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Authors: Dora Heldt

Vacaciones con papá (12 page)

BOOK: Vacaciones con papá
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—¡¡Ya voy!!

Johann se estremeció, yo había soltado un chillido sin transición. Se levantó, alzó la mano y la dejó caer.

—Será mejor que vayas. Hasta luego.

Fue despacio a la casa, y yo hice un esfuerzo para no salir corriendo tras él. Después respiré profundamente y me dirigí al lugar desde donde mi padre acababa de fastidiarme la que seguramente habría sido la mejor tarde de mi vida.

Enfundado en un albornoz, estaba asomado a la ventana de la cocina de nuestra casa, mirándome risueño. Yo estaba que me subía por las paredes.

—¿Por qué gritas como un loco? ¿Qué es lo que pasa?

—Tu hermana está al teléfono. Mamá se encuentra bien. ¿Quieres hablar con Ines?

Me contuve para no lanzarle una mirada furibunda. Mi padre me pasó el teléfono.

—Toma, anda, habla con tu hermana, yo aún no estoy listo. —Cerró la ventana.

Cogí aire y después me llevé el teléfono a la oreja.

—Hola, Ines.

—Parece que estás de los nervios. ¿Está acabando contigo papá?

Me vino a la cabeza la sonrisa radiante de mi padre a mediodía en el agua y me tranquilicé.

—Resulta un poco agotador. En algunas situaciones no tiene tacto ninguno. —Ojos color miel—. Pero no pasa nada. ¿Y mamá?

—Pues el hospital le gusta, le han dado una habitación para ella sola y la operan mañana a las ocho de la mañana. La analítica es buena y ella está muy tranquila, y yo ahora también. Tú calma a papá. Te llamo mañana, cuando haya pasado todo. Y no os preocupéis.

—Ya conoces a papá. Esta mañana ya estaba de mal humor. Tendremos que distraerlo. Bueno, pues entonces hasta mañana. Y dale recuerdos a mamá.

Dejé el teléfono en la repisa de la ventana y volví al jardín. Me senté en el sofá de mimbre en el que poco antes la vida aún era de color de rosa y clavé la vista en el asiento vacío. ¿No podía haber chillado mi padre diez minutos después? Así, ahora yo tendría una cita. De este modo no la tenía. Muy oportuno. Al rato levanté la cabeza, eché una ojeada y me encendí un cigarrillo.

Ven ahora, papá, pensé, y que se te ocurra prohibirme esto.

Me quedé media hora en el sofá, esperando una segunda oportunidad con el corazón desbocado. No pasó nada. Por lo visto, los aullidos de mi padre me habían chafado el plan. Cuando me puse en pie, frustrada, llegó Kalli. Ya que en mi vida no tenía cabida el amor, al menos podía echar una mano un rato.

Ni un minuto de paz

Kalli esperó a que la familia de cuatro miembros hubiese bajado del coche y abrió el maletero.

—Hola, Christine. —Me dio dos bolsas de viaje—. Éstos son los nuevos huéspedes de Marleen. Mira, son gemelas de verdad, qué gracia, ¿no?

Observé a las dos niñas pelirrojas, cuyos rostros pecosos me miraron con seriedad. Eran muy parecidas.

—No somos graciosas.

Su madre las apartó.

—Pues claro que no. Al señor Jürgens le resulta gracioso que seáis gemelas.

—¿Por qué?

Las dos clavaron la vista en Kalli, que se rascó la cabeza.

—¿Por qué?

No se daban por vencidas. Marleen acudió en auxilio de Kalli.

—Hola, bienvenidos. —Apoyó con cuidado la bicicleta, que traía llena de bolsas de la compra, en la pared y se acercó a nosotros—. Soy Marleen de Vries. ¿Han tenido un buen viaje?

—Sí, gracias. —La madre de las gemelas le dio la mano a Marleen—. Soy Anna Berg, éste es mi marido, Dirk, y éstas son Emily y Lena. Muchas gracias por haber ido a buscarnos; si las vacaciones son como el viaje, no podremos quejarnos.

