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Authors: Pablo Tusset

Tags: #humor

Sakamura, Corrales y los muertos rientes (24 page)

BOOK: Sakamura, Corrales y los muertos rientes
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Por encima de él, estirado boca abajo a lo ancho del techo del Voyager, el inspector se provocó una especie de espasmo muscular para voltearse como una tortilla. Una vez boca arriba, realizó un movimiento sin duda emparentado con el break dance que le hizo rotar 18o grados con eje en su espinazo. Luego volvió a voltearse al estilo tortilla española y, al cabo exactamente de 1,7 segundos, estaba con la cabeza sobre la ventanilla donde antes tenía los pies —y viceversa.

En esos breves 1,7 segundos, el Encapuchado n.° 6 no esperaba que la cabeza invertida del inspector apareciera de pronto en su lado del coche, de modo que, pese a su portentoso cerebro, la simple precaución de haber subido el cristal no se le había ocurrido todavía. Sin duda eso facilitó la acción del inspector, quizá junto con el hecho de que el portentoso cerebro de n.° 61e aconsejara presentar dócilmente ambas manos unidas en la esperanza de ahorrarse lesiones en los carpios.

En el asiento de atrás, no fue la misma la reacción de la Encapuchada n.° 1, quien, comprendiendo que habían quedado inmovilizados, salió del habitáculo dispuesta a «chafarle los morros a este desgraciao sin ojos», según le anunció de viva voz a todo aquel que quisiera estar informado de sus proyectos a corto plazo. El Encapuchado n.° 4, por su parte, se vio impulsado a salir también a fin de proteger caballerosamente a su impetuosa compañera.

Mientras, el inspector, que de pie sobre el techo del coche los vio abrir las portezuelas traseras, hizo unos pases mágicos de kung fu —iko ishoooo—, sacó de al guna parte otros dos juegos de esposas para hacerlos girar al estilo ninja —whu, ushuuuuuo—, y dio un salto mortal que le habría valido una medalla de oro olímpica de haber existido la modalidad «Salto de furgoneta con esposas»: üiüiaaa sho, ikaaaai?

Tras la portentosa pirueta fue a caer en el suelo en perfecto equilibrio elástico sobre las dos piernas ligeramente abiertas, pero justamente allí lo esperaba la Encapuchada n.° 1, quien, con las botas ya abrochadas y arremangándose la falda de tubo sin reparo por mostrar sus más íntimas prendas, soltó un patadón de empeine que fue a dar en pleno chacra genital del venerable Maestro, a lo cual, al venerable Maestro se le vio el blanco de los ojos por primera vez en este relato; acto seguido pronunció una larga «o», dejó caer las esposas en un estilo más bien poco
Zen
, y, sin más protocolo, se llevó las manos a la entrepierna y cayó de lado sobre el suelo de cemento.

Ante tamaña acción de violencia de género, tanto el Encapuchado n.° 4 como Corrales —que había asistido a ella desde más lejos— se llevaron también las manos a sus propias partes blandas y fruncieron la cara como si les hubieran dado a lamer un limón.

—Venga, quítale las llaves de las esposas que yo me encargo del otro —le dijo la Encapuchada n.° 1 a su compañero n.'4.

El «otro», naturalmente, era Corrales, que, dada la rapidez con que se habían sucedido los hechos, no había tenido tiempo de imponer su autoridad.

Hacia él avanzó la Encapuchada n.° 1 haciendo gestos de desplante:

—Y tú, Travolta, me vas a dar problemas, o qué...?

Pero Corrales no tuvo tiempo tampoco de pedirle a la señorita delincuente con botas un respeto a la Guardia Civil, porque, procedente de algún lugar a sus espaldas, sonó otra voz femenina:

—Mmmm: me temo, querida, que los problemas te los voy a dar yo —dijo la Agente 69, que, siguiendo a los de Pronosti desde la plaza, había ido sacando del bolso su Black Hammet calibre 5,23, pequeña pero juguetona.

La Encapuchada n.° 1 se detuvo un momento para considerar a aquel putón fascista que apuntaba con la pistola como si estuviera posando para un fotógrafo:

—Y tú quién coño eres y a qué te metes... —Oh: digamos que no es muy amable robarle su Victoria's Secret a una dama que sabe manejar un arma, y mucho menos estropearle su pequeña Porsche. Son prendas tantan personales... Pero ahora, ¿querrías ponerte esas esposas, querida, tú y este amigo tuyo tantan guapo?

—Dice que ni hablar, que a él no le vuelve a reconectar las neuronas ni san Blas —tradujo Itziar en tono cansino, mientras se pintaba las uñas de los pies sentada como un indio en la butaca de las visitas.

—Si es por tu bien, Paquito —dijo la Primera Dama, que tenía los ojos congestionados y la nariz irritada de tanto pasarse el pañuelo.

—Por tu bien y el de las niñas —apoyó Berto—, y además no puedes aparecer en televisión en estas condiciones....

Zer dio ergel horrek?
QQué coño dicen?)
—preguntó el Presidente Paquito, visiblemente irritado.

