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Authors: Brian Lumley

Vampiros (60 page)

BOOK: Vampiros
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Brenda se quedó boquiabierta. ¿Harry? ¿Quería a Harry aquel monstruo? Abrió más los ojos y miró involuntariamente hacia la pequeña habitación del niño… y los ojos del vampiro se encendieron al seguir su mirada.


¡No!
—gritó ella, y cobró aliento para un alarido de puro terror… que no llegó a lanzar.

Yulian la empujó con fuerza, y Brenda fue a dar de cabeza contra las limpias tablas del suelo. Perdió inmediatamente el conocimiento, y él saltó por encima de ella hacia la puerta abierta de la pequeña habitación…

En el piso de enmedio, luchando ciegamente con una vieja ventana de guillotina que parecía atrancada, Darcy Clarke sintió de pronto que menguaba su terror; o, si no su terror, al menos su afán de huir. Sus facultades eran ahora menos exigentes, lo cual quería decir que el peligro se alejaba. Pero ¿cómo? Yulian Bodescu estaba todavía en la casa, ¿no? Al serenarse, Clarke dejó de temblar, encontró un interruptor y encendió la luz. Fluyó adrenalina en su sistema. Ahora podía enfocar de nuevo la mirada, podía ver los pestillos que aseguraban la ventana. Los soltó, y aquélla se alzó sobre las ranuras sin protestar. Clarke sonrió, aliviado; al menos tenía ahora una salida de emergencia. Miró por la ventana, hacia la calle oscura… y se quedó helado.

Al principio, sus ojos se negaron a aceptar lo que estaban viendo. Después lanzó una exclamación ahogada y sintió un cosquilleo en los hombros y en la espalda. ¡La calle de delante de la casa se estaba llenando de gente! Convergían en hileras silenciosas, y se agrupaban. Salían de las puertas del cementerio, al otro lado de la calle: hombres, mujeres y niños. Todos en silencio, cruzaban la calzada para reunirse delante de la casa. ¡Pues estaban tan mudos como las tumbas de las que acababan de salir!

Su hedor llegó hasta Clarke en el húmedo aire de la noche, el fuerte y mareante tufo de moho y descomposición y carne podrida. Observó con ojos desorbitados. Vestían sus ropas fúnebres; algunos habían fallecido hacía poco, y otros… otros llevaban mucho tiempo muertos. Saltaban sobre la pared del cementerio o se apretujaban en la verja, y cruzaban la calle arrastrando los pies. Y ahora, uno de ellos llamaba a la puerta de la casa, queriendo entrar en ella.

Clarke podía haber pensado que estaba loco y, por cierto, se le ocurrió esta idea, pero sabía en el fondo de su mente, y recordó, que Harry Keogh era un necroscopio. Conocía la historia de Keogh: un hombre que podía hablar con los muertos, a quien los muertos respetaban e incluso querían. Más aún, Keogh podía levantar a los muertos cuando los necesitaba. ¿Y acaso no los necesitaba ahora? ¡Claro! Esto era obra de Harry. Era la única explicación posible.

La muchedumbre de delante de la puerta empezó a levantar sus cabezas grises y jaspeadas. Miraron a Clarke, lo llamaron, señalando la puena. Querían que los dejase entrar… y Clarke sabía la razón. «Tal vez estoy loco a fin de cuentas», pensó, corriendo hacia la puerta del piso. «Es más de medianoche y un vampiro anda suelto, y voy a bajar para dejar que una horda de muertos entre en la casa»

Pero la puerta del piso seguía atrancada, con el piano apuntalado en el rellano contra ella. Clarke la empujó con el hombro hasta que creyó que iba a estallar su corazón. La puerta estaba cediendo, pero sólo un centímetro cada vez. Simplemente, no tenía la fuerza necesaria para…

Pero Guy Roberts sí que la tenía.

Clarke no supo que su amigo muerto se había levantado hasta que lo vio allí, a su lado, ayudándole a abrir la puerta. Roberts, con la aplastada cabeza carmesí doblada sobre un hombro, con el cráneo roto mostrando los sesos, empujaba inexorablemente hacia adelante, ¡con fuerza de ultratumba!