Marleen se agachó y les preguntó a las niñas:

—Y ¿quién es quién?

—Yo soy Emily —repuso en el acto la de la izquierda—. Y ésta es Lena. En el colegio siempre vamos vestidas distintas. Yo siempre llevo algo azul. Y no somos graciosas. —Miró un buen rato a Kalli y luego a Marleen.

—Ah. —Marleen se levantó—. ¿Cuántos años tenéis?

La respuesta llegó a coro.

—Siete.

—Siete —repitió Kalli—. Es verdad, entonces ya no sois graciosas. Entonces sois mayores.

Emily se paró a pensar un instante y acto seguido le dio un golpe a su hermana. Ambas asintieron mirando a Kalli con gravedad. Al parecer, había ganado puntos.

Mientras Marleen me presentaba, Kalli sacó del coche el resto del equipaje. Marleen me cogió las dos bolsas.

—Les enseñaré su habitación. Kalli, ¿me echas una mano con el equipaje? Christine, ¿puedes llevar la compra a la cocina? No quiero que se me derrita la mantequilla.

Dirk Berg cogió la maleta más grande.

—La maleta la llevo yo, muchas gracias, señor Jürgens, nos ha ido a buscar, que ya es bastante. Vamos, chicas, coged vuestras mochilas y los abrigos, ya habéis oído que sois mayores.

Kalli miró a la familia mientras yo cogía las bolsas de la bicicleta. Entré en la casa con dos en cada mano. Kalli me siguió.

—Podría cogerte algo, pero me da la impresión de que has repartido el peso estupendamente.

—Gracias, Kalli, no hace falta.

Ya en la cocina, dejé las bolsas en la encimera y me froté las manos porque se me había cortado la circulación.

—¿Y bien? ¿Son majos?

Él asintió.

—Muy majos. Son de Dortmund. Ya sabes, como el Borussia de Dortmund. —Sonrió—. Mi club favorito. Heinz siempre se enfada, como es del HSV… Pero el Dortmund es mejor. Onno opina lo mismo, aunque él es fan del Werder Bremen. Ahora mismo el HSV va fatal. Me muero de ganas por saber qué pasa, pero ahora la temporada ha finalizado, así que no puede pasar gran cosa. Por cierto, ¿dónde está Heinz?

Metí parte de la compra en la nevera.

—En casa. Ahora que lo dices, puedes ir a buscarlo, seguro que tiene hambre.

—Es bonito ver cómo lo cuidas, Christine. Ojalá mis hijos fuesen de vacaciones conmigo.

Kalli se fue, y yo me sentí como una heroína.

—¿Qué? —Marleen se dejó caer en una silla de la cocina y estiró las piernas—. Al final ha sido un día movidito. Gracias por sacar la compra. ¿Te cabe todo?

Puse en el fondo dos cartones de leche de canto y respondí de cara a la nevera.

—Claro.

—¿Cómo?

Me volví hacia ella.

—Que sí. Si no encuentras algo, pregúntame.

—No metas la leche tan atrás, voy a hacer arroz con leche. De postre.

—Mi padre vomitará. —Saqué todo lo que había colocado delante de la leche y empecé de nuevo—. Le sientan mal los lácteos y las harinas.

—En ese caso, que coma más arenque asado. Por cierto, bonito vestido. Un poco demasiado para esta cocina.

—Me lo ha dejado Dorothea. No metí nada decente en la maleta, creo que mañana me voy de compras.

—¿Y eso? ¿Qué piensas hacer?

—Nada, pero no puedo ir siempre por ahí en pantalón corto. Puede que surja algo interesante.

Me di cuenta de que me había puesto roja, y Marleen también lo vio. Se levantó y se plantó delante de mí.

—A ver, ¿lo de esta mañana iba en serio?

Procuré hacerme la tonta.

—¿Qué?

—Lo del señor Thiess. No me lo puedo creer.

Doblé las bolsas de plástico con parsimonia.

—Hace un rato ha estado a punto de invitarme a cenar. Hemos estado tomando un café en el jardín. Lo encuentro muy interesante.

