Una monarquía protegida por la censura (14 page)

BOOK: Una monarquía protegida por la censura
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Y aquí la escueta respuesta del Gobierno:

No le corresponde al Gobierno decidir ni condicionar la agenda de actos públicos de la Corona.

Madrid, 17 de junio de 2005.

El Secretario de Estado de Relaciones con las Cortes.

LA TRANSICIÓN NO ACABARÁ SI NO LLEGA LA REPÚBLICA

A pesar de esta respuesta que mereció en ese momento ser llevada a un juzgado de guardia de la democracia, de vez en cuando se encendía una cerilla en la oscuridad; porque eso, de «el rey de todos los españoles» sigue siendo uno de los pilares de los discursos que hemos escuchado durante estos treinta años sin base objetiva alguna para jactarse de ello. El saludar a la viuda de Azaña en México, visitar a unos pobres viejecitos «niños de la guerra» en Moscú, ir a Toulouse a un acto de los españoles en esta ciudad, no pueden considerarse más que gestos esporádicos en relación con la mitad de una de las Españas a la que le helaron el corazón en acertada definición machadiana. Don Juan Carlos nunca se ha referido a la Ley de la Memoria Histórica. Eso no va con él.

El Rey siempre ha sido, en lo militar, un heredero de su educación franquista y, en lo histórico, un rey que entra a reinar como consecuencia de un pacto de debilidades y de la traición a sus padres, pero nunca asumió de verdad la triste historia de aquellos años de hierro y nunca se enfrentó a toda aquella carcundia que sigue impregnando la visión del actual Estado español. Lo malo es que esto ha podido ser así gracias a que Carrillo y González, con unos principios republicanos de quita y pon, se lo permitieron todo. Alguna condición más deberían de haberle impuesto para legitimarle ser heredero de aquella sangrienta dictadura.

Por eso me extrañó que en el periódico monárquico por excelencia, no el ABC sino
El País
, apareciera una entrevista hecha a dos curiosos personajes.

Esto fue lo que leí en el avión a la vuelta de un viaje a México , y me extrañó por la contundencia del análisis y por estar publicado en un periódico como
El País
, acérrimo defensor del
juancarlismo
. Se trataba de una entrevista hecha a dos gamberros republicanos que decían las verdades del barquero y el periódico las elevaba a titular. Esta pareja es puro ácido sulfúrico. Su dúo «Accidents Polipoètics» empezó haciendo recitales imprevistos y ha ido evolucionando hacia la crítica política y social más feroz y refrescante. Xavier Theros es el escritor y poeta, y Rafael Metlikovez, el cómico espectáculo. Su último montaje, «Franco ha muerto o como idiotizar a un pollo», es un repaso necesario a las verdades que la santa Transición olvidó mencionar. En esta entrevista decían perlas como éstas:

R.: Sí, Franco ha muerto es una reflexión humorística. Nace de la insatisfacción de ver cómo se ha contado la transición. Nos han dicho que fue ejemplar, modélica, dulce, y en realidad lo único que se hizo fue cambiar impunidad por libertad. ¡Los españoles perseguimos dictadores y criminales de guerra por todo el mundo pero los nuestros nunca han tenido el más mínimo problema!

¿Qué pensarían las familias de los exiliados, los desaparecidos y los muertos de un país cuyo monarca es heredero directo de Franco? ¿Y de un país donde un ministro de Franco ha estado a punto de ganar las elecciones por cuarta vez?

R: ¿Rabia, no?

R.: ¡Tenemos la necesidad de dejar de sentirnos idiotas!

P.: Algunos dicen que eso es reabrir las heridas.

R.: ¡Ya sabemos que abrir las fosas comunes es incómodo! La transición se construyó sobre ese silencio. Pero la sociedad está madura para eso. Cosa que no se puede decir de nuestros políticos. Hasta en Sudáfrica se llevó a juicio a los culpables. Pidieron perdón y no los condenaron. Aquí podrían haber hecho lo mismo, o por lo menos haber puesto en la Constitución un acuerdo mínimo sobre la memoria histórica para que jamás se repitiera.

P: ¿En los años setenta?

R.: Sí, entonces los militares debían de dar mucho miedo. ¡Pues que lo digan, coño! ¡Que no nos cuenten que fue el paraíso!

P.: Hombre, comparado con la guerra...

R.: El gran desencanto es que la izquierda de los años ochenta no se ocupó en absoluto de estas cosas. Prefirieron hablar de la movida, del diseño, del punk... Si ves ahora las revistas de entonces, alucinas con el grado de gilipollez y trivialidad que se manejaba.

P: ¿Seguimos igual o mejor?

R.: La transición no acabará hasta que no llegue la República. Ese es el gran salto cualitativo.

P.: ¿Son catalanistas?

R.: Otra de las cosas que no resolvió la transición es lo que constituye un derecho fundamental: la autodeterminación. Tan fácil como hacer un referéndum y pedirle a la gente que diga lo que piensa. Y otra consecuencia funesta del franquismo es que uno no puede sentirse español y catalán a la vez con naturalidad como pasaba en tiempos de la República.

