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Authors: John Scalzi

Tags: #ciencia ficción

Las Brigadas Fantasma (9 page)

BOOK: Las Brigadas Fantasma
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—Los nombres de pila normalmente no significan nada, ni siquiera entre los realnacidos —dijo Curie—. Y entre nosotros, los apellidos tampoco. No leas demasiado en tus nombres, Jared.

Jared pensó en eso unos instantes, dejando que esas ideas se desplegaran. Un concepto, «realnacido», se negó a desplegarse; Jared lo anotó para explorarlo más adelante pero lo dejó por el momento.

—Estoy confuso —dijo por fin.

Curie sonrió.

—Te sentirás muy confuso al empezar —dijo.

—Ayúdame a estar menos confuso.

—Lo haré —dijo Curie—. Pero no durante demasiado tiempo. Has nacido fuera de secuencia, Jared; tus compañeros de entrenamiento ya te llevan dos días de ventaja. Debes integrarte con ellos lo antes posible, de lo contrario puedes experimentar un retraso del que quizá no te recuperes nunca. Te diré lo que pueda mientras te llevo con tus compañeros de entrenamiento. Ellos llenarán el resto. Ahora, vamos a sacarte de esa cápsula. Veamos si puedes andar tan bien como pensar.

El concepto de «andar» se desplegó mientras las restricciones que sujetaban a Jared en la cápsula se retiraron. Jared se preparó y empujó hacia arriba, para salir de la cápsula. Su pie aterrizó en el suelo.

—Un pequeño paso para el hombre —dijo Curie. Jared se sorprendió al comprobar que el despliegue inherente a esa frase tenía significado.

* * *

—Lo primero de todo —dijo Curie, mientras Jared y ella recorrían la Estación Fénix—. Crees que estás pensando, pero no es así. El primer impulso de Jared fue decir
no comprendo,
pero se contuvo, intuyendo por primera vez que ésta sería probablemente su respuesta a la mayoría de las cosas en el futuro cercano.

—Por favor, explícate —dijo en cambio.

—Eres un recién nacido —dijo Curie—. Tu cerebro, tu cerebro
real,
está completamente vacío de conocimiento y experiencia. En su lugar, un ordenador dentro de tu cabeza, conocido como CerebroAmigo, te suministra conocimiento e información. Todo lo que crees comprender está siendo procesado por tu CerebroAmigo y se te ofrece de un modo que puedas entender. Es también lo que te ofrece sugerencias sobre cómo responder a las cosas. Cuidado con la gente —Curie se desvió para evitar a un puñado de soldados de las FDC en medio del pasillo.

Jared se desvió con ella.

—Pero siento como si lo supiera casi todo. Como si lo hubiera sabido alguna vez, aunque ahora no.

—Antes de que nazcas, el CerebroAmigo acondiciona tu cerebro —dijo Curie—. Ayuda a establecer redes neurales comunes en todos los humanos, y prepara tu cerebro para aprender rápidamente y procesar la información. Por eso te parece que ya sabes las cosas, porque tu cerebro ha sido preparado para aprender. Durante el primer mes de tu vida, todo parece un
deja vu.
Entonces lo aprendes, lo almacenas en tu cerebro real, y dejas de usar tu CerebroAmigo como una muleta. Por ser como somos, podemos recopilar información y procesarla, y aprenderla, varias veces más rápido que los realnacidos.

Jared se detuvo, en parte para dejar que su mente desplegara todo lo que Curie acababa de decirle, y en parte por otra cosa. Curie, al notar que se había detenido, se detuvo también.

—¿Qué? —dijo.

—Es la segunda vez que utilizas esa palabra. «Realnacidos». No puedo encontrar qué significa.