—¿Cómo que «ha estado a punto de invitarte a cenar»?

Metí las bolsas en el cajón de los cubiertos.

—Me ha llamado mi padre. ¿Por qué me miras tan raro?

Marleen me observaba con aire pensativo.

—Las bolsas van en ese armario de ahí. ¿Qué te ha contado el tal Thiess?

—Se llama Johann y es de Bremen. Tiene unos ojos tan bonitos… —Me apoyé en la nevera y me puse a pensar en esa mirada que me llegó al corazón.

La mirada de Marleen era muy distinta.

—¿De Bremen?

Su tono me sacó de mi arrobamiento.

—De Bremen, sí. ¿Por qué? ¿Pasa algo?

—No quiero ser aguafiestas —repuso con tino—, pero me parece algo raro. Escribió mal su nombre dos veces y no hay quien lea la dirección que puso.

Me paré a pensar un instante en nuestro primer encuentro.

—Por Dios, Marleen, mi forma de recibirlo fue bastante estúpida.

—Aun así, no sé. ¿No te parece extraño que haya viajado de noche? De Bremen aquí hay a lo sumo dos horas.

—Quizá venga de otra parte. Ves demasiadas películas malas. ¿Qué crees que es? ¿Un loco fugitivo?

—No te pongas a la defensiva. Sólo me planteaba si no será de la competencia. Hay un hotelero de Aurich que quiere abrir un bar nuevo en la playa. Puede que haya venido a espiar.

—Entonces pregúntale, Marleen, pregúntale sin más. Eres como mi padre. Mira por dónde, ahí viene, haz el favor de no decir nada. No tengo ningunas ganas de profundizar en el tema Thiess con Heinz.

La vida me parecía injusta. Primero me había puesto en ridículo, luego había tenido una segunda oportunidad que mi padre se había cargado y encima mi amiga estaba en mi contra. Ofendida, eché mano de la cazuela que estaba en el fogón y me puse a pelar patatas. Marleen me observaba en silencio. Cuando mi padre entró en la cocina con Kalli, respiró profundamente.

—Hola, ¿ya tenéis hambre?

Mi padre se paró en seco.

—¿Noto cierta tensión en el ambiente?

Sacudí la cabeza, precisamente ahora mi padre era sensible a las vibraciones. Toda una novedad.

—No, papá, no pasa nada. Podemos cenar dentro de media hora. Marleen va a hacer arroz con leche.

—Puaj. Pero ya veo que estás pelando patatas. En tal caso comeré patatas salteadas. Hasta ahora. Ven, Kalli, vamos a tomar una cerveza en el jardín.

—Vaya una forma de devolverme la pelota con lo del arroz. —Marleen cogió un cuchillo—. Lo que quieres es que los chicos me cojan manía. Lo del señor Thiess no te lo he dicho con mala intención. Tal vez me equivoque y sea todo un príncipe.

—Me apuesto lo que quieras a que te equivocas.

La mirada escéptica de Marleen no casaba con sus ganas de hacer las paces. Me daba lo mismo.

Mi padre me escudriñó con curiosidad cuando nos sentamos a cenar.

—¿Qué, Christine?, ¿cómo ha ido el día?

—Papá, pero si he pasado casi todo el tiempo contigo.

—Bobadas. —Pinchó una porción de arenque con el tenedor y se inclinó hacia Marleen—. Hemos estado juntos un rato en la playa y después Christine ha desaparecido. Yo me he ido al bar a echar una mano, pero mi hija se ha ido. Sin más.

—Menudo chivato estás hecho, Heinz. —Dorothea acercó la fuente del pescado.

—Yo sólo me preocupo. Al fin y al cabo, soy su padre. —Me dirigió una mirada escrutadora—. Y a un padre le entra miedo cuando su hija desaparece sin más.

Lo miré con aire inocente y no dije nada. Si creía que lo tomaba en serio, estaba muy equivocado. Kalli lo tomó en serio.

