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Authors: Michael Coleman

Tags: #Infantil, #Policíaco

Los bandidos de Internet (11 page)

BOOK: Los bandidos de Internet
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Sólo Rob estaba preparado para ello. Movió con cuidado su silla de ruedas hacia atrás y se acercó a la pared.

—¿Quién es? —preguntó Hicks con voz áspera—. ¿Esperas a alguien?

—A nadie. —Elaine meneó la cabeza—. A esta hora no. —Se puso en pie—. ¿Quieres que abra?

—¡No! ¡Estáte quieta! —le ordenó tajantemente sin quitarle los ojos de encima.

Los dos se quedaron a la expectativa sin decir nada. Poco a poco, Rob se acercó más aja pared.

El timbre volvió a sonar y el sonido quedó flotando en el aire. Hicks se acercó a la puerta del salón y miró al exterior. Desde allí podía ver a través del panel de cristal esmerilado de la puerta sin ser visto.

—Dos chicos —se apresuró a decir Hicks—. ¿Qué quieren? —Esta vez giró en redondo para dirigirse a Rob—. ¿Son amigos tuyos del instituto?

—Yo no voy al instituto, recuérdalo —dijo Rob negando con la cabeza.

El timbre sonó por tercera vez. Fue un timbrazo prolongado, como si los visitantes hubieran decidido darse la última oportunidad.

Hicks volvió a mirar hacia el exterior.

—Se marchan —dijo refunfuñando.

Era la oportunidad que Rob necesitaba, la que había estado esperando. Cuando Hicks apartó la mirada, Rob alargó el brazo. Como estaba tan cerca de la pared pudo llegar al botón de seguridad que abría la puerta delantera y lo apretó con fuerza.

Tamsyn oyó el zumbido justo al apartarse de la puerta. Durante unos segundos se preguntó de qué se trataba. A continuación, al mirar a su alrededor, vio de nuevo el interf ono de la pared y se dio cuenta de lo que había ocurrido: sin molestarse en preguntar quién llamaba, alguien había abierto la puerta desde el interior.

Con cautela, empujó la robusta puerta y ésta se abrió emitiendo un débil clic.

—¿Qué haces? —susurró Josh—. ¡No puedes entrar de esta manera!

Tamsyn sostenía la puerta de forma que no pudiera volver a cerrarse.

—¿Por qué no? —dijo—. Nos acaban de abrir.

—¡No sabes qué vas a encontrar ahí dentro! —Josh la miraba como si no diera crédito a sus ojos—. ¡No puedes entrar en casas extrañas tú sola!

—No estoy sola. Tú estás conmigo.

—Sí, pero...

—No hay peros que valgan, Josh. Venga.

Tamsyn empujó la puerta delantera y entró en el lujoso vestíbulo...

—¿Pero qué...?

Cuando se encontraron cara a cara con Brett Hicks, Tamsyn y Josh se quedaron patitiesos. Fuera quien fuese aquel tipo, no parecía muy contento de verlos.

—Perdone —le dijo Tamsyn, quien enseguida se dio cuenta de que aquello olía mal.

—¡Largo de aquí! —gritó Hicks.

Tamsyn retrocedió de forma inmediata. Notó que, detrás de ella, Josh había actuado del mismo modo.

—Mire... nosotros... —empezó a decir Tamsyn.

—¡He dicho que largo! —volvió a gritar él. Esta vez dio un amenazador paso en su dirección.

—Claro.

Al oír la voz de Josh, Tamsyn miró a su alrededor. Suponía que él iba a retroceder hasta la puerta y salir por ella pero se sorprendió al ver que, en realidad, se apartaba del hombre enfadado e iba introduciéndose en el vestíbulo.

—¡Inmediatamente! —ordenó Hicks con voz de ogro.

—Sí, sí, claro. —Josh seguía dando vueltas—. Es que... —echó una mirada a Tamsyn y luego miró al hombre—, pensábamos que quería vernos.

—¿Qué? —se sorprendió Hicks.

—Me refiero a que ésta es la residencia de los Zanelli, ¿no? —preguntó Josh.

En cuanto el muchacho pronunció estas palabras, la furia del hombre pareció desvanecerse. Tamsyn tuvo la impresión de que no sabía muy bien cómo reaccionar.

