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Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Trhiller, Biotecnología, Guerra biológica

Nivel 5 (8 page)

BOOK: Nivel 5
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Antes incluso de que su testaruda cruzada para regular la ingeniería genética convirtiera su nombre casi en una palabra obscena en una docena de grandes laboratorios de todo el mundo, Levine había aprendido duras lecciones sobre las medidas de seguridad. La cajita negra era un sofisticado instrumento criptográfico para cifrar transmisiones computarizadas enviadas por las líneas telefónicas. Mediante el uso de algoritmos patentados de conexión pública, más sofisticados que los estándar de la DES, las transmisiones se podían efectuar sin que pudieran ser detectadas, ni siquiera por los superordenadores gubernamentales. La simple posesión de aquella clase de instrumentos era algo legalmente cuestionable. Pero antes de graduarse en la Universidad de Irvine, Levine había sido un miembro activo del movimiento estudiantil contra la guerra. No le resultaba extraño utilizar métodos heterodoxos, e incluso ilegales, para conseguir sus fines.

Levine encendió el PC y tamborileó con los dedos sobre la mesa mientras el ordenador se ponía en marcha. Luego activó el programa de comunicaciones y marcó el código para ponerse en contacto con otro usuario. Un usuario muy especial.

Esperó a que la llamada fuera canalizada y luego vuelta a canalizar a través de líneas telefónicas que seguían un camino complejo, imposible de detectar. Finalmente, la llamada fue detectada por el siseo de otro módem de conexión. Se produjo un agudo pitido mientras las dos terminales se conectaban; luego, en la pantalla de Levine apareció una imagen que ya le resultaba familiar: una figura, vestida con un traje de mimo, que balanceaba el globo terráqueo sobre un dedo. La imagen de conexión desapareció, sustituida por las palabras, descarnadas, como si hubieran sido tecleadas por un fantasma.

«¡Profesor! ¿Qué hay?»

«Necesito una línea en la red de GeneDyne», tecleó Levine.

La respuesta fue inmediata.

«Eso es bastante sencillo. ¿Qué buscamos hoy? ¿Números de teléfono de empleados? ¿Nóminas? ¿La última puntuación de NetDoom en el correo?»

«Necesito un canal privado con las instalaciones de Monte Dragón», contestó Levine.

La siguiente respuesta tardó algún tiempo en llegarle.

«¡Vaya! ¿Qué le ocurre hoy,
monsieur le professeur

«¿No puede hacerlo?», tecleó Levine.

«¿He dicho acaso que no pudiera? ¡Recuerde con quién está hablando,
varlet
! La expresión "no puedo" no existe en mi diccionario. No me preocupo por mí, sino por usted… He oído decir que ese tal Scopes es un tipo de cuidado. Le encantaría atraparle con las manos en la masa. ¿Está seguro de que desea dar ese paso, profesor?»

«¿Se preocupa por mí? — tecleó Levine—. Eso resulta difícil de creer.»

«Vamos, profesor. Su crueldad me hiere.»

«¿Quiere dinero esta vez? ¿Es eso?»

«¿Dinero? Ahora sí me siento insultado. Exijo una satisfacción. Reúnase conmigo al mediodía delante del salón del ciberespacio.»

«Mimo, esto es muy serio.»

«Yo siempre soy serio. Naturalmente, puedo ocuparme de su pequeño problema. Además, he oído rumores acerca de un programa realmente gordo en el que trabaja Scopes. Algo muy sofisticado, muy interesante. Pero por lo visto es un tipo muy celoso que pone el cinturón de castidad alrededor del servidor donde se encuentra. Quizá mientras me ocupe de resolver este asunto pueda hacerle una pequeña visita a su servidor privado. Es la clase de desvirgamiento con la que más disfruto.»

«Lo que haga en su tiempo libre es asunto suyo —tecleó Levine con irritación—. Sólo tiene que asegurarse de que el canal sea absolutamente seguro. Le ruego que me haga llegar la información cuando la tenga a punto.»

