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Authors: Max Barry

Tags: #Humor

La Corporación (14 page)

BOOK: La Corporación
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Se formaron algunas alianzas en oscuras reuniones. Comenzó a circular un rumor. Dirección General estaba pensando en degradar la suspensión del crédito de política corporativa efectiva a mero procedimiento de advertencia. Si eso fuese cierto, la guerra sería inevitable porque a Crédito no le quedaría más remedio que atacar a Recursos Humanos mientras aún pudiera. Por ese motivo se han solicitado muchas excedencias anuales en ambos departamentos.

Sin embargo, todo eso ha quedado ahora en agua de borrajas a causa de la pérdida de doscientas hojas con membrete. Las hojas desaparecieron el lunes por la mañana, justo después de llegar de Suministros Corporativos. Se podría conseguir otras nuevas por algo menos de tres dólares, pero el director de Crédito dijo que el robo no era sólo un delito, sino un atentado contra uno de los principios más sagrados: el trabajo en equipo. El director emitió un requerimiento dirigido a todo el departamento exigiendo la devolución de los folios en cuestión. Comenzaron las investigaciones. Se llamó uno por uno a todos los empleados. Se estudiaron los informes laborales. Se abrieron los cajones de los escritorios y se examinó cuidadosamente su contenido. A medida que la investigación se acercaba a su momento crucial, hubo intercambios de acusaciones. La moral de los empleados, ya afectada por las tensiones con Recursos Humanos, cayó hasta niveles aún más bajos.

Al llegar a sus mesas esta mañana, los empleados de Crédito se han encontrado con un memorándum del director. En él reprendía a tres empleados por negligencia en el trabajo, revelada como consecuencia de las recientes investigaciones. Por otro lado, insiste en la importancia de completar dos grandes proyectos. Por último observa casualmente que el director ha encontrado las hojas perdidas, pues él mismo las había extraviado en su mesa, por lo que el tema queda zanjado.

Los empleados de Crédito, furiosos, se dirigen a la oficina del director, quien tiene la suerte de llegar hasta la puerta a tiempo. La cierra y toma refugio detrás de su escritorio. Mientras los empleados gritan y aporrean las cristaleras, el director coge el teléfono y llama a Recursos Humanos. Quiere despedir a todo el departamento, dice. ¡A todos! ¡A todos! Recursos Humanos se siente feliz de poder complacerle. En cuestión de dos minutos, una docena de guardias de Seguridad con uniformes azules salen de los ascensores.

Para cuando el último de los empleados ha sido arrastrado fuera del edificio y los de Seguridad comienzan a limpiar, Recursos Humanos emite un mensaje por correo de voz a toda la empresa anunciando que Crédito ha optado por despedir a todos los empleados menos uno como medida de reducción de gastos. Y puesto que un departamento con menos de diez empleados no puede considerarse tal, la entidad conocida como Crédito deja de existir. A partir de este momento, la suspensión del crédito será gestionada por Recursos Humanos.

—¿Dónde has estado? —pregunta Freddy—. Alguien vino a echarle un vistazo a tu ordenador. Pensamos que te habían despedido.

—¿Alguien ha tocado mi ordenador?

—Sí, un tipo de Seguridad. Pero creo que ha sido para instalarte nuevos
drivers.

—¿Cómo lo sabes? —pregunta Jones.

—Bueno, eso es lo que dijo.

—¿Te los ha instalado a ti también? ¿Y a Holly?

—Freddy tiene razón —responde Holly dirigiéndose al depósito de agua—. Te estás volviendo paranoico.

—¿No os parece un poco extraño que…? —Jones se detiene a mitad de la frase—. Lo siento, disculpadme. Creo que tenéis razón.

Freddy espera hasta que Holly se aleja.

—Hablando de cosas extrañas. Me he enterado de que has salido a dar una vuelta en coche con Eve Jantiss.

Freddy sonríe. El efecto es penoso.

—Sí.

—¡Vaya! —responde Freddy sacudiendo la cabeza—. No me explico cómo lo has conseguido.

