alguna oportunidad, me comentó que había sido muy duro con él, pero ahí quedaba todo el reproche. Y es que pienso que la cortesía no se debe confundir con la cortesanía, y mejor hubiera hecho el PSOE estos años en ser más cortés y menos cortesano. Le hubiera hecho incluso un favor al propio rey, al que esas loas edulcoradas propias de otros tiempos le han hecho creer que, haga lo que haga, va a tener una total impunidad en ciertas cuestiones.

Pero todo esto se rompió con la guerra de Iraq. No fue, pues, a raíz del secuestro de la revista
El Jueves
cuando a mí se me «fue la olla», como dijo ese escribidor que llama a don Juan de Borbón Juan III, pero que no es más que un cortesano insultador y monopolizador de todo lo regio por parte de la derecha española como es Alfonso Ussía, sino que esto viene de entonces. Y lo explicaré.

LE PEDIMOS QUE MODERARA A AZNAR

Corría noviembre del año 2000. En marzo de aquel año las elecciones legislativas frente a Joaquín Almunia (PSOE) las había ganado José María Aznar con una mayoría absoluta. Y ese noviembre se cumplían 25 años de la entronización del rey ante unas Cortes antidemocráticas repletas de procuradores elegidos por el dictador a dedo o por un sistema electoral corporativo antidemocrático. A mí celebrar aquello me pareció de mal gusto político, porque, en todo caso, el rey era tal desde la aprobación de la Constitución en 1978, pero como el pudor y la sensibilidad democrática no eran virtudes de aquella mayoría y como el candidato opositor Zapatero tenía que ganarse las bendiciones del sistema, el caso es que se organizó un acto conmemorativo al que al final, tras muchos silencios, anunció su presencia el
lehendakari
Juan José Ibarretxe. Éste lo era desde diciembre de 1998, fecha en la que había sustituido a José Antonio Ardanza.

Por aquellos días, Ibarretxe andaba presentando su primer Plan, obsesionado como estaba con el fin de la violencia tras el fracaso de la tregua de ETA, que se resumía en un triple compromiso ético, político y de diálogo y normalización de las relaciones entre los partidos políticos, y no quería que aquella propuesta cayera en el olvido arrinconada por el estruendo de las bombas de ETA, la reclamación de elecciones o el permanente desencuentro entre las formaciones políticas.

En ese contexto y en vísperas de aquella inoportuna conmemoración, el
lehendakari
hizo una declaración que causó un cierto revuelo, pues parecía que le pedía al rey que se implicara en la búsqueda de un modelo de convivencia para la futura sociedad vasca. En una entrevista en Catalunya Radio, Ibarretxe declaró que «la relación de la sociedad vasca con el rey ha sido siempre muy específica y con una voluntad pactista». «Todavía hoy, en los tiempos que corren», agregó, «puede desempeñar un papel muy importante, ¿por qué no?, en el diseño y en la búsqueda de un modelo de convivencia para la futura sociedad vasca.»

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