«DPH.»

«Mimo, no comprendo, ¿qué es DPH?»

«Por Dios, siempre se me olvida lo novato que es usted en estas cosas. Aquí fuera, en el éter electrónico, utilizamos acrónimos para que nuestros intercambios epistolares sean cortos y dulces. DPH significa "dalo por hecho". Ustedes, los académicos experimentados, podrían aprender algo de nuestro libro virtual. Buenas noches,
herr professor

La pantalla quedó en blanco.

La oficina de Singer, situada en la esquina sudeste del edificio de administración, era más una sala de estar que la suite de un director. Había una gran chimenea india semihundida en un rincón, rodeada por un sofá y dos sillones de cuero. Contra una pared había un antiguo trastero mexicano, en el que se veía una usada guitarra Martin y un desordenado montón de hojas pautadas de música. Sobre el suelo se extendía una alfombra navajo de las montañas, y en las paredes colgaban grabados del siglo XIX de la frontera americana, que incluían seis imágenes Bodmer de los indios mandan y hidatsa del alto Missouri. No había mesa, sino sólo una estación de trabajo con ordenador y teléfono.

Las ventanas daban al oeste sobre el desierto de Jornada, donde el camino de tierra se perdía hacia el infinito. El sol penetraba a raudales por las ventanas ahumadas y se extendía por la estancia, llenándola de luz.

Carson se acomodó en un sillón, mientras Singer se dirigía a un pequeño bar situado en un extremo de la habitación.

—¿Algo para beber? — preguntó—. ¿Cerveza, vino, martini, un zumo?

Carson miró su reloj. Doce menos cuarto de la mañana. Todavía sentía el estómago un poco delicado.

—Tomaré un zumo.

Singer regresó con un vaso de zumo de piña en una mano y un martini en la otra. Se acomodó en el sofá y extendió las piernas, apoyando los pies sobre la mesa.

—Ya sé. Nada de bebida antes del mediodía —dijo—. Ah, eso no es bueno. Esta es una ocasión especial. — Levantó su copa—. Por la gripe X.

—Gripe X —murmuró Carson—. Eso fue lo que, según Brandon-Smith, mató al chimpancé.

—Correcto.

Singer tomó un sorbo y luego exhaló un suspiro, satisfecho.

—Disculpe mi franqueza —dijo Carson—, pero realmente me gustaría saber de qué trata este proyecto. Todavía no comprendo por qué el señor Scopes me ha elegido entre… ¿cinco mil científicos? ¿Y por qué tuve que dejarlo todo y salir como alma que lleva el diablo?

Singer se arrellanó en el sofá.

—Permítame empezar por el principio. ¿Está familiarizado con un animal llamado bonobo?

—No.

—Solíamos llamarlos chimpancés pigmeos hasta que nos dimos cuenta de que, en realidad, se trataba de una especie completamente diferente. Los bonobos están más cercanos a los seres humanos que incluso los chimpancés más comunes de las tierras bajas. Son más inteligentes, forman relaciones monógamas, y comparten con nosotros hasta un noventa y nueve coma dos por ciento de ADN. Y, lo más importante, contraen todas nuestras enfermedades…, excepto una.

Hizo una pausa y bebió otro sorbo de su bebida.

—No contraen la gripe. Todos los demás chimpancés, así como los gorilas y orangutanes, la contraen, pero no el bonobo. Brent se enteró de este hecho hace unos diez meses, y eso le llamó la atención. Nos envió varios bonobos y efectuamos una decodificación genética secuencial. Permítame que le enseñe lo que descubrimos.

Singer abrió un libro de notas que había sobre la mesita de café, a su lado, y apartó un huevo de malaquita para dejar espacio. En su interior, las hojas de papel estaban cubiertas por cadenas de letras en complejas disposiciones, parecidas a una escala de cuerdas.

