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Authors: Jerry Pournelle Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

El tercer brazo (8 page)

BOOK: El tercer brazo
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—Su hospitalidad es un poco abrumadora —dijo Ruth sonriendo.

La expresión de Bury no cambió.

—Gracias, pero estoy seguro de que la hija de un vicealmirante ha visto cosas mejores. Ahora bien, ¿qué puedo hacer por usted? —Ruth miró con sarcasmo alrededor del cuarto cubierto de frisos de madera. Bury sonrió con melancolía—. Si alguien puede escucharme sin mi conocimiento y consentimiento, algunos expertos muy caros lo lamentarán.

—Supongo que sí. Su Excelencia, Kevin… sir Kevin me invitó a cenar. Probablemente yo no sea la primera mujer a la que alguna vez le dio plantón, pero también hay una cuestión con sus informes. Y cuando llamé aquí, parecía que nadie sabía dónde estaba. —Se encogió de hombros—. Así que vine a ver.

Los labios de Bury se crisparon.

—Y supongo que ha dejado mensajes a los Marines Imperiales por si también usted desaparece. —Ruth se sonrojó un poco. Bury rió—. Renner dijo que usted era inteligente. La verdad es, capitán de fragata, que era yo quien estaba a punto de llamarla. Tampoco sé dónde se encuentra.

—Oh.

—Ha proyectado mucha expresión en esa sílaba. ¿Está encariñada con mi… impetuoso piloto?

—No tengo por qué contestar.

—Por supuesto.

—Y se suponía que iba a dar informes…

—Los tengo. Grabados —afirmó Bury—. Renner urdió un plan para explorar el interior con tres cazadores de fantasmas de la nieve, Sospechaba de dos. Se fueron hace tres días. Y desde entonces no he recibido ningún mensaje coherente.

—Usted tiene una nave en órbita.

—Es verdad, y la computadora de bolsillo de Renner estaba programada para recordarle las veces que el Simbad se encontraría sobre la zona en la que cazarían. Por lo menos una vez recibimos señales mutiladas que asumimos procedían de Renner.

—¿No fue a buscarle?

Bury indicó su silla de viaje.

—Ese no es mi estilo. Lo que hice fue invitar al capitán Fox a cenar.

—¿Ha averiguado algo más sobre nuestro… problema?

—Mucho, pero nada de Renner —repuso Bury.

Renner estaba contento de la venda en los ojos. Una venda podía significar que no tenían intención de matarle. Por otro lado, también que querían que pensara eso.

Por la mano que aprieta: el fantasma de la nieve. Habían hecho esfuerzos enormes para mantenerle vivo hasta ahora.

La mente empezaba a despejársele; hasta ahí el efecto de la droga había pasado. Pero no podía caminar.

Fue atado a una parihuela y llevado desde el lago donde habían aterrizado hasta un vehículo cerrado. La única vez que alguien le habló fue cuando intentó preguntar dónde se encontraba. Entonces una voz que no había oído antes dijo: «Tenemos entendido que dos dosis de Pacífico Sam en pocas horas producen una resaca terrible. Será mejor que se esté quieto». Decidió que era un buen consejo y se concentró en recordar todo lo que pudo.

El tractor de nieve marchó durante unos diez minutos, luego se halló en el exterior durante un breve momento. Entraron en algún sitio, y bajaron en un ascensor, y al cabo sintió una aceleración suave.

«¿Un tren subterráneo? Sí que tienen una buena organización.» Había llegado a la conclusión de que estaba equivocado cuando sintió la desaceleración y oyó los sonidos de unas puertas operadas electrónicamente. Alguien empezó a hablar y fue acallado.

Lo llevaron a otro ascensor, que bajó un largo trayecto; luego, fue transportado por un corredor largo con sólo unas curvas suaves; entonces a otro ascensor, y después de aquello le hicieron dar vueltas las veces suficientes para que perdiera todo sentido de la orientación.