P.: ¿El agravio es real?

R.: Sí, pero con matices. Es verdad que la lengua ha sido humillada, pero en catalán también se han dicho barbaridades fascistas. Y España cree que el agravio de Cataluña con España viene del franquismo, y no, viene realmente de hace 500 años. Barcelona ha sido bombardeada dos veces por siglo desde entonces.

P: ¿Creen, como Zaplana, que ZP es un radical?

R.: En los temas menores como las bodas gays. Si fuese radical de verdad, le pondría el cascabel al gato de la República.

P.: ¿Se hunde España?

R.: ¡Madre no hay más que una y me tuvo que tocar a mí! Mientras sea el Reino de España, esto es indivisible. ¡Este país parece una guardería! Lo que produce curiosidad es que todavía haya un país que se llama España. Si desapareciera, se acabaría de cuajo el problema de la España invertebrada.

R: ¿Pero nos salvaremos o no?

R.: Brossa decía que Cataluña sólo será un país normal cuando el Barça baje a Segunda. Podemos añadir que, para que España fuera normal, el Madrid debería estar en Segunda B.

Esta entrevista es la única que he visto con algo de mordiente en este periódico en años. Seguramente se les escapó del control. Por eso conviene conocerla.

MONSIEUR PONCELET Y LA CAZA

Tanto en el Congreso como en el Senado son los miembros de sus Mesas los que presiden los Grupos de Amistad con otros países. A mí me tocó hacerlo en la legislatura 2004-2008 del Grupo de Amistad con Francia. Para ello conté con la inestimable ayuda de un alto funcionario del Senado francés,
monsieur
Garrigá, hijo de catalanes que nos preparó un viaje a París y a Toulouse digno del emperador de Manchuria. Todo lo que le pedimos nos lo puso en la agenda del viaje y logró además que nos entrevistáramos con Jacques Delors, con el ministro de Transportes de Chirac, para hablar de las conexiones transfronterizas, y con Ségolène Royal que por entonces todavía no era la candidata del partido socialista francés y con quien desayunamos y a la que regalamos un pañuelo del Senado.

A toda la Delegación nos pareció la buena señora un pan sin sal. Pedimos asimismo estar con Nicolás Sarkozy, a la sazón ministro del Interior, pero coincidió con un viaje suyo al exterior y no pudo ser.

Y, como era procedente, nos ofrecieron un delicado almuerzo en uno de los salones del extraordinario palacio Luxemburgo, sede del Senado, en un comedor que tenía un cuadro de Napoleón, por lo que se pasaron la comida excusándose por ello, ya que podía herir nuestra sensibilidad. Yo les dije personalmente que no, y en eso coincido con el libro de Arturo Pérez Reverte. Otra hubiera sido la historia de España si el abstemio —mal llamado «Pepe Botella»—, José Bonaparte, hubiera sido de verdad el rey y hubiera importado la modernidad francesa de aquellos años frente al oscurantismo de los Borbones, padre e hijo, que se peleaban en Aranjuez y a los que engañaba Napoleón a cuenta de que iba a conquistar Portugal para repartirse ese país entre Francia y España. Lo que hizo fue quedarse en la Península y obligar a Carlos IV y Fernando VII a hacer los papeles más serviles y deprimentes propios de aquella Monarquía absolutamente podrida.

Arturo Pérez Reverte pasó por Bilbao para promocionar su obra
Un día de cólera
basada en el 2 de mayo de 1808. Según Pérez Reverte, el pueblo de Madrid defendió lo peor, lo rancio, lo oscuro, las sombras, la sacristía. «Si hubiéramos sacado la guillotina a tiempo, quizás hoy tendríamos otro país.»

Me imagino que todo esto será grato de escuchar en los círculos franceses, por eso a mí no me molestó aquel cuadro de Napoleón, pero sí que cuando estuvimos, tras aquella comida, con el presidente del Senado, Christian Poncelet, senador en representación de Vosgues (Lorraine), de profesión «alto funcionario» y antiguo ministro, diputado y alcalde de Remiremont, lo primero que me dijo, como rasgo de amistad entre España y Francia, fue lo bien que se lo pasa en las cacerías con el rey. Este dinosaurio de la política francesa, de ochenta años, resumía todo su conocimiento de España en ese dato que puede ser un buen resumen de esta nueva «Escopeta Nacional».

Pero ahí no quedó todo. Al año me tocó ir a Bucarest en representación del presidente Javier Rojo, que debía quedarse en Madrid para la celebración del 12 de octubre y acudir al desfile de la Castellana. En la capital de Rumanía se reunían todos los presidentes de los senados europeos siguiendo la iniciativa de
monsieur
Poncelet.

