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Authors: Friedrich Nietzsche

Tags: #Filosofía

Más allá del bien y del mal (26 page)

BOOK: Más allá del bien y del mal
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273

Un hombre que aspire a cosas grandes considera a todo aquel con quien se encuentra en su ruta, o bien co-mo un medio, o bien como una rémora y obstáculo, - o bien como un lecho pasajero para reposar. Su peculiar
bondad
, de alto linaje, para con el prójimo sólo es posible cuando él está en su altura y ejerce dominio. La impaciencia, así como su consciencia de haber estado condenado siempre a la comedia hasta aquel momento - pues incluso la guerra es una comedia y sirve de ocultación, de igual modo que todo medio sirve de ocultación a una finalidad -, le echan a perder todo trato humano: esa especie de hombre conoce la soledad y todas las cosas venenosísimas que la soledad tiene en sí.

274

El problema de los que aguardan. -
Se necesitan golpes de suerte, además de muchas cosas incalculables, para que un hombre superior, dentro del cual dormita la solución de un problema, llegue a actuar en tiempo aún oportuno - «a estallar», como podría decirse. De ordinario esto
no
acontece, y en todos los rincones de la tierra hállanse sentadas gentes que aguardan y que apenas saben hasta qué punto aguardan, y menos todavía que aguardan en vano. A veces también llega demasiado tarde la llamada despertadora, aquel azar que otorga «permiso» para obrar, - cuando ya la mejor juventud y la mejor energía para obrar se han gasta-do, a fuerza de estar sentadas y quietas; ¡y más de uno ha encontrado con espanto, justo cuando «se puso de pie», que sus miembros estaban dormidos y que su espíritu estaba ya demasiado pesado! «Es demasiado tarde» - se dijo, perdida ya la fe en sí mismo e inútil para siempre a partir de entonces -. ¿Acaso, en el reino del genio, el «Rafael sin manos» 192, entendida esta expresión en su sentido más amplio, constituiría no la excepción, sino la regla? - Quizá el genio no sea tan raro: pero sí lo son las quinientas
manos
que él necesita para tiranizar el χαιοός, «el momento oportuno» - ¡para coger el azar por los pelos!

275

Quien no
quiere
ver lo elevado de un hombre fija su vista de un modo tanto más penetrante en aquello que en él es bajo y superficial - y con ello se delata.

276

En toda especie de herida y de pérdida el alma inferior y más grosera se halla en mejores condiciones que el alma más aristocrática: los peligros de esta última tienen que ser mayores, su probabilidad de sufrir una desgracia y de perecer es incluso enorme, dada la multiplicidad de sus condiciones de vida. - En un lagarto un dedo perdido vuelve a crecer: no así en el hombre. –

277

-
¡Tanto peor! ¡Otra vez la vieja historia! Cuando uno ha acabado de construir su casa advierte que, mientras la construía, ha aprendido, sin darse cuenta, algo que
tendría que
haber sabido absolutamente antes de - comenzar a construir. El eterno y molesto «¡demasiado tarde!» - ¡La melancolía de todo lo
terminado!...

278

-
Caminante, ¿quién eres tú? Veo que recorres tu camino sin desdén, sin amor, con ojos indescifrables; húmedo y triste cual una sonda que, insaciada, vuelve a retornar a la luz desde toda profundidad - ¿qué buscaba allá abajo? -, con un pecho que no suspira, con unos labios que ocultan su náusea, con una mano que ya sólo con lentitud aferra las cosas: ¿Quién eres tú? ¿Qué has hecho? Descansa aquí: este lugar es hospitalario para todo el mundo - ¡recupérate! Y seas quien seas: ¿Qué es lo que ahora te agrada? ¿Qué es lo que te sirve para reconfortarte? Basta con que lo nombres: ¡lo que yo tenga te lo ofrezco! - «¿Para reconfortarme? ¿Para reconfortarme? Oh tú, curioso, ¡qué es lo que dices! Pero dame, te lo ruego. -» ¿Qué? ¿Qué? ¡Dilo! - «¡Una máscara más! ¡Una segunda máscara!»...