—Bien —dijo una voz nueva—. Veamos qué nos habéis traído. Quitadle las vendas y las correas.

Renner parpadeó. La habitación era grande y cerrada por completo, con puertas pero sin ventanas. Se encontraba en el extremo de una larga mesa de conferencias. Le indicaron una silla y le ayudaron a sentarse. Sus piernas aún no querían obedecerle.

Los hermanos Scott se plantaron cerca de él. Uno sostenía un bote de spray. El otro tenía una pistola.

Le habían vestido con las ropas de otra persona y quitado todo lo que llevaba encima. Renner tanteó con la lengua en busca del diente alarma y lo mordió.

Sonó una risita desde el otro extremo de la mesa.

—Si posee un transmisor que pueda enviar un mensaje desde aquí, se lo compro sin importar el precio.

—Cien mil coronas —dijo Renner.

—Aprecio el humor, pero tal vez andemos escasos de tiempo. ¿Tiene algo serio que decir antes de que lo llenemos de Serconal?

—Se han estado devanando los sesos para mantenerme vivo. Tuvieron que encontrar un fantasma de la nieve decente, conducirlo al norte y dentro del bosque, aguardar hasta que matara algo, drogarlo, volar sobre los árboles en un helicóptero para agitar la nieve con el fin de cubrirlo… Veinte o treinta hombres, una docena de vehículos para la nieve y un helicóptero. De verdad me siento honrado.

—¿Qué cree que ha descubierto, señor Renner?

—Sería mejor que preguntara: «¿Qué cree Horace Bury que ha descubierto?». Yo creí que se trataba más de piratería. Pero de nuevo se toman muchas molestias; no puede tener una buena relación coste-resultados. Motivos religiosos. Me siento un poco mareado.

—Imagino que sí. Señor Scott…

Darwin Scott sacó una botella de whisky de la mochila de Renner y la depositó sobre la mesa con un vaso.

—Creo que eso ayuda.

Renner se sirvió un buen trago y bebió la mitad.

—Gracias. El café ayuda mejor. ¿Cómo he de llamarle?

—Ah… servirá Anciano.

Renner intentó sonreír.

—Como dije, motivos religiosos. Ha de comprender que deduje todo anoche, después de darme cuenta de que el fantasma estaba drogado. Pero sigo sin comprenderlo. Habrían hecho mejor dejando las cosas en paz. A Bury jamás le interesó su magnesita de ópalo, y en realidad nadie está robando a nadie.

La sombra de Anciano se movió nerviosa.

—Es un problema. Muchos de los míos no sienten que ganan crédito en el Cielo por hacer nada. Todavía no ha dicho qué sospecha.

—Creo que dispone de un punto de Salto periódico a Nueva Utah.

Los hombres se miraron.

—Hay una vieja descripción del sistema de Nueva Utah. Una buena estrella amarilla, y una estrella de neutrones como su compañera en una órbita excéntrica. Nueva Utah debe de haber dispuesto de miles de millones de años para formar una atmósfera de oxígeno después de la supernova. La estrella de neutrones no ha sido un pulsar por lo menos desde ese mismo tiempo.

La cabeza de Renner pareció despejarse más. El café habría sido mejor, pero la copa había ayudado… y anoche había tenido tiempo para pensar.

—Durante la mayor parte de un ciclo de veintiún años —dijo—, la estrella de neutrones se encuentra bastante detrás de los cometas. Tranquila. Oscura. Cuando baja más cerca del sol principal, el viento solar y los meteoros descienden en lluvia a través de ese inconcebible campo de gravedad. Arde. Los puntos de Salto dependen de la descarga electromagnética. Consiguen un enlace de punto de Salto que dura quizá dos años. Ahí es cuando importan la magnesita de ópalo, entre otras…

—Es suficiente. Me molesta ser tan transparente, Renner, pero éste es un secreto muy antiguo. La tierra no es buena en Nueva Utah. La Verdadera Iglesia moriría sin cargamentos periódicos de fertilizantes.

