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Authors: Pablo Tusset

Tags: #humor

Sakamura, Corrales y los muertos rientes (26 page)

BOOK: Sakamura, Corrales y los muertos rientes
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La Reina dio un bufido de resignación antes de colgar y tenderle el teléfono inalámbrico al chambelán:

—Anda, márcame el número del Truchaloca, que está visto que en este país de intrigantes o se menea la monarquía o no se pone ni el huevo.

El Ministro Berto estaba reunido con Pachorra del Cuajo tratando de maquillar unas estadísticas macroeconómicas bastante feas cuando sonó en su teléfono el politono identificativo de la Reina:

Mi jacaaa, galopa y corta el viento cuando pasa por el puerto, caminíto de jeréeee...

—Majestad, qué gran honor recibir su llamada, precisamente ahora mismo estábamos ponderando la labor democrática de la monarquía... —empezó a mentir Berto con su mejor talante socialista.

—Déjate de lamerme el culo y localiza a un tal comisario FréreJacques en la central de la Interpol en Lyon. Allí tienen la máquina que les robaron a los catalanes.

—Gracias a Dios —dijo Berto, olvidando por un momento su acrisolado agnosticismo.

—Pues espabila. Y no quiero que me volváis a hablar de emergencias nacionales en lo que os queda de legislatura: ni tú ni tu amigo el Presidente, que entre vosotros y los republicanos me estáis dando un verano que pa qué.

Diez minutos después, el Ministro Berto hablaba con mademoiselle Frigidorie, la secretaria del comisario, y dos minutos más tarde, interrumpiéndolo mientras departía sobre medusas sudasiáticas con el doctor Alain Pelon, pudo ponerse en comunicación directa con él.

La conversación se desarrolló en frangais, naturalmente, lo que no le impidió a Berto usar su talante para inventar el drama en que se veía sumido el Pre sidente de l`Espagne, secuestrado por unos crueles Innombrables que lo habían reconectado a una lengua incomprensible y que ahora —siempre según la versión de Berto— clamaba por recuperar su amado idioma materno, no ya por razones de gobierno, ni siquiera de seguridad del Estado, sino sobre todo para volver a poder comunicarse con sus hijitas, dos adorables niñas de tierna edad que desde hacía dos días andaban llorando por los pasillos del Hospital de La Paz.

Quizá debido a que el comisario FréreJacques era hombre de corazón blando, o quizá porque no convenía que la reconexión neuronal de un presi dente de gobierno europeo trascendiera a la opinión pública (o quizá porque la Interpol no depende de ningún organismo oficial conocido y sus dirigentes pueden hacer lo que les dé la gana) el comisario accedió a enviar el Reconector a Madriz. A condición, eso sí, de que no lo usaran más que para devolver al Presidente a su estado normal y después lo devolvieran intacto, condiciones a las que Berto accedió de inmediato.

Lo siguiente que hizo el Ministro del Interior y, ya por poco tiempo, Presidente en funciones, fue llamar al Hospital de La Paz para que el doctor Cafarell, que seguía desplazado en Madriz, preparara para aquella misma noche la pantomima prevista con miras a reconectar al Presidente Paquito sin que él se enterase.

A su vez, el doctor Cafarell, que en el momento de recibir la llamada se hallaba tomándose un güisqui doble en la cafetería del hospital, se apresuró a volver a la habitación del Presidente para anunciarle: —Buenas noticias, señor Presidente: he hablado con el director médico y parece que, en cuanto le hagamos una última prueba en el microescáner de resonancia en diapasón, podremos darle el alta. Esta misma noche podrá dormir en casa.

Zer dio ergel horrek? (
¿Qué dice el imbécil éste?)
—le preguntó el Presidente Paquito a su traductora, la enfermera Itziar, que ya se había pintado las uñas de los pies de cinco colores diferentes.