Tras dirigirme a los asistentes en el Senado rumano, con un discurso de circunstancia sobre el funcionamiento del Senado español, y recalcar que la novedad en esta legislatura pasada había sido que Zapatero se hubiera sometido al control parlamentario, volvía a mi escaño cuando se me abalanzó ese buen y orondo señor para felicitarme por mis palabras —¡estos franceses son muy educados!— y decirme una vez más que él conocía mucho España, pues acudía cada cierto tiempo a cacerías con Su Majestad, y que en breve viajaría a Madrid con ese propósito. Le dije que me parecía magnífico, pues yo allí no estaba como senador por Bizkaia sino en representación del Senado; pero he de reconocer que en las dos entrevistas con este personaje en un año, el que no me hablase más que de las cacerías con D. Juan Carlos era para pensar que deben ser algo extraordinario y tan fructíferas que dejan una imborrable e imperecedera impresión. Aunque al parecer, el secreto es que de ellas y sus gastos, sólo se enteran los que acuden a tan reservados saraos.

EL ESPECIAL DE MARCA

No sé cómo hacían en la Rumanía de Ceaucescu, ni en la China de Mao, ni en la Cuba de Fidel con sus grandes timoneles. Si sé lo que hicieron con los «25 años de Paz» de Franco, porque, desde luego, el periódico más deportivo,
Marca
, no desmereció de ninguna de las publicaciones que en su día se hicieron para glosar la figura de un Jefe de Estado.

Con el título «El Rey del Deporte» publicaron en lujoso papel cuché, extraordinaria diagramación y acertada colección de fotografías una revista extra dedicada a los setenta años del rey en enero de 2008. No creo que Emilio Romero, Jaime Campmany, Matías Prats o Manuel Fraga hubieran podido mejorar lo que el director de esta publicación, Eduardo Inda, hizo con esta revista hagiográfica en la que echó, literalmente, la casa por la ventana.

Sólo tuvo como garbanzo negro, y así lo publicó, al presidente del Athletic de Bilbao, Fernando García Macua, y eso le honra, quien, según decía la propia revista, se había negado a felicitar al rey, porque «supone para el club un compromiso imposible de asumir».

Hizo bien García Macua, porque el tenor de las felicitaciones era de vergüenza ajena. Nadie más perfecto, nadie más deportista, nadie más simpático, nadie más altruista, nadie más solidario, nadie más promocionador del deporte, nadie más familiar, nadie más perseverante, nadie más estratega que Su Majestad el Rey.

Pero volvamos a la caza.

Este director, que hace unos años hubiera sido nombrado marqués del Marca sólo por esta publicación, inició la misma destacando el hecho de que D. Juan Carlos quería ser jinete pero se quedó en gran regatista porque Franco frustró la verdadera pasión del rey que era la hípica; y, en ese largo reportaje, y como no podía ser menos, le dedicó su puntada a la caza diciendo lo siguiente:

El cinegético hobby real, dentro de la más pura tradición borbónica, ha pervivido hasta nuestros días. El Rey se relaja cazando en las mejores fincas de España con algunas de las más reputadas escopetas nacionales: el ganadero Samuel Flores, propietario de la que dicen es la mejor finca de España con permiso de la del duque de Westminster. Alberto Alcocer, Miguel Primo de Rivera, el marqués de Cubas, su hermano (Griñón) y Juan Abelló, entre otros. Esta afición le ha reportado numerosas satisfacciones pero también una leve sordera en el oído derecho: gajes de un oficio, el de cazador, que es una bicoca para los otorrinos y culpa también de los incontables viajes en helicóptero. Lo cierto es que, dentro del sector cinegético, el que más y el que menos tiene «averiado» un oído u otro o los dos a la vez.

Siempre que puede se escapa con la escopeta a cuestas a la finca de los Flores, a las de Abelló, a la de la hermana de este último en Ciudad Real, a la de Alcocer o alguna de las propiedades que Patrimonio Nacional tiene repartidas a lo largo y ancho de la geografía nacional. De tanto en cuando aprovecha un hueco en un viaje oficial o en su agenda y pega un salto a Rumanía, Rusia o África para ampliar un curriculum que es la envidia de numerosos colegas de faena. Suele llevar como escuderos a alguno de los
golden retriever
de la perrera de La Zarzuela. Mascotas inmejorables en el esencial arte del rastreo.

Me imagino que el funcionamiento de los helicópteros, su personal, los gastos de desplazamiento, los perros y su cuidado, la seguridad, los invitados y todas estas minucias seguramente las pagamos entre todos, aunque sea imposible de saberlo. Es secreto de Estado. No me extraña que
monsieur
Poncelet sea tan amigo de España. ¡Qué película se está perdiendo Berlanga por falta de información y de guionistas!

PREGUNTAS PARLAMENTARIAS A CUENTA DE LA CAZA

Como esto de la caza ha sido recurrente en la pasada legislatura no he cometido el error de ERC de preguntar por la caza del rey sino por los acompañantes del rey a esas cacerías, el servicio diplomático que le acompaña o por la política exterior que es responsabilidad del Gobierno y por tanto susceptible de ser controlado. Aunque van a ver ustedes la sensibilidad democrática del Gobierno socialista para que se puedan controlar estas cosas.

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