Renner asintió.

—Pero la mano que aprieta es Bury. Él cree que están tratando con pajeños. Si sigue pensándolo… Bury está loco. Les tiraría un asteroide encima y después se lo explicaría a la Marina.

—¡Un asteroide!

—Sí, piensa de esa manera. Quizá decida que eso tardaría mucho y use una bomba de fusión. Haga lo que haga, será drástico. Luego podrá limpiar Nueva Utah sin interferencias, sin que la Marina lo sepa jamás.

—Ha secuestrado al capitán Fox —informó Anciano.

—Si Fox sabe dónde me encuentro, Bury lo sabrá.

—No lo sabe. Pero…

—Pero sabe dónde se hallan estacionadas sus naves de Salto —dijo Renner—. Tienen un problema. Tal vez yo pueda ayudarles.

—¿Cómo?

Renner miró con sarcasmo alrededor del cuarto.

—Como ha dicho, es un secreto antiguo. Me sorprende que lo hayan mantenido tanto tiempo.

—Ha habido pocos con los recursos de Horace Bury que lo buscaran.

—Recursos, cerebro y paranoia —apuntó Renner—. Le garantizo que no se creerá nada que puedan contarle sobre lo que me sucedió a mí. Tampoco importa quién lo haga. Si yo no regreso, pensará que había pajeños involucrados, y sabrá dónde buscar. ¿Doy por hecho que nos encontramos bajo el Glaciar Mano? Tienen un espaciopuerto por aquí. Uno secreto. Bury lo descubrirá.

—¿Hay algo que usted no sepa?

—Vamos, todo encaja en cuanto se averigua la parte clave sobre Nueva Utah —Renner titubeó—. Pero, de nuevo, no sé de verdad que no estén tratando con pajeños. Si lo están haciendo, han traicionado a la especie humana, y deberían ser aniquilados.

—¿Cómo podemos persuadirle? —preguntó despacio Anciano.

—Es fácil. Lo aclararemos en un par de horas. Se lo haré saber entonces. Mientras tanto, pensemos en cómo convencer a Bury para que abandone cualquier jugada que esté planeando. Yo me daría prisa.

—¿Y después?

—Hablamos con el Gobernador. Mire, ahora mismo no han hecho nada que les meta en serios problemas.

—Sólo lo suficiente como para ser colgados por alta traición.

—Técnicamente —acordó Renner—. Pero si colgaran a todos los que comercian con parientes en mundos Exteriores, se quedarían sin cuerda. Hasta ahora los únicos que han muerto son de su gente.

—Esto es una locura. —Una voz con un gemido—. Ancianos, hermanos, este hombre conoce todo. No podemos dejarle marchar.

—Mejor lo que yo conozco que lo que Bury sospecha —dijo Renner. Entiendan una cosa. Su Excelencia se asegurará, y recalco eso, de que no hay ningún pajeño involucrado. Una vez que lo haya hecho, se quedará tan aliviado que no será difícil conseguir que hable con el Gobernador.

»¿Qué tiene el Gobernador en contra de ustedes? Un poco de comercio con los Exteriores. Nada serio. A Jackson le encantará disponer de una oportunidad para convencer a la Iglesia de que el Imperio no es una amenaza real. Ha estado buscando a alguien con quien negociar. Y, miren, si Nueva Utah se muere por falta de fertilizante, debería estar dentro del Imperio. Les haremos otra oferta mientras los puntos de Salto sigan abiertos.

El Anciano que conducía la entrevista se puso de pie.

—Esto hay que discutirlo. ¿Necesita algo más?

—Sí. Tengo un poco de café en la mochila —Renner se levantó. Trató de girar las caderas, un ejercicio estándar para la espalda. No se cayó—. Parece que me he recuperado. Ahora bien, han tenido cuidado en no lanzar su nave mientras Bury se encuentra en la Compra, ¿correcto?

—Sí.