El 26 de julio amaneció tan soleado como cabía esperar en pleno verano. Los turistas empezaban a copar la enorme playa de Calabella y la avenida se veía alegremente recorrida por transeúntes en chanclas y algún descapotable encarnado aquí y allá, como una encendida amapola adornando el tráfico.

Corrales había quedado para recoger al inspector y acompañarlo a la estación de autobuses a las 9 en punto, pero llegó a la recepción del hotel Costa Brava con dos minutos de antelación, afeitado y ya con su uniforme de guardia civil de aduanas impecablemente planchado. Allí esperó escuchando la emisora de radio que tenía puesta el recepcionista, que alternaba los titulares del día con cuñas de declaraciones grabadas aquella misma mañana:

«El Presidente del Gobierno ha comparecido a primera hora en Los Despertares de la Uno, donde, al ser requerido al respecto, ha sido parco en explica ciones respecto a su reciente viaje oficial a Laponia: »En Laponia todo ha ido bien, muy bien, tanto es así que estamos convencidos de que en breve podremos superar la crisis y acabar con las tensiones nacionalistas, y eso va a ser gracias a todos los españoles y españolas que confían en la labor del gobierno... —explicaba la voz del Presidente Paquito, ya con su habitual acento palentino y su talante socialista progre español.»

A las nueve en punto, el inspector salió del ascensor con su equipaje, que consistía en un enorme bolso de tela con estampado de cachemira.

—A los buenos días, Maestro —saludó Corrales, exultante—. Pa que vea que yo también sé llegar pronto.

—Ah, sí: Corrales mucho madruga...

—Buá: y eso que la parienta se me puso besucona anoche... Al principio no se creía nada de lo que le conté y casi me da un sartenazo por no llamar por te léfono; pero como le traje de Andorra un perfume de los caros, treinta eurazos que me costó... En fin, venga, que nos da tiempo a tomar una cañita antes de que salga el autocar. Hoy invito yo, pa que vea que la Guardia Civil también s'estira.

Salieron del hotel, caminaron por la acera de la avenida y tomaron la primera travesía a la izquierda. Justo en la esquina de la parada de autobuses, entra ron en el bar La Parrilla, donde Corrales solía tomar el Sol y Sombra de primera hora y alguna cañita siempre que el servicio le daba ocasión.

—Chst, Santi, que vengo con un colega de la Interpol: a ver si nos atiendes como es debido. —Coño, Corrales, pensaba que t'habían procesao por apropiación indebida de mercancía en tránsito —dijo el aludido, que en sus ratos libres era abogado—: como ayer no se te vio el pelo... —Cuidadín: un respeto a la Guardia Civil, que venimos de misión especial por to'1 extranjero... —Ya...

—Joder: otro desconfiao... —se quejó Corrales—. A ver, sírvenos aquí lo que el inspector demande.

El inspector quiso «agua de cristal puro, no tan frío», y Corrales, ya muy avezado en traducir al Maestro, pidió la correspondiente agua mineral del tiempo y una cerveza para él.

—¿No le apetece alguna fruta de bola española, o algo pa picar? —añadió, mirando al Maestro un momento—. Yo me comería unos boqueroncitos, que aquí los traen directos de la barca y la hermana del Santi los reboza qu'están pa chuparse los dígitos.

—Que hoy no hay boquerones, Corrales, que no te enteras —dijo el Santi, plantándole delante la portada de La Vanguardia que estaba encima del mostrador—. ¿No has leído los periódicos, que hablan de Calabella?

Corrales leyó en voz alta la noticia que le señalaban:

«El veneno de medusa responsable de los cuatro misteriosos fallecimientos de Calabella. Pág. r7», decía el titular a una columna, bajo la foto submarina de una medusa bastante aburrida que parecía llevar un gorro con borla.