—El bonobo tiene un gen que lo hace inmune a la gripe. No se trata sólo de una o dos cepas, sino a todas las sesenta variedades de gripe que se conocen. Lo hemos llamado el gen de la gripe X.

Carson examinó el registro. Se trataba de un gen corto, que sólo contenía varios centenares de pares básicos. — ¿Cómo funciona el gen? — preguntó.

Singer sonrió:

—En realidad no lo sabemos. Probablemente se necesitarán años de investigación para descubrirlo. Pero Brent planteó la hipótesis de que si pudiéramos insertar este gen en el ADN humano, eso haría que los seres humanos fuéramos inmunes a la gripe. Esa idea se vio apoyada por las pruebas iniciales que efectuamos
in vitro
.

—Interesante —dijo Carson.

—Lo mismo diría yo. Se saca ese gen del bonobo, te lo insertan y ya está, nunca más se vuelve a contraer una gripe. — Se arrellanó en el sofá y continuó en voz más baja—. Guy, ¿cuánto sabe usted de la gripe?

Carson vaciló. Sabía bastante. Pero Singer no parecía la clase de persona que apreciara a un fanfarrón.

—No tanto como debiera. Para empezar, la gente se la toma con demasiada displicencia.

—Correcto —asintió Singer—. La gente suele pensar que sólo es una molestia pasajera. Pero no es ninguna molestia, sino una de las peores enfermedades víricas del mundo. Incluso en la actualidad, un millón de personas mueren cada año a causa de la gripe. Sigue siendo una de las diez principales causas de muerte en Estados Unidos. Durante la temporada de la gripe, hasta una cuarta parte de la población cae enferma. Y eso en un año bueno. La gente ya ha olvidado que la epidemia de gripe del cerdo de 1918 llegó a matar el dos por ciento de la población mundial. Fue la peor pandemia de la historia, mucho peor que la de la peste negra. Y eso ocurrió en nuestro siglo. Si volviera a suceder nos encontraríamos prácticamente tan impotentes como entonces.

—Las mutaciones verdaderamente virulentas de la gripe son capaces de matar en cuestión de horas —dijo Carson—. Pero…

—Espere un momento, Guy. Precisamente esa palabra, mutación, es la clave. Las pandemias más graves se producen cuando el virus de la gripe experimenta una mutación importante. Eso ya ha ocurrido tres veces durante este siglo, la más reciente de ellas con la gripe de Hong Kong en 1968. Ahora estamos fatigados, maduros para otra pandemia.

—Y como la vaina de la partícula viral continúa experimentando mutaciones —añadió Carson—, no existe una vacuna permanente. La vacuna de la gripe no es más que un cóctel de tres o cuatro cepas, una suposición por parte de los epidemiólogos acerca de cuál será la cepa que se extenderá durante los próximos seis meses. ¿Correcto? Pero su suposición podría estar equivocada y todos caeríamos enfermos.

—Muy bien, Guy —asintió Singer con una sonrisa—. Conocemos perfectamente su trabajo con los virus de la gripe en el MIT. Ésa es una de las razones por las que le elegimos.

Se terminó el martini de un solo y rápido trago.

—Quizá una de las cosas de las que no se dio cuenta fue que la economía mundial pierde un billón de dólares anuales en absentismo laboral a causa de la gripe.

—Eso no lo sabía.

—Pues ahí va algo más que quizá tampoco sepa: la gripe causa anualmente doscientos mil defectos de nacimiento. Cuando una mujer embarazada tiene una fiebre superior a treinta y nueve grados, en el útero se puede desatar un verdadero infierno para el proceso de desarrollo del feto. — Suspiró, antes de continuar—. Guy, estamos trabajando en el último y gran avance médico del siglo veinte. Y ahora usted forma parte de él. Como comprenderá, con el gen de la gripe X insertado en su cuerpo, un ser humano será inmune a todas las cepas de la gripe. Para siempre. Y sus hijos también heredarán esa inmunidad.