—Llévenme a ella. Muéstrenme esa nave, sin discusiones, sin llamadas telefónicas, llévenme ahora. Todos ustedes.

—No les di tiempo para que tontearan con la nave. De cualquier modo, no podrían haber hecho mucho. Me llevaron directamente a ella. Vi todo, por fuera y por dentro. No hay nada fabricado por Relojeros. ¡Horace, conozco el toque pajeño! Es imposible confundir su mano. Hacen que un artefacto realice dos o tres funciones al mismo tiempo, desconocen los ángulos rectos, lo recuerdas —Bury guardaba silencio, la cabeza agachada, los ojos ocultos en sombra—. Encontré dos variantes de la cafetera pajeña. Una le quita la cafeína al té. La otra debió añadirse en el último mes, las junturas todavía están nuevas. Filtra el combustible de hidrógeno. Hay una capa de superconductor pajeño bajo el escudo de reentrada. Las tres cosas llevaban el logotipo de Autonética Imperial.

Ruth Cohen se hallaba sentada en el borde de la silla.

—Entonces, ¿le llevaron en el acto?

—Les obligué. Tienen tres ascensores distintos, pero me llevé a todo el grupo conmigo. Cooperaron. Estoy tan seguro como se puede estarlo de que no lo comunicaron de antemano. Cuando arribamos allí Anciano tuvo que amenazar a los guardias con la perdición, y entonces ellos hicieron llamadas mientras yo inspeccionaba el exterior, pero entré en cinco minutos. ¿Bury?

Éste levantó la cabeza.

—¿Sí?

—¿Tengo tu atención? No estaba seguro. Mira, si tuviste acceso a los Relojeros y a los Ingenieros, y tú…

—Los maté. Lo sabes. —No había fuerza detrás de sus palabras. Parecía viejo, viejo.

—Asume, sólo asume, que son aliados. Haz de cuenta que confías en ellos. ¿No los dejarías sueltos en una nave tierra-órbita? ¡Una pequeña mejora en una lanzadera espacial puede duplicar la capacidad de carga! ¡Para un contrabandista eso es oro! Pero se trataba de una nave vieja, restaurada, y la ingeniería era totalmente humana y no muy buena. Esa gente no mantiene contacto con pajeños, Bury.

Bury no se movió. Ruth Cohen usó el lápiz para tomar notas en la superficie de su computadora de bolsillo.

—Kevin, le creo, pero aún debemos cerciorarnos.

—Usted se ocupará de eso —dijo Renner—. Tienen una nave estacionada en el punto de Salto fluctuante. Envíe un vehículo pequeño con un par de personas de la Marina a inspeccionarla. Vaya usted misma. Cuando transmitan que está limpia, hablamos con el Gobernador.

—Funcionará —dijo Ruth—. El Gobernador Jackson conseguirá una buena imagen si puede persuadir a Nueva Utah para que entre en el Imperio sin luchar, y quizá esto lo logre. ¡Fertilizante! Bueno, no es el primer planeta en padecer problemas de suelo.

»De acuerdo. Entre las regulaciones sobre los pajeños y su reputación, no tendremos ningun problema para hacer que el capitán Torgeson envíe una nave exploradora hasta el punto de Salto. Debería ir alguien nativo de la Iglesia, de modo que no se produzca ninguna pelea.

—Ohran —indicó Renner—. El que se hacía llamar Anciano es un obispo de rango alto de nombre Ohran. Mándelo a él —Renner se sirvió un brandy—. Y así se acaba el asunto. Bury… ¡maldición, Horace!

Sólo se movieron los ojos hundidos de Horace Bury. Ardían.

—No están aquí ahora. Aún se hallan taponados detrás del bloqueo de momento. Durante un cuarto de siglo he dejado que la Marina los mantuviera de ese modo. Kevin, he recordado demasiado. Siempre he sabido cuán peligrosos eran. Consigo no pensar en ello sólo cuando duermo. Kevin, debemos visitar la flota de bloqueo.

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