—No es algo que pongan en el CerebroAmigo —dijo Curie. Empezó a caminar de nuevo y señaló a los otros soldados del pasillo—. Los «realnacidos» son
ellos.
Gente que nace siendo bebés y tiene que desarrollarse a lo largo de un período de tiempo muy largo: años. Uno de ellos, con dieciséis años, podría no saber tanto como tú sabes ahora, y llevas vivo unos dieciséis minutos. Es una manera realmente ineficaz de hacer las cosas, pero es así como las hace la naturaleza, y creen que es algo bueno.

—¿Tú no? —preguntó Jared.

—No creo que sea bueno ni malo, aparte de ser ineficaz —dijo Curie—. Estoy tan viva como ellos. «Realnacido» es un concepto erróneo: nosotros también hemos nacido realmente. Nacer, vivir, morir. Es lo mismo.

—Así que somos iguales a ellos —dijo Jared.

Curie miró hacia atrás.

—No. No somos como ellos. Estamos diseñados para ser mejores física y mentalmente. Nos movemos más rápido. Pensamos más rápido. Incluso hablamos más rápido que ellos. La primera vez que le hables a un realnacido te parecerá que se mueven a la mitad de velocidad. Mira, observa.

Curie se detuvo, pareció confundida, y luego dio un golpecito en el hombro a un soldado que pasaba.

—Discúlpame —dijo, y usó la boca para decirlo—. Me han dicho que hay una cantina en este nivel donde sirven unas hamburguesas excelentes, pero no la encuentro. ¿Puedes ayudarme?

Curie hablaba con una voz que reflejaba en un grado bastante alto la voz que Jared oía en su cabeza…, pero era más lenta, tan lenta que durante un brevísimo segundo Jared tuvo problemas para comprender lo que estaba diciendo.

—Claro —dijo el soldado—. El lugar en el que estás pensando está unos doscientos metros más adelante. Sigue en esta dirección y lo encontrarás. Es la primera cantina que hay.

—Magnífico, gracias —dijo Curie, y empezó a andar de nuevo—. ¿Ves lo que quiero decir? —le dijo a Jared—. Es como si fueran retrasados o algo.

Jared asintió, ausente. Su cerebro había desplegado el concepto de «hamburguesa», que le llevó a desplegar el de «comida» e hizo que advirtiera otra cosa.

—Creo que tengo hambre —le dijo a Curie.

—Más tarde —respondió Curie—. Deberías comer con tus compañeros de entrenamiento. Es parte de la experiencia de unión. Harás la mayor parte de las cosas con tus compañeros de entrenamiento.

—¿Dónde están tus compañeros de entrenamiento? —preguntó Jared.

—Qué pregunta tan curiosa. No los he visto desde hace años. Rara vez ves a tus compañeros de entrenamiento cuando has terminado el entrenamiento. Después de eso te asignan allá donde te necesitan, y luego te integras con tu escuadrón y tu pelotón. Ahora mismo yo estoy integrada con uno de los pelotones de las Fuerzas Especiales que decantan soldados cuando nacen.

Jared desplegó el concepto de «integración» en su cerebro, pero descubrió que tenía problemas para comprenderlo. Trató de resolverlo pero fue interrumpido por Curie, que siguió hablando.

—Vas a estar en desventaja respecto a tus compañeros de entrenamiento, me temo —le dijo—. Ellos despertaron integrados y ya están acostumbrados unos a otros. Podrían tardar un par de días en acostumbrarse a ti. Deberías haber sido decantado e integrado al mismo tiempo que ellos.

—¿Por qué no lo fui?

—Ya hemos llegado —dijo Curie, y se detuvo ante una puerta.

—¿Qué hay ahí dentro? —preguntó Jared.

—Es la sala de recreo de los pilotos de lanzaderas —dijo Curie—. Es hora de hacer un viaje. Vamos.

Le abrió la puerta, y luego lo siguió al interior.

Dentro de la habitación había tres pilotos jugando al póquer.

—Estoy buscando al teniente Cloud —dijo Curie.

—Es el que está recibiendo un palizón —dijo uno de los pilotos, que arrojó una ficha al fondo—. Subo diez.