—Pero, Heinz, ya es adulta. Y además tiene móvil, ¿no, Christine? Y conoces el sitio. ¿Qué podría pasar?

Mi padre no se dio por vencido.

—He oído voces en el jardín. Una voz de hombre y la tuya. ¿Con quién hablabas?

—¡Heinz! —Dorothea le dio un empujoncito—. Ya basta. Y ahora cambiemos de tema: Nils iba a mandarme a dos muchachos para que me ayudaran a pintar. ¿Se han pasado ya?

Mi padre se concentró en una espina minúscula. Kalli se atragantó y empezó a toser. Le di unas palmaditas en la espalda.

—Hay que ponerse las gafas para comer pescado, Kalli, ayuda.

—Gracias, no uso gafas. No como arenque.

—Entonces, ¿con qué te has atragantado?

Kalli buscó con la vista a mi padre, que seguía centrado en sus espinas. Marleen, Dorothea y yo nos miramos. Dorothea insistió, gritando un tanto:

—Heinz, me gustaría saber si han ido los dos pintores.

—No valen para nada. ¿Puedo servirme más pescado? Kalli no se va a comer el suyo. —Le tendió el plato a Marleen.

Tuve una corazonada.

—¿Cómo que no valen para nada?

Mi padre bebió de su vaso despacio y después amontonó patatas en el plato, algo en lo que se entretuvo bastante. Marleen se impacientó.

—¿Podéis explicar qué ha pasado? ¿Han ido o no han ido?

Mi padre se señaló la boca llena y se puso a masticar haciendo aspavientos.

—¿Kalli?

—Sí, pero no han causado muy buena impresión. —Kalli miró de reojo a mi padre, que seguía masticando sin parar.

—A mí también me ha dado una sensación rara. Y creo que a Onno también. Y Heinz conoce bien a las personas. Los muchachos eran muy jóvenes y no se habían lavado bien. Olían.

Miramos a Heinz y a Kalli y de nuevo a Heinz. Así que mi padre conocía bien a las personas. Ésa sí que era buena.

—Papá, ¿qué les has hecho?

Él tragó saliva indignado.

—No les he hecho nada. ¿Tú qué te has creído? Les he formulado unas preguntas y los he observado detenidamente. Decidimos que no encajaban.

—¿Cómo que no encajaban? —Dorothea estaba perpleja—. Y ¿quiénes lo han decidido?

—Kalli y yo —respondió él con aire paternal—. Además, Onno también los miraba raro, no es que hable mucho, pero yo sé lo que piensa. Esos dos eran demasiado jóvenes, no iban muy limpios, y para colmo creo que había alcohol de por medio. En cualquier caso, les he dicho que renunciaríamos a sus servicios, que se buscaran otro trabajo estas vacaciones. Sólo nos habrían dado disgustos, lo que yo os diga.

Comió un bocado de arenque.

—A ver, Heinz, ¿en qué estabas pensando? Nils me mandó expresamente a los chicos para que me ayudaran a pintar. No puedo hacerlo todo yo sola. Tenemos que empezar mañana o no acabaremos la semana que viene, ya conoces el plan. Y ahora, ¿de dónde saco yo a otros dos?

Dorothea estaba furiosa. Kalli, apocado, permanecía con la cabeza gacha junto a mi padre, que seguía comiendo como si tal cosa.

—No tienes por qué enfadarte conmigo, Dorothea, al contrario. Te he ahorrado muchos problemas. Además, pintar también puede hacerlo mi amigo Kalli, ¿a que sí?

El aludido asintió tímidamente.

—Claro, yo te echo una mano encantado. Sólo tienes que decirme lo que quieres.

—Gracias, Kalli, pero ¿vas a pintar por dos?

—Heinz puede…

Mi padre negó con la cabeza, risueño.

—No, Kalli, soy daltónico, y teniendo como tengo la cadera, tampoco puedo estar mucho tiempo subido en una escalera. Esos movimientos me van fatal. Además, alguien tendrá que encargarse de supervisar.

Marleen y Dorothea lo miraban atónitas. Él aguantó las miradas.

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