—Coño, a ver si también salimos nosotros —dijó Corrales antes de apresurarse a leer los detalles en el interior:

«Según nota de prensa difundida ayer por el comisario FréreJacques, de la Interpol, un pesquero que ya ha sido identificado pudo haber comprado en un bazar chino varios sacos de pienso de medusa de una especie sumamente tóxica, conocida como Gorro de Dormir. Este tipo de harinas de medusa, aunque elaboradas a partir de otras variedades completamente inocuas, se usan en países del sudeste asiático esparciéndose en el agua a modo de cebo para atraer a los bancos de boquerones. Según el doctor Alain Pelon, también de la Interpol, la corriente pudo desplazar cierta cantidad de esa sustancia flotante hacia el lugar donde los cuatro desafortunados turistas nadaban, lo que sin duda los expondría a entrar en contacto con ella por vía oral y/o cutánea, en especial en la zona de la cara que queda justo en la superficie al nadar. Eso explicaría la peculiar "sonrisa de felicidad" que presentaban los cuatro cadáveres hallados, ya que el veneno de la Gorro de Dormir produce fuertes contracciones musculares que podrían haberles afectado el músculo irrisorio. Fuentes consultadas del Departament de Sanitat de la Generalitat de Cata — lunya se remiten al informe de la Interpol y garantizan la seguridad para los bañistas en la Costa Brava, aunque, a efectos meramente preventivos, desaconsejan el consumo de boquerón capturado en los últimos tres días.»

—Joder, y de nosotros ni pío, Maestro... ¿Pero lo ve, como tenía yo razón?, ¿no le tenía dicho que todo esto iba a ser cosa de las medusas?

—Ah, sí: Corrales Gran Buda —dijo el inspector, achinando aún más sus ojos invisibles en una sonrisa pícara de estilo
Zen
.

—Pa que vea: yo me di cuenta en cuanto vi al alemán en el yate... Lo que no me cuadra es qué coño tiene que ver la máquina esa que llevaban los vascos en la furgoneta...

—Sssht: gran secreto —dijo el Maestro, haciendo un gesto con el índice sobre los labios—. Tú no habla gente de máquina muy misteriosa...

—Ah, cojonudo: yo con la Interpol a muerte, pa secretos o pa lo que sea... Pero lo de la pelea sí que lo puedo contar, ¿no? ¿S'acuerda cómo capturamos a los dos grandullones...?; buá..., anda que no les dimos la del pulpo... ¿Y el interrogatorio que le hicimos al inglés y a la holandesa de las flores? ... Sicología pura...

La alegre rememoranza de Corrales se interrumpió al poco, cuando vieron llegar tras las cristaleras el autocar con destino a Can Fanga, en cuyo aeropuerto debía tomar el inspector su vuelo a Lyon.

Corrales se ocupó de cargar el equipaje en el maletero y se despidió del inspector junto a la escalerilla de entrada.

—Bueno, Maestro, ya sabe dónde estamos, a ver si se pasa por aquí a investigar un poco de vez en cuando, o al menos a comerse un arroz hervido d'esos suyos...

—Aaaah, sí: amigos para siempre, naino, naino, naiono, na... —canturreó el inspector. Luego saludó en gasso y subió al autocar, donde ocupó un asiento junto a la ventanilla.

Corrales, que se ponía más bien blando en estas ocasiones, ya se había despedido agitando la mano e iniciado la vuelta al bar La Parrilla para tomarse una cañita antes de reintegrarse a la oficina de aduanas, cuando se oyó la voz del inspector, de nuevo asomado a la puerta del autocar, que gritaba:

—Una cosa sola: vista a las diez.

Corrales miró en la dirección indicada y se encontró a una portentosa morena en bikini que cruzaba la plaza en dirección a la playa.

—Ah, sí: mucho culo español de chochete moreno —aún oyó que gritaba el inspector, mientras el conductor del autocar accionaba el mecanismo hidráulico de cerrar las puertas y emprendía la marcha.