Itziar hizo la traducción al euskera, escuchó la larga e iracunda respuesta del Presidente y, en contraste con la vehemencia que expresaba el original, tradujo al castellano arrastrando las vocales de pura desgana:

—Dice que es ilegal secuestrar al Presidente del Gobierno en un hospital puuuúblico; que su lengua es el euskeeeera; que si a ustedes eso les parece una en fermedad es que son unos fasciiiistas; que las auxiliares de enfermería son unas santas y, sobre todo, que está hasta las pelotas de repetir siempre lo mismo... ¿Lo quieren oír en verso?

El doctor Cafarell, que había llegado a Madriz en el puente aéreo de las nueve, hizo un discreto gesto hacia Berto y la Primera Dama para invitarlos a salir de la habitación y hablar un momento en privado.

—Permítanme una pregunta... —les dijo en el pasillo, cuando se hubieron alejado unos metros de la puerta y los dos policías nacionales de paisano que la custodiaban—. Desde el punto de vista ético más que legal, ¿necesitamos su autorización?, ¿no bastaría la de su esposa, teniendo en cuenta las circunstancias?

—¿Su autorización para qué? —preguntó a su vez Berto, que estaba un poco espeso.

—Quiero decir... ¿Ha tenido usted en cuenta que sería posible someterlo al Reconector sin que él se entere, camuflado en alguna de las pruebas que le están haciendo aquí?

Berto miró a la Primera Dama, que se sintió interpelada:

—Quiere decir..., reconectarlo sin su permiso, para que vuelva a hablar normal, aunque él no quiera...

—Bueno, al fin y al cabo, la reconexión al euskera le fue inducida a la fuerza —justificó su idea el doctor Cafarell—, fue un acto de violencia en toda regla, y nosotros no estaríamos haciendo más que restituirlo a su estado normal... No sé si eso sería políticamente correcto, pero quizá deberíamos considerar la vertiente familiar del asunto, y no tanto la institucional...

—Es un punto de vista, y si se trata de una recomendación médica —dijo Berto, mirando a la Primera Dama esperanzado.

—Bueno, tal como yo lo veo —quiso el doctor cubrirse las espaldas—, no se trata de un problema médico puesto que el sujeto no corre ningún peligro, ni quedándose así, ni siendo restituido a su mapa neuronal de origen. Pero si nos decidiéramos por lo segundo, lo único que necesitaríamos sería disponer del Reconector y de una autorización de la esposa, exactamente lo mismo que si estuviera inconsciente y hubiera que operarlo.

—¿Tendríamos tu autorización? —preguntó Berto, de nuevo mirando a la Primera Dama.

A ella se le acumuló un poco de agüilla en los párpados inferiores:

—¿Seguro que no le pasaría nada malo?

—La probabilidad es despreciable —contestó el doctor Cafarell—. Sería mucho más peligroso extirparle el apéndice.

>—Yo lo único que quiero es que vuelva a ser mi Paco de antes; si lo ven así las niñas...

—Entonces creo que ya tenemos la autorización de la esposa —dijo Cafarell.

—Ahora sólo nos falta encontrar un maldito Reconector... A ver si estos putos catalanes espabilan... —dijo Berto, sin recordar que el doctor Cafarell, pese a lo discreto de sus eles, era natural de Can Fanga.

Corrales trataba de consolar al inspector, que todavía no se había recuperado completamente del patadón: —Ya lo sé, Maestro: si a mí me ha dolido namás de verlo, pero tiene que saltar sobre los talones, como los futbolistas, si se queda tirao en el suelo le va a durar más...

—¿Queremos hablar con un abogado abertzale, y que se nos lean los derechos en euskera —gritaba la Encapuchada n.° 1, esposada a una tubería junto a n.° 4—, sois unos cochinos fascistas, y en cuanto se entere nuestra gente os van a poner mirando a Iruña...

El resto de los Encapuchados permanecían en silencio con ese abatimiento que produce la derrota; incluso los chicarrones de Pronosti habían renunciado a sus contorsiones eróticoescapatorias para dejarse caer, exhaustos y jadeantes, el uno sobre el otro.

Jazmín comprobó la integridad de su documentación falsa andorrana y de los diez fajitos de billetes que completaban too.ooo euros. Después los guardó con la Black Hammet en su bolso de Loewe, justo un segundo antes de que llegaran dos coches de la policía andorrana, sin duda alertados por el vigilante a cargo de las cámaras de seguridad del parquin.

Ambos vehículos irrumpieron con las luces rotatorias encendidas y, nada más detenerse en un frenazo brusco, se abrieron las portezuelas delanteras del primero y salieron de él dos policías —uno macho y el otro hembra—, ambos con una mano en la cartuchera y la otra en la porra. Sus compañeros permanecieron dentro del segundo coche pero igualmente prestos a desenfundar lo que fuera menester.

—Policía —dijo el policía macho, por si alguno de los presentes no había visto ni el coche patrulla ni sus uniformes con gorra, arma corta y porra grande. Luego saludó llevándose el índice y el corazón junto a las gafas de espejo y movió los ojos alternativamente entre Jazmín y Corrales, que, a pesar del atuendo del segundo, eran los que aparentaban más presencia de ánimo teniendo en cuenta que el resto estaban esposados en posiciones absurdas o dando saltitos sobre los talones.