Y entonces Clarke se desmayó…

Los dos Harrys habían mirado a través de los ojos del niño a la cara del terror en persona, a la cara de Yulian Bodescu. Abalanzado sobre la cuna del pequeño, la malicia regocijada de sus ojos revelaba claramente sus intenciones.

¡Se acabó!
, pensó Harry Keogh.
¡Que todo tenga que terminar así!

No
, dijo otra voz en su mente.
No se acabó. Por medio de ti aprendí lo que tenía que aprender. Ya no te necesito para eso. Pero aún te necesito como padre. Por consiguiente, vete, ¡sálvate!

Sólo una persona podía hablarle así, ahora, por primera vez, cuando no había tiempo para preguntarse sobre el «cómo» y el «porqué» de todo aquello. Pues Harry había sentido que las ligaduras del niño se desprendían como cadenas rotas y lo dejaban de nuevo en libertad. En libertad de llevar su mente incorpórea a la seguridad del continuo de Möbius. Podía hacerlo aquí y ahora, dejando que su hijo arrastrase la situación.
Podía
irse…, ¡pero no podía!

Las fauces de Bodescu se abrieron como un pozo, mostrando una lengua de serpiente que vibraba detrás de unos dientes como puñales.

¡Vete!
, repitió Harry, en tono más apremiante.

¡Eres mi hijo!
, exclamó Harry.
¡Maldita sea, no puedo irme! ¡No puedo dejarte así!

¿Dejarme así?
Había sido como si el niño no pudiese seguir su razonamiento. Pero entonces lo captó y dijo:
Pero ¿te imaginabas que iba a quedarme aquí?

Las manos como garras de la bestia se alargaron hacia el niño en su cuna.

Yulian vio ahora que Harry hijo era… era más que un niño. Harry Keogh estaba en él, y aún más que esto. El pequeñín lo miró, lo miró fijamente con unos ojos grandes, húmedos, inocentes, y sin la menor señal de miedo. ¿O eran realmente inocentes? Por primera vez, desde Harkley, Yulian supo lo que era el miedo. Se echó un poco atrás, pero se dominó enseguida. ¿Acaso no había venido para esto? Era mejor hacerlo de una vez, y deprisa. Alargó de nuevo las manos hacia el niño.

El pequeño Harry había vuelto la redonda cabecita a un lado y otro, buscando una puerta de Möbius. Había una a su lado, flotando sobre las almohadas. Era algo instintivo en sus genes. Había estado siempre allí. El control del niño sobre su propia mente era formidable; sobre su cuerpo, no era tan seguro. Pero había podido resolverlo. Encogiendo los inexpertos músculos, se había escurrido y rodado a través de la puerta de Möbius. ¡Y las manos y las fauces del vampiro se cerraron en el aire tenue!

Yulian se echó atrás, se apartó de la cuna como si ésta hubiese estallado de pronto en llamas. Boquiabierto, se arrojó entonces sobre las sábanas, haciéndolas jirones. ¡Nada! ¡El niño había desaparecido! Uno de los trucos de Harry Keogh, la obra de un necroscopio.

No he sido yo, Yulian
, dijo suavemente Harry desde atrás de él.
No esta vez. Lo ha hecho él solo. Y no es todo lo que puede hacer
.

Yulian se volvió en redondo, vio la figura desnuda de Harry perfilándose en un resplandor azul de neón y avanzó amenazadoramente hacia él. Pasó
a través
de la manifestación, arañando el vacío.

—¿Qué? —dijo, con voz gutural—.
¿Qué?

Harry volvía a estar detrás de él.

Estás acabado, Yulian
, le dijo entonces, en tono de gran satisfacción.
Todo el mal que has hecho, podemos deshacerlo. Nosotros no podemos devolver la vida a los que mataste, pero sí vengar a algunos de ellos
.

