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Authors: Kurt Vonnegut

Tags: #Ciencia Ficción, Humor, Relato

Payasadas (3 page)

BOOK: Payasadas
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Vivo en el primer piso del Empire State con Melody Oropéndola-2 von Peterswald, mi nieta de dieciséis años, y su amante, Isadore Melocotón-19 Cohen. Los tres tenemos todo el edificio a nuestra disposición.

Nuestra vecina más próxima se encuentra a un kilómetro de distancia.

Acabo de oír cacarear a uno de sus gallos.

* * *

Nuestra vecina más próxima es Vera Ardilla-5 Zappa, una mujer que ama la vida. Nunca he conocido a nadie que desempeñe mejor que ella la tarea de vivir. Tiene un poco más de sesenta años y es una granjera trabajadora, fuerte y cordial, firme como una boca de riego. Tiene esclavos a los que trata muy bien. Y ella con sus esclavos cría ganado, cerdos, pollos y cabras y, a orillas del East River, cultiva maíz y trigo y verduras y frutas y vides.

Han construido un molino para moler el grano, un alambique para hacer coñac y un lugar donde ahumar la carne y muchas cosas más.

—Vera —le dije el otro día—, si nos escribieras una nueva Declaración de Independencia, te convertirías en el Thomas Jefferson de la era moderna.

* * *

Escribo este libro en cuartillas de la Autoescuela Continental.

Melody e Isadore encontraron tres cajas de este papel en el piso 64 de nuestra casa. También hallaron un ciento de bolígrafos.

* * *

Los visitantes del continente son escasos. Los puentes se han desplomado y los túneles han sido destruidos. Los botes no se acercan a nuestra isla por temor a la plaga particular de este lugar, llamada «La Muerte Verde».

Esta es la plaga por la que Manhattan ha merecido el sobrenombre de «La Isla de la Muerte».

Hi ho.

* * *

Esto es algo que repito a menudo estos días: Hi ho. Una especie de hipo senil. He vivido demasiado tiempo.

Hi ho.

* * *

La gravedad es muy leve hoy. Como resultado de ello se me ha producido una erección. Todos los hombres tenemos erecciones en días así. Son la consecuencia automática de la cuasi ingravidez. No hay nada erótico en ellas. Por el contrario, en la mayoría de los casos tienen muy poco que ver con el erotismo y mucho menos tratándose de un hombre de mi edad. Son experiencias hidráulicas, el resultado de una confusa instalación de cañerías, poco más que eso.

Hi ho.

* * *

La gravedad es tan leve hoy que tengo la sensación de que podría subir corriendo hasta la cima del Empire State cargado con una tapadera de cloaca y lanzarla a Nueva Jersey.

Eso seguramente superaría lo que hizo George Washington al cruzar el Rappahannuck a bordo de un dólar de plata. Y sin embargo hay gente que afirma que el progreso no existe.

* * *

A veces me llaman el Rey de las Palmatorias porque tengo más de mil palmatorias.

Pero prefiero mi apellido intermedio, Narciso-11. Y he escrito este
poema
acerca de él, y de la vida, por supuesto:

Fui esa simiente,

soy esta carne.

Carne que odia el dolor,

que debe comer y dormir,

que debe soñar, reír y gritar.

Pero una vez cumplido su cometido

por favor devuélvanla a la tierra

para que se convierta en un narciso.

* * *

¿Y quién leerá todo esto? Sólo Dios lo sabe. Ni Melody ni Isadore, evidentemente. Como todos los demás jóvenes de la isla, no saben leer ni escribir.

No tienen ninguna curiosidad respecto al pasado del hombre, ni acerca de cómo será la vida en el continente.

En lo que a ellos respecta, el logro más glorioso de la numerosa población que habitaba esta isla fue morirse para que pudiésemos tenerla toda para nosotros.

La otra tarde les pedí que me dieran los nombres de los tres seres humanos más importantes de la historia. Protestaron diciendo que la pregunta no tenía ningún sentido para ellos.

Insistí en que de todos modos juntaran sus cabezas y me proporcionaran alguna respuesta, y eso fue lo que hicieron. El ejercicio les puso de mal humor. Resultaba doloroso para ellos.

Finalmente dieron con una respuesta. Casi siempre, Melody habla por los dos, y esto fue lo que me dijo con toda seriedad:

—Tú, Jesucristo y Papá Noel.

Hi ho.

* * *

Cuando no les hago preguntas se sienten felices como perdices.

* * *

Esperan algún día convertirse en esclavos de Vera Ardilla-5 Zappa. Yo no tengo inconveniente.

* * *

Capítulo 2

PROMETO intentar no escribir «Hi ho» todo el tiempo.

Hi ho.

* * *

Nací aquí mismo, en la ciudad de Nueva York. En ese entonces no era un
Narciso
. Fui bautizado con el nombre de Wilbur
Rockefeller
Swain.

Tampoco estaba solo. Tenía una hermana gemela heterocigótica. Se llamaba Eliza Mellon Swain.