—Un palizón de campeonato —dijo uno de los otros, y arrojó su propia ficha—. Veo tus diez.

—Vuestras palabras de desdén herirían mucho más si estuviéramos jugando por dinero —dijo el tercero, quien por eliminación tenía que ser el teniente Cloud. Dejó caer tres fichas—. Veo vuestros diez, y subo veinte.

—Es uno de los inconvenientes de tener una visita al infierno con todos los gastos pagados —dijo el primer piloto—. Cuando todo está pagado, no tienen motivos para darte dinero. Acepto.

—Si hubiera sabido que iba a trabajar para socialistas, nunca me habría enrolado —dijo el segundo—. Acepto.

—Bueno, además de ser tonto, también estarías muerto, ¿no? —dijo Cloud—. Y luego hablan de que el trabajo aliena. Todo aliena. Además, os habríais quedado sin un par de cientos de dólares en esta mano —mostró sus cartas—. Ojos de serpiente y un trío de hombres de nieve. Miradlos y llorad.

—Oh, mierda —dijo el primer piloto.

—Gracias a Dios por Karl Marx —entonó el segundo.

—Es la primera vez en la historia que se dice eso en una mesa de póquer —dijo Cloud—. Deberías estar orgulloso.

—Oh, lo estoy —contestó el primer piloto—. Pero por favor, no se lo digas a mi mamá. Le rompería su corazón texano.

—Tu secreto está a salvo conmigo.

—Teniente Cloud —dijo Curie—. Cualquier momento de este siglo estaría bien.

—Mis disculpas, teniente —respondió Cloud—. Tenía que terminar un pequeño ritual de humillación. Estoy seguro de que me comprende.

—En realidad no —dijo Curie, y señaló con la cabeza a Jared—. Aquí está el recluta que tiene que llevar al Campamento Carson. Ya debe de haber recibido las órdenes y el permiso.

—Probablemente —dijo Cloud, e hizo una pausa un momento mientras accedía a su CerebroAmigo—. Sí, está aquí. Parece que mi lanzadera ya está preparada y aprestada. Deje que curse un plan de vuelo y nos pondremos en marcha —miró a Jared—. ¿No llevas contigo nada más que a ti mismo?

Jared miró a Curie, quien negó con la cabeza.

—No —dijo—. Sólo yo.

Se sorprendió un poco por el sonido de su propia voz al hablar por primera vez, y por lo despacio que se formaban las palabras. Fue plenamente consciente de su lengua y su movimiento dentro de la boca: le hizo sentirse vagamente incómodo.

Cloud esperó sin decir nada entre Jared y Curie, y luego señaló una silla.

—Muy bien, pues. Siéntate, amigo. Estaré contigo dentro de un momento.

Jared se sentó y miró a Curie.

—¿Qué hago ahora? —preguntó.

—El teniente Cloud te llevará en una lanzadera a Fénix, al Campamento Carson, donde te unirás a tus compañeros de entrenamiento —dijo Curie—. Llevan un par de días de adelanto en la instrucción, pero los primeros días se dedican casi siempre a integrar y estabilizar personalidades. Probablemente no te has perdido ningún entrenamiento real.

—¿Dónde estarás tú? —preguntó Jared.

—Yo estaré aquí. ¿Dónde iba a estar?

—No lo sé —dijo Jared.—Estoy asustado. No conozco a nadie más que a ti.

—Tranquilo —dijo Curie, y Jared sintió una oleada emocional que llegaba desde ella hasta él. Su CerebroAmigo procesó la oleada de sensación y desplegó el concepto «empatía» para él—. Dentro de un par de horas estarás integrado con tus compañeros de entrenamiento y estarás bien. Todo tendrá más sentido entonces.

—Muy bien —dijo Jared, pero todavía sentía dudas.