—¿Es ésta, no? —insistió Josh—. ¿La casa de los Zanelli?

—¿Qué pasa si lo es? —refunfuñó Hicks.

—Recibimos un mensaje, ¿sabe? Pidiéndonos que viniéramos —le explicó Josh.

—¿Un mensaje?

—Sí, un mensaje de Rob.

Tamsyn vio que aquel hombre parpadeaba. ¿Quién era? Sólo había una forma de averiguarlo.

—Rob, su hijo... ¿no, señor Zanelli? —le dijo la muchacha.

El hombre esbozó algo parecido a una sonrisa.

—¿Eh? Sí, sí, claro. Bueno... así que mi hijo Rob os pidió que vinierais, ¿eh? Lo siento, no me había dicho nada. Vaya con el chico.

Josh sonrió.

—¿Podemos... mm... saludarlo? Ya que estamos aquí...

—¿Verlo?

—Sí, por favor —rogó Tamsyn con firmeza.

Allí ocurría algo, estaba convencida. Quienquiera que fuese aquel tipo, con el pelo engominado y la cara sudorosa, no era el señor Zanelli. Se acababa de dar cuenta de que era imposible que lo fuera. El artículo del periódico que habían encontrado en Internet decía que el señor Zanelli tenía treinta y nueve años en el momento del accidente. ¡Ahora tendría cuarenta y cuatro, y era imposible que fuera tan mayor!

Entonces el hombre la dejó pasmada. Volviendo la mirada hacia el salón, dijo:

—No hay problema, ahora mismo os lo traigo.

Hicks dejó a Tamsyn y a Josh en el vestíbulo, entró en el salón y cerró la puerta. Se acercó directamente a Rob y lo agarró con fuerza por el brazo.

—Ahora escúchame bien. Ahí fuera hay dos amigos tuyos. Vas a salir conmigo y vas a fingir que soy tu padre. ¿Entendido? —Apretó aún más el brazo de Rob—. Líbrate de ellos, porque si no, ¡te arrepentirás! —Se inclinó y perforó a Rob con la mirada—. ¿Entendido?

El muchacho asintió.

Hicks se colocó detrás de la silla de ruedas y la empujó despacio hacia delante. Elaine Kirk seguía sentada, sin moverse, en el sofá.

—¡Tú te quedas ahí! —le ordenó en un tono amenazador.

Desde el vestíbulo, Tamsyn y Josh vieron que la puerta del salón empezaba a abrirse. ¿Qué iban a hacer ahora? ¿Qué iban a decir?

Rob tomó la decisión en su lugar. Antes de que tuvieran tiempo de abrir la boca, los saludó como si se conocieran de toda la vida.

—¡Tamsyn! ¡Gracias porvenir!

Tamsyn sonrió y movió la cabeza.

—Hola... Rob. Te presento a Josh.

—Hola, Rob —dijo Josh—. Tamsyn me ha hablado mucho de ti. ¿Qué podemos hacer para ayudarte?

Rob habló de nuevo.

—Mirad, ya sé que es una molestia pero... ¿podríais hacerme un favor? Tengo una vieja impresora matricial que ya no utilizo. Sé que en el instituto Abbey han empezado a dar clases de informática y pensaba regalarla, ¿la podéis coger?

—Claclaro —dijo Josh entre dientes.

Tamsyn y Josh intercambiaron sus miradas. ¿Qué estaba ocurriendo?

—La llevaría yo, pero... —Rob dio un golpecito al lateral de su silla de ruedas—, me resulta un poco difícil.

Tamsyn miró a Rob. Algo le decía que aquel muchacho era capaz de hacer cualquier cosa, a pesar de la silla de ruedas.

—Por supuesto, Rob —dijo ella.

—Gracias. —Miró a Brett Hicks—. ¿Puedes ir a buscarla, papá?

Hicks asintió, sonriendo.

—Está en el armario, papá —afirmó Rob—. En aquél —añadió, señalando una de las muchas puertas que había en el amplio vestíbulo.

Tamsyn estaba totalmente confundida. ¿Qué ocurría? Mientras el hombre cruzaba el vestíbulo encerado, le echó una mirada a Rob y vio que extendía los dedos de ambas manos y los unía formando una L tumbada.