—¿Nosotros? —El vampiro habló moviendo su lengua de serpiente, como goteando ácido—. No hay «nosotros» que valga; sólo eres tú. Y aunque tenga que emplear todo el futuro en ello, te…

No habrá un futuro para ti
. Harry sacudió la cabeza.
En realidad, ¡ya no te queda tiempo alguno!

Hubo un suave pero concertado ruido de pisadas en la escalera y en el rellano; algo no: muchos «algos» subían al piso. Yulian pasó del pequeño dormitorio a la habitación principal y se detuvo. Brenda Keogh ya no estaba donde él la había arrojado, pero Yulian apenas lo advirtió.

La manifestación de Keogh, suspendida en el aire tenue, siguió al vampiro para observar el enfrentamiento.

Un policía, con el cuello desgarrado, ejercía el mando. Y los otros lo seguían con pasos lentos y tambaleantes, pero resueltos.

Puedes matar a los vivos, Yulian
, dijo Harry al gemebundo vampiro,
pero no puedes matar a los muertos
.

—Tú… —Yulian se volvió de nuevo a él—. ¡Tú los has llamado!

No
. Harry sacudió la cabeza.
Los llamó mi hijo. Sin duda estuvo hablando con ellos durante algún tiempo, y han llegado a apreciarlo tanto como a mí
.

—¡No!

Bodescu corrió a la ventana y vio que era vieja y estaba cerrada. Uno de los cadáveres, un cuerpo que expulsaba gusanos a cada paso, saltó tras él. En su mano huesuda llevaba la ballesta de Darcy Clarke. Otros empuñaban largos palos, tomados de las vallas del cementerio. Una corrupción animada se desparramaba ahora en la habitación como pus de un furúnculo reventado.

Todo ha terminado, Yulian
, dijo Harry.

Bodescu se volvió hacia todos ellos y lo negó. No, no había terminado aún. ¿Qué eran ellos, sino un espejismo y una multitud de muertos?

—¡Keogh, bastardo incorpóreo! —gruñó—. ¿Crees que eres el único que tiene poder?

Se agachó, dilató los hombros y se echó a reír. Su cuello se alargó y la carne tembló como adquiriendo vida propia. La terrible cabeza parecía ahora la de un pterodáctilo primigenio. Su cuerpo pareció vibrar, aplanándose y ensanchándose hasta que la ropa que lo envolvía se desgarró por muchos sitios. Entonces abrió y estiró los brazos, formando una cruz blasfema, y surgieron unas alas membranosas de los lados de su cuerpo. Con más facilidad y ligereza y soltura que las que había tenido en su tiempo Faethor Ferenczy, transformó completamente su carne de vampiro. Y donde, momentos antes, había estado un ser de aspecto humano, se erguía ahora una enorme criatura parecida a un murciélago, frente a los que le daban caza.

Entonces… aquella cosa que era Yulian Bodescu se volvió y se lanzó contra la frágil celosía de la ancha ventana.

¡No dejéis que se vaya!
, dijo innecesariamente Harry a los muertos, porque no pensaban hacerlo.

Yulian atravesó la celosía, sembrando la calle de cristales y de fragmentos de madera pintada. Formó una especie de ala delta, torciendo el monstruoso cuerpo como una cometa para captar el viento nocturno que soplaba desde el oeste. Pero el vengador que llevaba la ballesta se plantó detrás de la ventana rota y apuntó su arma. Un cadáver sin ojos no hubiese debido ver nada, pero, en su extraña seudovida, aquellos pedazos de carne corrompida disfrutaban de todos los sentidos que habían poseído en la vida real. Y éste había sido un buen tirador.

Disparó y la saeta alcanzó a Yulian en la espina dorsal, en mitad de su correosa espalda.
Al corazón
, advirtió Harry al tirador.
Hubiese debido apuntarle al corazón
. Pero en definitiva el resultado sería el mismo.