279

Los hombres de tristeza profunda se delatan cuando son felices: tienen una manera de aferrar la felicidad como si quisieran estrangularla y ahogarla, por celos, - ¡ay, demasiado bien saben que se les escapa!

280

«¡Mal! ¡Mal! ¿Cómo?, ¿no va - hacia atrás?» - ¡Sí! Pero entendéis mal a ese hombre cuando os quejáis de eso. Va hacia atrás como todo aquel que quiere dar un gran salto. - -

281

-
«¿Se me creerá? Pero yo solicito que se me crea: en mí, sobre mí, he pensado siempre sólo mal, sólo en casos muy raros, sólo de manera forzada, siempre sin placer `por el asunto', presto a divagar lejos dèmí', siempre sin fe en el resultado, gracias a una indomeñable desconfianza con respecto a la
posibilidad
del auto-conocimiento, la cual me ha conducido tan lejos que he llegado a percibir una
contradicdo in adjeto 
[contradicción en el adjetivo] en el concepto dèconocimiento inmediato' que los teóricos se permiten: - este hecho entero es casi lo más seguro que yo sé sobre mí. Tiene que haber en mí una especie de aversión
a creer
algo determinado sobre mí. - ¿Se esconde ahí acaso un enigma? Probablemente; pero, por fortuna, no uno para mis propios dientes. - ¿Tal vez esto delata la
species
a que yo pertenezco? - Pero no me lo delata a mí: que es lo que yo deseo. -»

282

«¿Pero qué te ha ocurrido?» - «No lo sé, dijo titubeante; quizá las arpías hayan pasado volando sobre mi mesa» 194. Hoy ocurre a veces que un hombre dulce, mesurado, discreto, se pone de repente furioso, rompe los platos, vuelca la mesa, grita, alborota, injuria a todo el mundo - y acaba por irse de allí avergonzado, rabioso contra sí mismo, - ¿hacia dónde?, ¿para qué? ¿Para morir de hambre en su aislamiento? ¿Para asfixiarse con su recuerdo? - Quien tenga los deseos propios de un alma elevada y descontentadiza y sólo raras veces encuentre puesta su mesa, preparado su alimento, correrá en todas las épocas un gran peligro: pero éste es hoy extraordinario. Arrojado dentro de una época ruidosa y plebeya, con la cual no le gusta comer de
un mismo
plato, fácilmente puede perecer de hambre y de sed, o, en el caso de que acabe por «alargar la mano», - de una náusea repentina. - Probablemente todos nosotros nos hemos sentado ya a mesas que no eran las nuestras; y precisamente los más espirituales de nosotros, los que somos más difíciles de alimentar, conocemos aquella peligrosa
dyspepsia
[alteración digestiva] que se deriva de un conocimiento y un desengaño repentinos acerca de nuestra comida y de nuestros vecinos de mesa, - la
náusea de los post-res.

283

Suponiendo que queramos alabar, constituye un autodominio sutil y a la vez aristocrático el alabar siempre tan sólo cuando
no
estamos de acuerdo: - de lo contrario nos alabaríamos, en efecto, a nosotros mismos, lo cual va contra el buen gusto - desde luego es ése un autodominio que ofrece una ocasión y un motivo magníficos para ser constantemente
malentendidos.
Para que nos sea lícito permitirnos ese verdadero lujo de gusto y de moralidad tenemos que vivir, no entre los cretinos del espíritu, sino más bien entre hombres a quienes incluso los malentendidos y las equivocaciones los diviertan a causa de su sutileza, - ¡o tendremos que pagarlo caro! - «Él me alaba:
por lo tanto
, me da la razón» - esta asnada de deducción lógica nos echa a perder media vida a nosotros los eremitas, pues introduce a los asnos entre nuestros vecinos y amigos.

