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Authors: H. Rider Haggard

Tags: #Aventura, Fantástico, Clásico, Romántico

Ella (35 page)

BOOK: Ella
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Dímosle a los dos la postrer mirada así como al resplandor rosado en que yacían, y con el corazón demasiado atribulado, para que pudiésemos hablar más, los abandonamos con el espíritu desolado, quebrantados por entero, hasta el punto de que renuncíasemos la probabilidad de una existencia inmortal, puesto que cuanto hacía valiosa la nuestra nos había sido arrancado, y bien sabíamos que al prolongarla sólo prolongaríamos nuestra miseria. Ambos sentíamos, sí, ambos, que habiendo contemplado una vez los ojos de Ayesha no podríamos olvidarla jamás; jamás, en tanto que nuestra memoria y personal identidad se conservaran. Ambos la amábamos por siempre; grabada estaba esculpida en nuestros corazones y no, era posible que ninguna otra mujer borrase su impresión espléndida. En cuanto a mí, y en esto consiste la amargura de mi herida no tengo derecho ninguno para pensar en
Ella
con amor. Como me dijo un día, nada era yo para ella y nada seré a través de las insondables profundidades del Tiempo, a no ser que varíen las actuales condiciones y que llegue un día en que dos hombres puedan amar a una misma mujer, y ser todos tres prácticamente felices... Esta es la única esperanza de mí corazón despedazado... Esperanza bien frágil ¡ay de mí!... Pero no tengo nada más que ella. He consagrado a esa esperanza cuanto me es caro, cuanto aquí en el mundo valgo, cuanto valga después, y ella será mi único galardón si se realiza Leo es más feliz. Veces sin cuento he envidiado su dichosa fortuna porque si
Ella
no se equivocaba si su penetración y gran sabiduría no le faltaron en sus últimos instantes lo que no puedo creer, a juzgar por sus antecedentes él tiene derecho a esperar algo de la tiniebla del futuro.

Yo no tengo nada que esperar ¡y hablaba de esperanzas!... Empero (nótese la debilidad, la locura del humano corazón... y que el prudente que lea aproveche la lección), yo no quisiera que las cosas hubieran resultado de diferente manera. Quiero decir con esto que me alegro de haber dado lo que di, y que siempre tendrá que dar, para recoger en pago las migajas caídas de la mesa de mí adorada la memoria de unas cuantas palabras bondadosas, la idea de que, en algún día del futuro no soñado, me sonreirá agradecida una o dos veces y me mostrará su gratitud por la devoción que le tengo a
Ella...
y a Leo.

Si esto no es lo que constituye el verdadero amor, ¡qué sé yo lo que será! Sólo añadiré que la disposición de ánimo en que me encuentro, es muy inconveniente para un hombre que ha pasado de los cuarenta y cinco.

UN SALTO

Sin gran dificultad atravesamos las cavernas, mas cuando llegamos a la senda pendiente del cono invertido, dos muy grandes tuvimos que vencer. Era la primera la labor de la subida y la segunda la extrema indecisión para hablar de buen camino. Y por cierto que si no hubiese sido por las notas mentales que, afortunadamente, había tomado de la forma de muchas peñas y de otros detalles jamás hubiéramos acertado a salir de las entrañas del apagado volcán, y habríamos muerto allí de debilidad y desesperación. Y con todo, varias veces nos equivocamos, y en una por poco no caemos en una sima enorme. Penosísima era la ascensión en la densa obscuridad y silencio, saltando de peñasco en peñasco, arrastrándonos entre ellos teniendo que examinarlos uno a uno a la débil luz de las lámparas para ver de recordar la forma. Hablábamos muy poco; sentíamos demasiado para que hablásemos, y sólo tropezábamos al andar, hiriéndonos de continuo. El hecho es que nuestras inteligencias estaban abrumadas, nuestros espíritus apagados y poco se nos daba lo que pudiera acontecernos. Sólo íbamos a salvar la vida si era posible y yo creo que únicamente el instinto de la conservación obraba en nosotros, sin que de ello nos diéramos cuenta. Así anduvimos durante tres o cuatro horas, según creo, pues nuestros relojes ya no andaban. Durante las dos últimas, nos extraviamos del todo, y ya empezaba yo a temer que nos hubiéramos entrado en algún otro cono volcánico, cuando de pronto reconocí una gran piedra que había reparado al bajar con Ayesha. Maravilloso fue, sin embargo, el que hubiera podido reconocerla ya la habíamos cruzado en ángulo recto al camino propio, cuando se me ocurrió volver y examinarla otra vez. Esto fue lo que nos salvó.

Subimos luego por la escalera rocosa natural, sin mayor trabajo, y nos encontramos, al fin, en la pequeña habitación donde el misterioso Noot había vivido y muerto.

Pero entonces un nuevo terror nos asaltó. Se recordará que debido al miedo y torpeza del desdichado Job, la tabla que, nos había servido para pasar del espolón a la piedra moviente, se había hundido en el abismo.

—¿Cómo, pues habríamos de pasar sin ella?