Pero la Encapuchada n.° 1 se adelantó a la respuesta a voz en grito:

—¿Estos fascistas españoles nos han atacado: somos ciudadanos vascos, tenemos derecho a hablar con el embajador de Euskadi en Andorra! exigió con gran aplomo, más que nada por ver si colaba.

Pero el policía macho persistió en mirar a Jazmín, en concreto por debajo de su barbilla y por encima de su ombligo.

—Mmmm: oh, gracias a Dios que ha llegado usted, estaba tantan asustada...

—¿Qué ha ocurrido aquí, quién ha esposado a estas personas? —le preguntó a Corrales la policía hembra, más bajita y rechoncha que el macho pero dotada de una porra igual de intimidante.

—Guardia Civil española, descanse, bonita —le dijo Corrales—. Verá usté: aquí el inspector Sakamura de la Interpol se lo explicará todo en cuanto se recupere del altercado en el plexo sexual que le ha administrado aquella energúmena de las botas...

La policía hembra pensó que aquel tipo vestido de Travolta tenía toda la pinta de traficar con algo sucio, y la fulana de lujo que le hacía morritos al pa panatas de su compañero tampoco parecía de mucho fiar. De hecho, ambos tenían todo el aspecto de haber estado torturando a aquellos grandullones esposados y al pobre chino que daba saltos.

Pero el chino que daba saltos se había recuperado lo suficiente como para agitar por encima de la cabeza una placa dorada de la Interpola

El
President
de la Generalitat y el
Conseller
de Presidéncia estaban siguiendo una especie de eslálon peripatético sorteando lentamente los arbolitos del Pati dels Tarongers.

—Perdona: el Aeroret... —se disculpó el
President
por el desliz corto y seco que acababa de escapársele—. Eh..., a lo que íbamos: en el caso de que encontremos a alguien en Oriente Medio que nos vendiera otro Reconector, habrá que volver a escaquear un pico del presupuesto, así que a ver qué se nos ocurre...

—Bueno, podríamos recortar algunos servicios de sanidad... —propuso el
Conseller
, en su incompetencia de segundón.

—No seas cenutrio, caray: la sanidad no se recorta nunca, ¿no ves que todo el mundo se fija en eso? Tiene que recortarse siempre lo que pase más desapercibido... Educación, por ejemplo, que no se nota el efecto hasta que pasa una generación entera. —Pero ya sisamos en horas de Lengua Española para comprar el primer Reconector: como no recortemos ahora en parvularios... —volvió a proponer torpemente el
Conseller
.

El
President
le dio una colleja:

—Parvularios nunca: Universidad, alma de cántaro; piensa un poco: ¿en qué collons beneficia al votante medio tanta beca de investigación científica, si ya lo investigan todo los americanos...?

En ese momento sonó el móvil del
President
: Paraules d'amor senzilles 1 tendres...

Era el politono de la Agente 69, que llamaba desde la plaza Rebes justo después de haber reingresado los 100.000 euros en la Petita Banca Andorrana, aunque esta vez en una cuenta a nombre de La Belle Jazmín.

—Mmmm, Andreu, cariño, ¿te pillo en buen momento? —le preguntó al
President
su voz aterciopelada —Sí, dime, dime...

—Oh: el inspector ha resultado ser tantan increíble, deberías habérmelo presentado antes... ¿Pero te parece que consideremos cumplida mi pequeña mi sión? Han pasado los tres días y creo que no vas a tener que preocuparte más por él: acaba de capturar a unos horribles Innombrables y se vuelve a Francia. Yo creo que saldré para Ginebra después del almuerzo; acabo de hablar con un amigo de las Naciones Unidas que tiene un problema tremendo con unas fotos...

Al
President
se le encendió la bombillita que solía llevar colgando sobre la cabeza:

—¿El inspector ha capturado a unos Innombrables?, ¿era para eso que se iba a Andorra? —Mmmm, sería largo de explicar: todo se ha complicado porque esos horribles jovencitos me robaron mi pequeña Porsche, y luego resultó que el inspector estaba tan interesado como yo en atraparlos... —¿Y por qué no me explicaste eso ayer, cuando llamaste?

—Oh, Andreu, cariño: ¿cómo podía saber que eso pudiera interesarte? Dijiste que me ocupara de mantener al inspector entretenido en Calabella, y mejor aún lejos de allí, y ya sabes que yo sólo pregunto el «qué», nunca el «por qué» ni el «para qué»...

El
President
no se paró a pensar en si su exceso de discreción había sido oportuno en aquella ocasión, porque se le había apagado la bombillita que llevaba colgando y en su lugar lo iluminaba un rayo de esperanza:

—¿No tendrás idea de si esos Innombrables habían robado algo en Calabella... ?

—Sí, una de esas máquinas que circulan por Oriente Medio. Se supone que son un arma secreta, pero todos los servicios de inteligencia andan como enloquecidos con ellas... El inspector la ha mandado embalar para enviarla a Lyon.

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