284

Vivir con una dejadez inmensa y orgullosa; siempre más allá. - Tener y no tener, a voluntad, afectos propios, pros y contras propios, condescender con ellos, por horas;
montar
nos sobre ellos como sobre caballos, a menudo como sobre asnos: - hay que saber aprovechar, en efecto, tanto su estupidez como su fuego. Re-servarnos nuestras trescientas razones delanteras, también las gafas negras: pues hay casos en los que a nadie le es lícito mirarnos a los ojos y aún menos a nuestros «fondos». Y elegir como compañía ese vicio granuja y jovial, la cortesía. Y permanecer dueños de nuestras cuatro virtudes: el valor, la lucidez, la simpatía, la soledad. Pues la soledad es en nosotros una virtud, por cuanto constituye una inclinación y un impulso sublimes a la limpieza, los cuales adivinan que en el contacto entre hombre y hombre - «en sociedad» -las cosas tienen que ocurrir de una manera inevitablemente sucia. Toda comunidad nos hace de alguna manera, en algún lugar, alguna vez - «vulgares».

285

Los acontecimientos y pensamientos más grandes - y los pensamientos más grandes son los acontecimientos más grandes - son los que más se tarda en comprender: las generaciones contemporáneas de ellos no tienen la
vivencia
de tales acontecimientos, - viven al margen de ellos. Ocurre aquí algo parecido a lo que ocurre en el reino de los astros. La luz de los astros más lejanos es la que más tarda en llegar a los hombres; y antes de que haya llegado, el hombre
niega
que allí - existan astros. «¿Cuántos siglos necesita un espíritu para ser comprendido?» - éste es también un criterio de medida, con él se crean también una jerarquía y una etiqueta cuales se precisan: para el espíritu y para el astro. -

286

«Aquí la vista es despejada, el espíritu está elevado» - Existe, sin embargo, una especie opuesta de hombres, la cual también está en la altura y también tiene despejada la vista - pero mira
hacia abajo.

287

-
¿Qué es aristocrático? ¿Qué continúa significando hoy para nosotros la palabra «aristocrático»? ¿En qué se delata, en qué se reconoce el hombre aristocrático, bajo este cielo pesado y cubierto del dominio incipiente de la picbe, que vuelve opaco y plomizo todo? - No son las acciones ías que constituyen su demostración, - as acciones son sie .prt ambiguas, siempre insondables -; tampoco son i as «obras»Entre los artistas y los doctos encontramos hoy muchos que delatan con sus obras que un profundo deseo los empuja hacia lo aristocrático: pero justo esa necesidad
de lo
aristocrático es radicalmente distinta de las necesidades del alma aristocrática misma y, en realidad, el elocuente y peligroso síntoma de su carencia. No son las obras, es la
fe
la que aquí decide, la que aquí establece la jerarquía, para volver a tomar una vieja fórmula religiosa en un sentido nuevo y más profundo: una determinada certeza básica que un alma aristocrática tiene acerca de sí misma, algo que no se puede buscar, ni encontrar, ni, acaso, tampoco perder. - El
alma
aristocrática se respeta a sí misma. -

288

Hay hombres que inevitablemente tienen espíritu, aunque anden con los rodeos y pretextos que quieran y aunque se tapen con las manos los ojos delatores (- ¡como si la mano no fuera un delator! -): al final siempre resulta que ellos tienen algo que ocultar, a saber: espíritu. Uno de los medios más sutiles para disimular, al menos durante el mayor tiempo posible, y para fingir, con éxito, que uno es más estúpido de lo que es - cosa que en la vida vulgar es a menudo tan deseable como un paraguas - llámase
entusiasmo:
sumando a éste lo que de él forma parte, por ejemplo la virtud. Pues, como dice Galiani, que tenía que saberlo -:
vertu
est enthousiasme
[virtud es entusiasmo].