Antes que llevarnos a una iglesia, prefirieron bautizarnos en el hospital; tampoco asistieron nuestros parientes ni los amigos de la familia. Y es que Eliza y yo éramos tan feos que nuestros padres se sentían avergonzados.

Éramos unos monstruos y no se esperaba que viviésemos mucho tiempo. Exhibíamos seis dedos en cada manita y otros seis en nuestros piececitos. También teníamos tetillas supernumerarias: nos sobraban dos a cada uno.

No éramos niños mongólicos a pesar de nuestro pelo negro y grueso, típico de los mongoloides. Constituíamos algo nuevo. Éramos
neandertaloides
. Ya en nuestra tierna infancia poseíamos los rasgos de un fósil humano adulto: frente huida, espesas cejas unidas y mandíbula de excavadora.

* * *

Se suponía que no teníamos inteligencia y que moriríamos antes de los catorce años.

Pero yo estoy vivo y coleando, gracias. Y no dudo que Eliza también lo estaría de no haber muerto aplastada por un alud en los suburbios de la colonia china del planeta Marte.

Hi ho.

* * *

Mis padres eran jóvenes, bellos y encantadoramente tontos, y se llamaban Caleb Mellon Swain y Letitia Vanderbilt Swain, de soltera Rockefeller. Fabulosamente ricos, eran descendientes de estadounidenses cuya única actividad había consistido en arruinar el planeta mediante una especie de desvarío que les hacía transformar en forma obsesiva el dinero en poder y luego el poder en dinero para volver a convertirlo en poder.

Pero Caleb y Letitia personalmente resultaban inofensivos. Mi padre era muy bueno para el backgammon y no tan bueno para la fotografía en colores, eso es lo que dicen por lo menos. Mi madre participaba en la Asociación Nacional para el Desarrollo de la Gente de Color. Ninguno trabajaba. Tampoco tenían un título universitario aunque ambos lo habían intentado.

Hablaban y escribían con elegancia y se adoraban. Reconocían con humildad su fracaso como estudiantes. Eran buenos.

Y no puedo criticarlos porque se sintieran anonadados después de traer al mundo a un par de monstruos. Cualquiera que hubiera dado a luz a Eliza y a mí hubiera quedado deshecho.

* * *

Y por lo menos Caleb y Letitia fueron tan buenos padres como lo fui yo cuando me llegó el turno. Yo no soportaba a mis hijos aunque eran normales en todos los aspectos.

Quizás les habría tenido más afecto si hubiesen sido monstruos como Eliza y yo.

Hi ho.

* * *

Al joven Caleb y a la joven Letitia se les aconsejó que no destrozaran sus corazones ni arriesgaran su mobiliario intentando criarnos a Eliza y a mí en la Bahía de las Tortugas. Según sus consejeros teníamos tanto parentesco con ellos como dos pequeños cocodrilos. Caleb y Letitia reaccionaron en forma humanitaria, cara, y sumamente gótica además. Nuestros padres no nos ocultaron en hospitales especializados. Nos sepultaron en una mansión antigua y tenebrosa que habían heredado. Estaba situada en medio de un terreno de doscientos acres cubierto de manzanos en la cumbre de una montaña, cerca del caserío de Galen, en Vermont.

La casa había estado deshabitada durante treinta años.

* * *

Se contrataron carpinteros, electricistas y fontaneros para que la convirtieran en una especie de paraíso para nosotros. Debajo de las alfombras, que cubrían el suelo de una pared a otra, se colocó una gruesa protección de goma para que no nos hiciéramos daño si nos caíamos. Las paredes del comedor estaban cubiertas de azulejos y había desaguaderos en el suelo para que después de las comidas se pudiese limpiar la habitación, y los niños, con una manguera.

Más importantes quizá eran las dos verjas de tela metálica que se elevaban a gran altura y tenían alambradas de púas en la parte superior. La primera rodeaba el huerto. La segunda separaba la mansión de los ojos curiosos de los trabajadores que de vez en cuando tenían que atravesar
la
primera verja para cuidar de los manzanos. Hi ho.

* * *

El personal se reclutó en el vecindario. Había un cocinero, dos hombres y una mujer que se hacían cargo de la limpieza, dos enfermeras experimentadas que nos alimentaban, nos vestían y desvestían, y nos bañaban. Al que recuerdo mejor de todos ellos es a Ancas Potrancas, una combinación entre cuidador, chofer y factótum.

Su madre era una Ancas; su padre era un Potrancas.

* * *

Tal cual, y era gente de campo, sencilla. Con excepción de Ancas Potrancas, que había sido soldado, nunca habían salido de Vermont.

De hecho, rara vez se habían aventurado a más dé diez kilómetros de Galen.

Inevitablemente todos eran parientes, la endogamia estaba tan extendida como entre los esquimales. También tenían, por supuesto, un lejano parentesco con Eliza y conmigo, ya que nuestros antepasados de Vermont en un tiempo se habían contentado con un interminable chapotear, por decirlo así, en la misma charca genética.