No había más que un remedio: saltar, o si no, quedarnos adonde estábamos, hasta que pereciésemos de hambre. La distancia que hablamos de franquear, no era gran cosa en verdad, unos once o doce pies al parecer, y yo recordaba que Leo, en la Universidad, saltaba hasta diecinueve, pies cuando muchacho; pero ahora las condiciones variaban. Tratábase de dos hombres agotados moral y materialmente, y uno de ellos en la época declinante de la vida; el punto de arranque del salto era una piedra que se mecía y el de caída la punta vibrante de un espolón de roca, y en torno había un insondable y obscurísimo abismo, azotado por constante y deshecha tempestad. Dios sólo sabe cuán grave era nuestra posición. Cuando ve lo consulté a Leo, reduje, el caso a dimensiones mínimas, contestándome de este modo:

—Por desconsolador que sea el dilema, no vacilo en escoger: prefiero matarme de una vez a morirme de hambre lentamente.

Nada por supuesto pude argumentarle en contra. Pero era evidente que no podíamos intentar el asalto a obscuras. Teníamos que aguardar el rayo de luz que atravesaba el abismo en las puestas del sol. No podíamos calcular a que hora estábamos, sólo sabíamos que cuando el rayo se presentase, no duraría más de dos minutos, y debíamos estar muy alerta para aprovecharlo. Decidimos por lo tanto, encaramarnos sobre la moviente losa y echarnos allí a aguardarlo. Y nos apresuramos porque nuestras lámparas estaban ya agotadas: de la una se había consumido el aceite y la mecha por entero, y la luz de la otra estaba para concluir de alumbrar. Así es que a su luz indecisa, salimos de la pequeña habitación del sabio antiguo, y trepamos por un costado de la piedra.

Cuando llegamos arriba, la lámpara concluyó de apagarse Nuestra situación era ahora muy diferente. Abajo, en el cuartito, sólo oíamos el rugido de la tempestad, que pasaba por encima: arriba, echados de cara contra el peñasco, que se mecía, estábamos expuestos a toda su furia cuando la gran corriente de viento, colado en la hendidura enorme del volcán se inclinaba de nuestro lado, aullando al chocar contra el murallón y las aristas salientes del precipicio come si fueran los gemidos de diez mil condenados del infierno. Hora tras hora transcurrió mientras que nosotros estábamos allí echados, llenos de tan gran terror y depresión mental, que no intentaré describir, escuchando los salvajes acentos de aquel tártaro, que se respondían los unos a los otros en la tiniebla todos acordados al tono profundo del diapasón rocoso de la espuela que enfrente teníamos, y que zumbaba como arpa dolorosísima. Ninguna pesadilla ninguna invención de novelista por horrorosa que sea podrá igualar jamás el horror cierto que tenía aquel lugar y el de las fantásticas voces de la noche que nos envolvía: éramos como unos náufragos en la insondable y negra cima del espacio, asidos por milagro a una tabla.

Afortunadamente, no era baja la temperatura; al contrario, era bastante caliente el viento; si no, hubiéramos perecido. Y mientras allí yacíamos asordados, sucedió una cosa que, por más que fuese una mera coincidencia, no dejó de estremecer de nuevo a nuestros torturados nervios. Se recordará que antes de que pasásemos por la tabla cuando nos encontrábamos del otro lado sobre el espolón, y que Ayesha iba por delante guiándonos, una racha lo arrancó de encima de los hombros su capa negra y se la llevó por la obscuridad del abismo, sin que viésemos adónde. Pues bien... y no quisiera contar el hecho, que no me creerán quizá por peregrino... otra racha nos trajo del seno de la sombra entonces la misma capa memoria de la muerta y cayó de tal modo que le envolvió a Leo todo el cuerpo de pies a cabeza.

De pronto no supimos lo que era mas por el tacto al fin lo comprendimos, y entonces el corazón del muchacho no pudo soportar más, y oí les grandes sollozos que daba allí tendido sobre, la roca en medio de la negrura. Prendióse sin duda la capa en alguna punta saliente del murallón del precipicio, quedando sostenida pero otra racha la descolgaría tornándola al lugar donde estábamos. De todos modos, el incidente fue de lo más curioso y conmovedor que pensarse puede A poco de esto, súbitamente, sin el menor aviso previo, la gran cuchilla roja de luz atravesó la tiniebla de parte a parte, rozando la movible piedra sobre que yacíamos y dando de punta contra el espolón del frente.

—Mira —díjele a Leo, —¡ahora o nunca!

Levantámonos y nos desperezamos; contemplamos los jirones de niebla teñidos sangrientamente por el rojo rayo, que subían de las vertiginosas profundidades y luego el espacio vacío que quedaba entre nuestra losa moviente, y el vibrante espolón... Oprimiósenos el corazón: nos dispusimos a morir. No podríamos saltar aquello, sin duda por desesperados que estuviéramos...

—¿Quién es el primero? —pregunté.

—Tú, viejo mío —contestó Leo. —Yo me pondré en la otra parte de la losa para que se esté quieta. Debes tomar carrera larga para ganar bastante impulso; y salta alto, ¿sabes?.. y que Dios te ampare.