—Adiós, Jared Dirac —dijo Curie, y con una sonrisa dio media vuelta y se marchó. Jared sintió su presencia en su mente durante unos instantes más hasta que por fin, como si Curie hubiera recordado de repente que había dejado abierta la comunicación, la cerró. Jared se encontró revisando el breve tiempo que habían compartido: su CerebroAmigo desplegó para él el concepto «memoria». El concepto de memoria provocó una emoción; su CerebroAmigo desplegó el concepto de «intrigante».

* * *

—Eh, ¿puedo hacerte una pregunta? —le dijo Cloud a Jared, después de que empezaran a descender hacia Fénix.

Jared consideró la pregunta y la ambigüedad de su estructura, que permitía múltiples interpretaciones. En un sentido, Cloud había contestado a su pregunta al preguntarla: era claramente capaz de hacerle a Jared una pregunta. El CerebroAmigo de Jared sugirió, y Jared estuvo de acuerdo, en que ésta no era probablemente la interpretación correcta a la pregunta. Presumiblemente Cloud sabía que era capaz de hacer preguntas, y si antes no lo sabía, lo sabría ahora. Mientras el CerebroAmigo de Jared desplegaba y clasificaba interpretaciones adicionales, Jared esperó poder llegar algún día a la interpretación correcta de las frases sin tener que hacer despliegues interminables. Llevaba vivo poco más de una hora y ya era agotador.

Jared consideró sus opciones y, tras un período de tiempo que a él se le antojó largo pero pareció imperceptible para el piloto, aventuró la respuesta que parecía más adecuada al contexto.

—Sí —dijo.

—Eres de las Fuerzas Especiales, ¿verdad? —preguntó Cloud.

—Sí.

—¿Qué edad tienes?

—¿Ahora mismo? —preguntó Jared.

—Claro —respondió Cloud.

El CerebroAmigo de Jared le informó que tenía un cronómetro interno; accedió a él.

—Setenta y uno —dijo.

Cloud lo miró.

—¿Setenta y un años? Entonces eres un poco viejo para las Fuerzas Especiales, por lo que me han dicho.

—No. Setenta y un años, no —dijo Jared—. Setenta y un minutos.

—No jodas —dijo Cloud.

Esto requirió otro rápido momento de opciones interpretativas.

—No jodo —respondió Jared por fin.

—Coño, eso sí que es raro —dijo Cloud.

—¿Por qué?

Cloud abrió la boca, la cerró, y miró a Jared.

—Bueno, no tienes por qué saberlo —dijo—. Pero a la mayoría de la humanidad le parecería un poco raro tener una conversación con alguien que tiene poco más de una hora de edad. Demonios, ni siquiera estabas vivo cuando empecé aquella partida de póquer hace un rato. A tu edad la mayoría de los humanos apenas saben respirar y cagar.

Jared consultó su CerebroAmigo.

—Estoy haciendo una de esas cosas ahora —dijo.

Esto provocó un ruido divertido por parte de Cloud.

—Es la primera vez que oigo a uno de vosotros hacer un chiste.

Jared lo consideró.

—No es un chiste —dijo—. Es verdad que estoy haciendo una de esas cosas ahora mismo.

—Sinceramente, espero que sea respirar.

—Lo es.

—Entonces está bien —dijo Cloud, y volvió a reírse—. Durante un momento, creí haber descubierto a un soldado de las Fuerzas Especiales con sentido del humor.

—Lo siento —dijo Jared.

—No lo sientas, por el amor de Dios —dijo Cloud—. Apenas tienes una hora de edad. Hay gente que vive hasta los cien años sin desarrollar el sentido del humor. Una ex esposa mía se pasó la mayor parte de nuestro matrimonio sin sonreír siquiera. Al menos tú tienes la excusa de que acabas de nacer. Ella no tenía excusa alguna.

Jared reflexionó sobre eso.

—Tal vez no eras gracioso.

—¿Ves? —dijo Cloud—. Ahora estás haciendo chistes. Así que de verdad tienes setenta y un minutos de edad.

—Ahora setenta y tres.

—¿Cómo te va?

—¿Cómo me va qué?

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