¡El signo negativo! ¡La puerta que había indicado al hombre no era la de un armario! Entonces, ¿qué era? Tamsyn se puso alerta, preparada para actuar.

Menos mal que se preparó porque los siguientes acontecimientos se sucedieron a la velocidad de un torbellino. A Rob, por el contrario, le pareció que ocurrían a cámara lenta debido a las muchas ganas que tenía de que su plan surtiera efecto.

Hicks iba directo a la puerta. Lentamente, Rob pasó los dedos por los pasamanos situados sobre las ruedas de la silla.

«Todavía no —se dijo— todavía no... ¡ahora!»

Cuando Hicks abrió la puerta, Rob empujó las ruedas con todas sus fuerzas. Aceleró rápidamente y se precipitó hacia delante.

En aquel momento, Hicks se volvió porque se había dado cuenta de que lo había engañado. Detrás de él, tal como Tamsyn vio, no se encontraba el interior de un armario sino un tramo de escaleras. Eso es lo que Rob le había intentado decir. Aquella puerta conducía al sótano de Manor House.

—¡Aaahhh!

Rob golpeó a Hicks con toda la fuerza que consiguió reunir. Cuando éste se precipitó hacia atrás, intentó agarrar el marco de la puerta pero se le escurrieron los dedos. Cayó en los dos primeros peldaños. Se aferró al pasamanos para no seguir cayendo. Con los ojos llenos de furia, miró hacia arriba.

En una acción desesperada, Rob cerró la puerta del sótano.

—¡Ayudadme! ¡Ayudadme! —gritó.

Tamsyn ya estaba preparada para actuar aunque no sabía muy bien qué hacer. Se acercó corriendo a la puerta y se colocó de espaldas a ella justo cuando Hicks la empujaba desde el otro lado. La puerta se abrió un poco debido a la fuerza del hombre pero volvió a cerrarse porque Josh dio un salto hacia ella y le dio de pleno como si fuera un jugador de rugby.

No obstante, la desesperación de Hicks lo dotaba de una fuerza sobrehumana. La puerta se abrió otra vez.

—¡No podemos aguantarla! —gritó Josh.

De repente oyeron el sonido de unos tacones. Poco después, contaban con la colaboración de otro par de manos. Cuando la puerta del sótano quedó finalmente cerrada, Rob se inclinó hacia delante y giró la llave en la cerradura.

—¿Elaine? —preguntó sorprendido.

Su profesora se lo quedó mirando un momento con los ojos bañados en lágrimas. Acto seguido, echando un vistazo a su alrededor como un animal asustado, se dirigió rápidamente hacia la puerta delantera.

—¿Qué diablos pasa aquí? —exclamó Tamsyn.

—Luego os lo cuento —gritó Rob—. ¡Detenedla!

Tamsyn no se lo pensó dos veces. Cruzó el lujoso vestíbulo a todo correr justo a tiempo de agarrar a aquella señora tan elegante cuando estaba intentando abrir la puerta. Pero Elaine consiguió desasirse.

Incapaz de pensar en otra cosa, intentó por segunda vez salir por la puerta. Esta vez, Tamsyn resbaló en el suelo encerado por lo que, en un santiamén, la mujer se le adelantó. Salió corriendo por la puerta pero se detuvo inmediatamente.

—Elaine, siento haberte hecho esperar. Al final hemos podido salir antes —se oyó la firme voz del verdadero señor Zanelli.

11

Cuando vio al señor y a la señora Zanelli en el umbral de la puerta, Elaine Kirk se volvió y entró en el vestíbulo.

Esta vez, Tamsyn no se equivocó. Cuando entró la profesora, alargó la pierna y le puso la zancadilla. Elaine Kirk salió disparada y cayó en el suelo de es-paldas. Rápidamente, Tamsyn corrió a agarrarla por los brazos mientras Josh montaba guardia.

—Estaban buscando el disquete de
La fascinación del laberinto
—les informó Rob bruscamente—. Ella lo dejó entrar en cuanto os fuisteis. Han estado aquí todo el día, ¡revolviéndolo todo!