Epílogo

Pocos meses después de los hechos detallados, los cónyuges de los extranjeros muertos en Calabella recibieron la Creu de Sant Borni, distinción que otorgaba la Generalitat de Catalunya a los caídos en acta de turismo —excepción hecha del ginebrino del Escarabajo, que como no tenía cónyuge conocido, fue homenajeado a través de un amigo suyo de Can Fanga, un señor con bigote que compareció en la ceremonia vestido de cuero y adornado con vistosas cadenas sobre el pecho increíblemente peludo.

Cinco de los otros seis extranjeros reconectados —el argentino, el magrebí, la peruana, la italiana y el francésno presentaron ulteriores síntomas que hi cieran temer por su salud, aunque sí ramalazos tales como guardar todas las bolsas de plástico del supermercado o patearse los bosques en busca de rovellons, llanegues, peus de rata y otras delicias micológicas. Pese a su perfecto catalán hablado, ninguno de ellos llegó jamás a obtener el inextricable Certificat C de catalá, de modo que sus oportunidades en el mercado laboral no mejoraron inmediatamente. El magrebí y la peruana siguieron en sus empleos precarios y mal remunerados hasta finalizada la crisis, cuando llegó una nueva hornada de inmigrantes ilegales para hacer el trabajo sucio; el argentino aprovechó su bilingüismo lunfardocatalán para trapichear sin suscitar la desconfianza que siempre suscitan los argentinos en cuanto hablan de negocios; el francés, que ya era hijo de rico antes de la reconexión, siguió siendo artista, pero abandonó la abstracción brutalista y le dio por pintar teleféricos blandos y otras genialidades surrealistas; y la italiana participó con gran éxito en Gran Hermano 23, donde protagonizó la primera liposucción en directo desde la casa de Guadalix.

El brasileño Ricardinho, sin embargo, se las ingenió a través de su representante para someterse a una nueva reconexión neuronal para aprender caraban chelí —cheli para abreviar—, lo que, apenas a la temporada siguiente, le valió para fichar por el Real Madriz cobrando un to por ciento más que en el Can Fanga.

Satrústegui el gord..., el
Lehendakari
, presentó una ingeniosa propuesta de aproximación a la independencia de Euskal Herria, consistente en la convo catoria de un referéndum para preguntarles a los vascos y las vascas si querían formar parte del Estado español los laborables de lunes a viernes y librar los fines de semana, vacaciones y fiestas de guardar. Inexplicablemente, la iniciativa no encontró comprensión entre las instituciones del Estado invasor, que opusieron toda clase de estúpidas trabas constitucionales.

Nicolás, el Presidente de Aragón, presentó otra igualmente novedosa propuesta para convertir los Monegros en base de despegue para los cohetes de la Agencia Espacial Europea. El proyecto incluía —además de un museo dedicado a la poco conocida época galáctica de Goya— originales puestos para vender souvenirs temáticos tales como cascos de astronauta con cachirulo y estaciones orbitales en forma de basílica del Pilar. Tampoco él obtuvo el apoyo que merecía por parte del Gobierno Central.

El
President
de la Generalitat de Catalunya fue reelegido doce veces, en una de las carreras políticas más largas que se recuerdan. En ese largo periplo llegó a acariciar su viejo objetivo de que los impuestos que pagaban los catalanes se quedaran en Cataluña; sin embargo, cuando la nueva ley fiscal estaba ya en trámite parlamentario en Madriz, el alcalde de Baqueira Beret y un nutrido grupo de potentados de Vielha solicitaron a la Generalitat que sus impuestos tampoco salieran del Valle de Arán; una semana después, varias localidades costeras del alto y bajo Ampurdán solicitaron lo propio respecto a sus contribuciones tributarias, y, ya extendida la fiebre de la autodeterminación fiscal a la mismísima capital catalana, el acomodado barrio de Pedralbes se negó en pleno a que sus dineros se gastaran en otros distritos de la ciudad, siempre tan sucios y atestados de inmigrantes de color oscuro. Llegados a este punto, el
President de la Generalitat
carraspeó un poco y, con elegante naturalidad, se pasó por Madriz y retiró su proyecto de financiación autonómica.

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