Pero como estaban las cosas en los Estados Unidos en aquella época, el parentesco que tenían con nuestra familia era el mismo que une a las carpas con las águilas, por ejemplo. Porque los miembros de nuestra familia habían evolucionado hasta convertirse en multimillonarios y turistas del mundo. Hi ho.

* * *

No resultó difícil para nuestros padres comprar la fidelidad de estos fósiles vivientes de nuestro pasado familiar. Se les pagaban sueldos mínimos que les parecían enormes porque los lóbulos de sus cerebros encargados de obtener dinero eran sumamente primitivos.

Se les proporcionaron agradables aposentos en la mansión y televisores en color. Se les estimuló para que comieran como reyes, mientras nuestros padres corrían con los gastos. Tenían muy poco trabajo.

Mejor todavía, no necesitaban tener demasiada iniciativa. Estaban bajo las órdenes de un joven médico que vivía en el caserío, el doctor Stewart Rawlings Mott, quien se encargaba de darnos una mirada todos los días.

A propósito, el doctor Mott era tejano, un joven melancólico e introvertido. Hasta el día de hoy no sé qué fue lo que le indujo a alejarse tanto de su gente y de su ciudad natal para ejercer la medicina en un pueblo de esquimales en Vermont.

Como una curiosa nota al pie de la historia y probablemente sin ninguna importancia, mencionaré que el nieto del doctor Mott llegaría a convertirse en el rey de Michigan durante mi segundo período como presidente de los Estados Unidos.

Debo hipar una vez más: Hi ho.

* * *

Lo juro. Si vivo el tiempo suficiente para terminar esta autobiografía, la revisaré y eliminaré todos los «Hi ho».

Hi ho.

* * *

Había un rociador automático contra incendios y alarmas contra los ladrones en las ventanas, en las puertas y en los tragaluces.

Cuando nos hicimos más grandes y más feos y capaces de romper brazos y arrancar cabezas, se instaló un gran gong en la cocina. Estaba conectado con unos botones color cereza colocados en todas las habitaciones y a intervalos regulares en todos los corredores. Los botones brillaban en la oscuridad.

Sólo se debían pulsar en caso de que Eliza o yo comenzáramos a jugar a cometer un asesinato.

Hi ho.

* * *

Capítulo 3

NUESTRO padre se trasladó a Galen con un abogado, un médico y un arquitecto para vigilar la restauración de la mansión destinada a Eliza y a mí, y para la contratación de la servidumbre y del doctor Mott. Nuestra madre permaneció aquí en Manhattan, en su casa de la Bahía de las Tortugas.

A propósito, las tortugas han vuelto en grandes cantidades a la Bahía de las Tortugas.

A los esclavos de Vera Ardilla-5 Zappa les gusta cogerlas para hacer sopa.

Hi ho.

* * *

Fue una de las pocas ocasiones, con excepción de la muerte de nuestro padre, en que papá y mamá estuvieron separados durante más de uno o dos días. Y mi padre le escribió a mamá una amable carta desde Vermont, que encontré en su mesita de noche después de su muerte.

Puede muy bien haber constituido toda su correspondencia.

«Mi querida Tish», escribió mi padre, «nuestros hijos serán muy felices aquí. Podemos sentirnos orgullosos. Nuestro arquitecto puede sentirse orgulloso, los trabajadores pueden sentirse orgullosos.

»Por muy cortas que sean las vidas de nuestros hijos, les habremos proporcionado dignidad y felicidad. Les hemos creado un delicioso asteroide, un pequeño mundo en el que hay una sola mansión y lo demás está cubierto de manzanos.»

* * *

Y luego regresó a su propio asteroide de la Bahía de las Tortugas. En lo sucesivo, y una vez más por consejo de los médicos, nos visitaban una vez al año y siempre en el día de nuestro cumpleaños.

La vieja mansión de ladrillos todavía existe y sigue siendo cómoda y abrigada. Es allí donde Vera Ardilla-5 Zappa, nuestra vecina más próxima, aloja a sus esclavos.

* * *

«Y cuando Eliza y Wilbur mueran y se vayan finalmente al cielo», continuaba la carta de mi padre, «podremos hacerles descansar entre sus antepasados

Swain, en el cementerio privado de la familia, bajo los manzanos.»

Hi ho.

* * *

En cuanto a los que ya estaban enterrados en el cementerio, separado de la mansión mediante una verja, se trataba principalmente de granjeros de Vermont con sus esposas y descendientes, que se habían dedicado al cultivo de la manzana, gente sin ninguna distinción. Sin duda muchos de ellos eran tan analfabetos e ignorantes como Melody e Isadore.

Con lo cual quiero decir que eran grandes simios inocentes, con limitados medios para hacer el mal, lo cual según mi opinión de anciano muy anciano, es lo que los seres humanos estaban destinados a ser.

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