—Un momento. —La señora Zanelli levantó una mano—. ¿Qué ha pasado? ¿Quién ha estado aquí? —Desde detrás de la puerta del sótano se oyeron unos golpes y unos gritos—. ¿Y quién está ahí?

—Brett Hicks.

—¿Hicks? —preguntó sorprendido el señor Zanelli al tiempo que miraba hacia la puerta cerrada—. No será...

—Sí. El Brett Hicks a quien despediste por inten¬tar entrar en el ordenador de desarrollo —afirmó Rob.

Con paso decidido, el señor Zanelli entró en su estudio. Poco después telefoneaba a la policía y, al cabo de diez minutos, un coche patrulla se detenía con un chirrido de frenos en la puerta.

Rob explicó rápidamente qué había ocurrido. Elai-ne Kirk asintió en silencio a todas las afirmaciones.

—Ella nos ayudó a encerrar a Hicks —concluyó Rob.

Abrieron la puerta del sótano por órdenes de la policía y, en cuanto Brett Hicks salió, lo esposaron.

Cuando se lo llevaban, el señor Zanelli se colocó delante de él.

—¿Pueden registrarlo antes? —le pidió al agen¬te—. Tal vez lleve un valioso disquete.

—Venga ya, Zanelli —le espetó Hicks—. ¿A quién intentas engañar? Qué quieres, ¿el dinero del seguro? Ese disco no está aquí.

—Está aquí. Lo dejé aquí esta mañana —dijo el señor Zanelli mirando al agente.

—¡Es imposible! —gritó Hicks— ¡He registrado toda la casa!

—Está aquí —afirmó Rob con voz queda.

Cuando todas las miradas se hubieron posado en él, Rob pasó la mano por debajo del asiento de su silla de ruedas y sacó el disco de
La fascinación del laberinto
.

El señor Zanelli no sabía si llorar o reír cuando alargó la mano para cogerlo.

—A lo mejor está un poco caliente —dijo Rob—. ¡He estado todo el día sentado encima!

Mientras se llevaban a Elaine Kirk y a Brett Hicks, el señor y la señora Zanelli se giraron hacia Rob.

—¿Seguro que estás bien? —preguntó su padre—. Si ese desalmado te ha hecho daño...

—Papá, estoy bien —afirmó Rob moviendo la ca-beza. Miró a Tamsyn y a Josh—. Pero debo recono¬cer que ha sido gracias a ellos. Tamsyn y Josh llega¬ron justo a tiempo.

—Rob nos mandó un mensaje por Internet —le informó Tamsyn. Sonrió en dirección a Rob—. Bue¬no, una especie de mensaje.

Paso a paso, contaron a los padres de Rob todo lo que había ocurrido desde que habían recibido el mensaje cifrado hasta su llegada a la casa.

—Pero ¿cómo habéis entrado? —preguntó la se-ñora Zanelli.

—Con el panel de control del salón —dijo Rob—. Los he visto llegar por el sendero... así que les he abierto la puerta.

—Has sido muy valiente —afirmó el señor Zane¬lli. Su voz denotaba una mezcla de orgullo y alivio.

—Ellos dos también —aseguró Rob señalando a Tamsyn y a Josh—. Cuando entraron, Hicks hizo todo lo posible para que se fueran. Estoy sorprendi¬do de que no echaran a correr.

—Yo estaba a punto —reconoció Tamsyn—. Pero como Josh se quedaba... —Se volvió hacia su ami¬go—. Ahora que lo pienso, ¿por qué te has quedado? Tú eres quien no dejaba de repetirme que el mensaje de Rob era una broma.

—Ha sido por Hicks. Cuando ha empezado a gritarnos de ese modo me he dado cuenta de que iba en serio.

—No lo entiendo —intervino Rob.

—Muy sencillo. Nos ha gritado que nos fuéra¬mos pero alguien nos había abierto la puerta. El no la había abierto así que tenía que haberlo hecho alguien que quería que nos quedáramos. —Sonrió abierta¬mente—. ¡Y ese alguien tenías que ser tú!

La señora Zanelli los cogió de las manos.

—Os estamos muy agradecidos. —Tamsyn son¬rió y Josh se ruborizó un poco—. ¿De dónde venís?

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