Yulian lanzó un grito ronco y vibrante de animal herido. Dobló el cuerpo en una contorsión de agonía. Perdió el control, y descendió como un pájaro aliquebrado sobre el cementerio. Trató de mantener el vuelo, pero la saeta le había roto la espina dorsal y ésta tardaría en curarse. No había tiempo que perder. Yulian cayó dentro del cementerio, chocando con los húmedos arbustos, e inmediatamente los muertos volvieron sobre sus pasos y empezaron a salir del ático, para perseguirlo.

Bajaron la escalera, algunos con carne desprendiéndose de los huesos y otros sin poder evitar que se rompiesen trozos de su cuerpo que los seguían por su propia voluntad. Harry fue con ellos, con todos los muertos de los que había sido amigo… cuando vivía aquí —¿cuánto tiempo hacía?— y con otros nuevos amigos con los que ni siquiera había hablado aún.

Había entre ellos dos jóvenes policías que nunca volverían a casa para reunirse con la esposa, y otros dos de la Brigada Especial, con orificios de bala como flores escarlata en su ropa; y había un hombre gordo llamado Guy Roberts, cuya cabeza ya no era tal, pero cuyo corazón seguía estando en su sitio. Roberts había venido a Hartlepool a cumplir una misión que esperaba terminar ahora.

Todos bajaron la escalera, salieron por la puerta, cruzaron la calle y entraron en el cementerio. Había muchos rezagados que no habían podido ir hasta el piso, porque no estaban en condiciones de hacerlo. Pero, cuando Yulian había caído, lo habían rodeado, blandiendo estacas y amenazándolo a su silenciosa y tétrica manera.

Atravesarle el corazón
, les dijo Harry al llegar.

Maldita sea, Harry, ¡no se está quieto!
, protestó uno de ellos.
Su piel parece de goma, y estas estacas son romas
.

Tal vez tengo yo la solución
. Otro cadáver, muerto recientemente, se adelantó. Era el agente Dave Collins, que caminaba torcido, porque Yulian le había roto la espalda en un callejón a menos de cien metros calle abajo. Llevaba en una mano la hoz del guarda del cementerio, un poco oxidada por haber estado entre las altas hierbas al pie del muro del camposanto.

Así es como hay que hacerlo
, convino Harry, sin escuchar los roncos gritos de Yulian.
La estaca, la espada y el fuego
.

Yo tengo el fuego
. Alguien que tenía la cabeza completamente destrozada, Guy Roberts, avanzó tambaleándose y arrastrando un pesado depósito y una manguera: ¡un lanzallamas del Ejército! Y si Yulian había gritado antes, ahora lo hizo con más fuerza. Los muertos no le tuvieron compasión. Se abalanzaron sobre él y lo sujetaron contra el suelo, y el aterrorizado Yulian Bodescu, convirtió de nuevo su cuerpo de vampiro en el de un hombre. Un gran error, pues ahora ellos podían encontrar su corazón más fácilmente. Uno trajo un pedazo de una lápida rota y lo emplearon como martillo, consiguiendo al fin hincar una estaca en su sitio. Clavado como una fea mariposa, Yulian chillaba y se retorcía, pero la cosa había casi terminado.

Dave Collins miró, suspiró y dijo:

Hace una hora, yo era un policía, y ahora parece que voy a ser un verdugo
.

El veredicto ha sido unánime, Dave
, le recordó Harry.

Y como la propia Parca, Dave Collins avanzó y cortó lo más limpiamente posible la odiosa cabeza de Yulian, aunque tuvo que golpearla más de un par de veces. Entonces le llegó el turno a Guy Roberts; vertió sobre el ahora callado vampiro el rugiente, abrasador y devorador fuego del lanzallamas, hasta que, virtualmente, nada quedó de él. Y no paró hasta que el depósito estuvo vacío. Entonces, los muertos se estaban ya dispersando, volviendo a sus abiertas tumbas. Era hora de que Harry siguiese su camino. El viento había despejado la niebla de Yulian y también el hedor de la putrefacción, y brillaban las estrellas en el cielo nocturno. Harry había terminado allí su trabajo, pero todavía había mucho que hacer en otra parte.

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