Carson dejó su zumo sobre la mesita y miró a Singer.

—Jesús —exclamó—. ¿Se refiere a una terapia genética dirigida a las células reproductoras?

—En efecto. Vamos a alterar permanentemente la línea celular germen de la raza humana. Y usted, Guy, es un elemento clave en la consecución de esta meta.

—Pero mi trabajo con la gripe sólo fue preliminar —dijo Carson—. Mi principal centro de atención estaba en otra parte.

—Lo sé —asintió Singer—. Nuestro principal obstáculo ha consistido en introducir el gen de la gripe X en el ADN humano. Eso se tiene que hacer, claro está, utilizando un virus.

Carson asintió. Sabía que los virus actuaban insertando su propio ADN en el del huésped. Eso hacía que los virus fueran los vectores ideales para intercambiar genes entre especies genéticamente muy distanciadas entre sí. Como resultado de ello, la mayoría de los ingenieros genéticos utilizaban los virus de este modo.

—Así es como funcionará —prosiguió Singer—. Insertaremos el gen de la gripe X en un virus de la gripe. Utilizaremos ese virus como una especie de caballo de Troya. Entonces, infectaremos a una persona con ese virus. Tal como sucede con la vacuna de la gripe, la persona desarrollará una gripe suave. Mientras tanto, el virus habrá insertado el ADN del bonobo en el de la persona. Una vez ésta se haya recuperado, tendrá el gen de la gripe X y nunca volverá a contraer la gripe.

—Terapia genética —dijo Carson.

—Exacto —asintió Singer—. Ésa es una de las cosas más interesantes que se están haciendo hoy en día. Las terapias genéticas prometen curar toda clase de enfermedades genéticas, como la de Tay-Sachs, el síndrome de la mononucleosis infecciosa, la hemofilia y muchas otras. Algún día, cualquiera que nazca con un defecto genético podrá recibir el gen adecuado y llevar una vida normal. Sólo que, en este caso, el «defecto» es la susceptibilidad a la gripe. Y el cambio será hereditario. — Singer se pasó la mano por la frente—. El simple hecho de hablar del tema me entusiasma —añadió con una sonrisa burlona—. Cuando daba clases en el CalTech, jamás pensé que pudiera cambiar el mundo. La gripe X me hizo creer de nuevo en Dios.

Hizo una pausa y carraspeó antes de continuar.

—Estamos muy cerca de conseguirlo, Guy. Pero hay un pequeño problema. El gen X que insertamos en el virus de la gripe ordinaria hace que éste se vuelva virulento. Infinitamente más virulento y brutalmente contagioso. En lugar de ser un mensajero inocuo, la vaina proteínica del virus parece imitar a la hormona que estimula la sobreproducción del fluido cerebroespinal. Lo que vio usted en el Tanque de la Fiebre fue el efecto del virus sobre un chimpancé. No sabemos qué le provocará a un ser humano, pero sí sabemos que no será nada agradable.

Se levantó para dirigirse a una ventana cercana.

—Su trabajo consistirá en rediseñar la vaina vírica del «mensajero» del virus de la gripe X. Hacerla inofensiva. Permitirle que infecte a su huésped humano sin matarlo, de modo que pueda transportar el gen de la gripe X al ADN.

Carson abrió la boca para decir algo, pero la cerró bruscamente. Comprendió de repente por qué razón le había elegido Scopes de entre los muchos talentos de la GeneDyne. Hasta que Fred Peck le puso a realizar trabajos rutinarios, su especialidad había sido la de alterar las vainas proteínicas que rodean a un virus. Sabía que la vaina proteínica de un virus se podía cambiar o atenuar mediante el uso de calor, de varias enzimas, de radiación, e incluso mediante el crecimiento de diferentes cepas. Todo eso lo había hecho él mismo. Había muchas formas de neutralizar un virus.

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