Consentí a cuanto me aconsejaba con movimientos de la cabeza y luego hice una cosa que no había hecho desde que Leo dejó de ser un niño. Volvíme hacia él, le rodeé el cuello con mi brazo, y le besé en la frente. Muy francés será esto, pero la verdad es que yo, necesitaba en aquel instante, despedirme eternamente de un hombre a quien quería más que si hubiera sido mi propio hijo.

—Adiós, muchacho —exclamé. —Espero verte de nuevo adonde quiera que sea el lugar a que vayamos ahora.

Lo cierto es que no esperaba estar vivo dentro de un minuto.

Enseguida me dirigí a la parte más, retirada de la losa aguardó a que hubiese pasado una de las rachas, y encomendando a Dios mi alma, corrí por todo el espacio de la gran piedra que, era de unos treinta y tres o treinta y cuatro pies y saltó al abismo atroz...

¡Oh! qué tremebundos terrores me asaltaron al lanzarme hacia aquella pequeña punta de roca y qué horrible qué horrible la sensación de desesperanza que atravesó mi cerebro al comprender que había saltado corto.

Así fue, sin embargo; mis pies no tocaron tierra hundiéronse en el espacio... sólo mis manos y mi cuerpo la tocaron... Di un grito salvaje, al tratar de agarrarme, más falló una de mis manos y sujeto sólo por la otra dio una vuelta mi cuerpo y quedóme de cara al lugar de donde había partido.

Turbado, dominé el cuerpo con la mano y brazo de que me colgaba y tanteando con la otra conseguí prenderla a una rugosidad de la peña..

Así me vi suspenso, en el rastro rojo con miles de pies de abismo por debajo... Mis manos se crispaban a ambos lados de la parte inferior del espolón, de modo que con mi occipucio, rozaba su punta.

Por vigoroso que fuese no podría subirme en cima. Podría mantenerme colgado por el espacio de un minuto... ¡Caería luego!.. ¡Caería, caería en la insondable negrura!.. Si alguien puede concebir una posición material más espantosa que lo diga.

Sólo sé que la tortura mía que casi duró medio minuto, me volcó el juicio. Oí que Leo dio un grito en respuesta del mío, e inmediatamente vilo en mitad del aire saltando como una gamuza... Espléndido salto dio bajo la influencia de su terror y desesperación, salvando el horrible abismo como si no fuera nada y cayendo admirablemente sobre la rocosa punta.

Arrojóse entonces de pecho contra ella para evitar un deslizamiento.

Sentí el espolón que vibró bajo el choque de su caída y al mismo tiempo vi que la enorme losa violentamente inclinada hacia delante, por su salto, volvióse atrás con igual fuerza al verse libre de su peso, y por primera vez, tras tantos siglos, perdió su balanza y cayó con el más grande crujimiento en el alvéolo que un tiempo sirvió de ermita al filósofo Noot, sellando para siempre el camino que conducía al recinto de la Vida con las muchas toneladas de su peso.

Transcurrió todo esto en un segundo, y a pesar de mi terrible posición, curioso es cómo pude hacerme cargo perfectamente de cuanto pasaba por más que fuese sin la intervención de mi voluntad... Y aún recuerdo, que pensé a la sazón, en que ningún ser humano bajaría jamás adonde habíamos bajado nosotros, ni vería lo que vimos...

Entonces sentí que Leo me prendía con ambas manos suyas la muñeca derecha Tendido sobre el vientre en la punta saliente de la roca precisamente alcanzaba a agarrarme por donde me agarró.

—Debes soltarte y mecerte bien a compás —díjome con voz reposada y clara. —Entonces yo trataré de subirte cuando me parezca bien o nos iremos los dos allá abajo. ¿Estás listo?...

Para contestarle soltó primero la mano izquierda luego la derecha. Mecióse por consecuencia mi cuerpo hacia fuera saliendo debajo de la roca y quedando todo colgante de los brazos de Leo... ¡Qué instante, aquél!...

Hombre vigoroso era él, bien lo sabía; pero ¿podría tener fuerzas para suspenderme hasta que yo pudiese agarrar la punta del espolón por encima cuando, debido a su postura tan poca energía le era dado desplegar?

Durante unos cuantos segundos me mecí recto y contraído el cuerpo todo, mientras él se recogía para el supremo esfuerzo. Oí, entonces crujir todos sus músculos y tendones y me sentí elevado por el aire como si fuera un niño, hasta que reposó mi costado y brazo sobre la peña

Lo demás era fácil; en dos o tres segundos más estaba arriba echado junto a él, jadeantes ambos y temblando como hojas, mojada toda nuestra piel por el sudor frío del espanto.

Súbitamente, entonces la espada fulgurante se apagó como una vela que se ahoga

Como una media hora más quedamos tendidos allí mismo, y luego empezamos a arrastrarnos a tientas como mejor podíamos en la horrible obscuridad. Al llegar, sin embargo, al murallón de donde arrancaba el espolón como una proa pasó un rápido reflejo. Abatiéronse un poco las rachas y así pudimos andar mejor hasta que penetramos por la boca del túnel. Mas, aquí se nos presentaba una nueva dificultad.

BOOK: Ella
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