289

En los escritos de un eremita óyese siempre también algo del eco del yermo, algo del susurro y del tímido mirar en torno propios de la soledad; hasta en sus palabras más fuertes, hasta en su grito continúa sonando una especie nueva y más peligrosa de silencio, de mutismo. Quien durante años y años, durante días y noches ha estado sentado solo con su alma, en disputa y conversación íntimas con ella, quien en su caverna - que puede ser un laberinto, pero también una mina de oro - convirtióse en oso de cavernas, o en excavador de tesoros, o en guardián de tesoros y dragón: ése tiene unos conceptos que acaban adquiriendo un color crepuscular propio, un olor tanto de profundidad como de moho, algo incomunicable y repugnante, que lanza un soplo frío sobre todo el que pasa a su lado. El eremita no cree que nunca un filósofo - suponiendo que un filósofo haya comenzado siempre por ser un eremita - haya expresado en libros sus opiniones auténticas y últimas: ¿no se escriben precisamente libros para ocultar lo que escondemos dentro de nosotros? - incluso pondrá en duda que un filósofo
pueda
tener en absoluto opiniones «últimas y auténticas», que en él no haya, no tenga que haber, detrás de cada caverna, una caverna más profunda todavía - un mundo más amplio, más extraño, más rico, situado más allá de la superficie, un abismo detrás de cada fondo, detrás de cada «fundamentación». Toda filosofía es una filosofía de fachada - he ahí un juicio de eremita: «Hay algo arbitrario en el hecho de que él permaneciese quieto aquí, mirase hacia atrás, mirase alrededor, en el hecho de que no cavase más hondo
aquí
y dejase de lado la azada, - hay también en ello algo de desconfianza». Toda filosofía
esconde
también una filosofía; toda opinión es también un escondite, toda palabra, también una máscara.

290

Todo pensador profundo tiene más miedo a ser entendido que a ser malentendido. A causa de lo último padece tal vez su vanidad; a causa de lo primero, en cambio, su corazón, su simpatía, que dice siempre: «Ay, ¿por qué queréis vosotros que las cosas os pesen tanto como a mí?»

291

El hombre, animal complejo, mendaz, artificioso e impenetrable, inquietante para los demás animales no tanto por su fuerza cuanto por su astucia y su inteligencia, ha inventado la buena conciencia para disfrutar por fin de su alma como de un alma
sencilla; y
la moral entera es una esforzada y prolongada falsificación en virtud de la cual se hace posible en absoluto gozar del espectáculo del alma. Desde este punto de vista acaso formen parte del concepto de «arte» más cosas de las que comúnmente se cree.

292

Un filósofo: es un hombre que constantemente vive, ve, oye, sospecha, espera, sueña cosas extraordinarias; alguien al que sus propios pensamientos golpean como desde fuera, como desde arriba y desde abajo, constituyendo su especie peculiar de acontecimientos y rayos; acaso él mismo sea una tormenta que camina grávida de nuevos rayos; un hombre fatal, rodeado siempre de truenos y gruñidos y aullidos y acontecimientos inquietantes. Un filósofo: ay, un ser que con frecuencia huye de sí mismo, que con frecuencia se tiene miedo a sí mismo, - pero que es demasiado curioso para no «volver a sí mismo» una y otra vez...

293

Un hombre que dice: «Esto me agrada, esto yo me lo apropio y quiero protegerlo v defenderlo contra todos»; un hombre que puede sostener una causa, cumplir una decisión, guardar fidelidad a un pensamiento, retener a una mujer, castigar y abatir a un temerario; un hombre que tiene su cólera y su espada, ya¡ cual los débiles, los que sufren, los oprimidos, también los animales, se allegan con gusto y le pertenecen por naturaleza, en suma, un hombre que por naturaleza es señor, - cuando un hombre así tiene compasión, ¡bien!, 
¡esa
compasión tiene valor! ¡Qué importa, en cambio, la compasión de los que sufren! ¡O de los que incluso predican compasión! Hay hoyen casi todos los lugares de Europa una sensibilidad y una susceptibilidad morbosas para el dolor, y asimismo una repugnante incontinencia en la queja, un enternecimiento que quisiera adornarse con la religión y con los trastos filosóficos para parecer algo superior, - existe un verdadero culto del sufrimiento. La
{alta de virilidad
de io que en tales círculos de ilusos se bautiza con el nombre de compasión es lo primero que, a mi parecer, salta siempre ala vista. - Hay que desterrar con energía y a fondo esta novísima especie del mal gusto; y yo deseo en fin que, para combatir esto, la gente se ponga en el corazón y en el cuello el buen amuleto del «gai
saber», - la «fráhííche Wisssenschaft»
, para aclarárselo a los alemanes.

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