Jones se da cuenta de que Freddy está muy cerca de preguntarle qué narices se trae con Eve.

—Bueno, ya sabes. Estuvimos hablando de las flores que recibe. Ella pensó que yo se las había enviado, pero le dije que no.

—¿Ella pensó que se la habías enviado

? Pero si empecé a enviárselas antes de que te contrataran.

Jones comienza a sudar.

—Bueno, la verdad es que es un poco extraño.

—¿Cómo ha podido pensar que fuesen tuyas?

—Supongo… en todo caso, le dije que no eran mías, pero que tal vez sabía de quién eran. Y ella estaba en plan «
Tienes
que decírmelo». Pero no lo hice, por supuesto —matiza Jones, porque Freddy parece al borde de un ataque al corazón—. Pero quería averiguarlo y me dijo que fuéramos a dar un vuelta en su coche… En fin, así fue como ocurrió la cosa.

Freddy no dice nada, de modo que Jones añade:

—Está muy intrigada con el tema de las flores. Creo que deberías hablar con ella.

Freddy lo mira fijamente.

—Quizá lo haga.

—Eso, eso. Trata de conocerla un poco, así cuando le digas lo de las flores ella ya sabrá que eres un buen tío.

Freddy asiente lentamente.

—Gracias. Gracias, Jones. Al principio pensé que intentabas meterte por medio —y suelta una carcajada.

—¡No, no! Cómo puedes pensar…

Freddy sonríe, esta vez de verdad.

—Eres un buen tío, Jones.

—Venga, déjalo —responde Jones.

A las siete y cuarto de la mañana, las luces de Zephyr en medio de la niebla parecen las ventanas de un barco hundiéndose. Los primeros rayos del amanecer tiñen el oscuro cielo, pero eso no produce ningún efecto en la Corporación Zephyr. Dentro, gracias a las lámparas fluorescentes eternamente prendidas, siempre son las nueve de la mañana. Después de todo, apagar las luces parecería implicar que está previsto que los empleados se vayan en algún momento. Por esa razón, en Zephyr las luces están encendidas haya o no alguien dentro.

Jones cruza el aparcamiento, notando cómo cruje la grava bajo sus pies. Teniendo en cuenta que aún no ha tomado café, está sumamente despierto, pero eso se debe en parte a que va de camino a su primera reunión secreta sobre el proyecto Alpha. Jones entra en el vestíbulo y se escabulle hacia los ascensores. Los cuatro tienen las puertas abiertas, esperándole a él.

Jones se mete en uno de ellos y deja su maletín en el suelo. Eve le dio instrucciones específicas para llegar a la decimotercera planta. Dice: 1) elige un ascensor que esté vacío, 2) pasa tu (recalificada) tarjeta de identificación por el lector, 3) presiona los botones 12 y 14 simultáneamente y 4) presiona el botón de abrir las puertas cuando el ascensor esté más o menos a la altura de la planta número 13. En teoría no parece demasiado complicado, pero Jones teme que pueda pasarse un rato yendo de planta en planta antes de acertar con el cuarto paso, razón por la cual ha venido quince minutos más temprano. Sin embargo, lo consigue a la primera. La pantalla se ilumina con el número 13 y las puertas se abren en una planta enmoquetada de azul y suavemente iluminada. Jones se siente un poco orgulloso de sí mismo.

Recorre el pasillo acristalado, sigue el sonido de las voces y entra en la sala de reuniones. Hay media docena de personas, entre ellas Eve Jantiss, que está apoyada en una mesa de roble tan grande como el apartamento de Jones. La mesa no puede estar hecha de una sola pieza de madera, pues eso sería imposible, pero lo parece. Es de un opulento y cálido marrón, y más que reflejar la luz la dispersa amablemente por la estancia; es tan impresionante que Jones no puede dejar de observarla a pesar de que Eve está sentada delante de él con una minifalda negra y una camisa de botones.

—¡Jones! —dice—. Acabas de hacerme ganar cincuenta dólares.

Eve señala a través de los cristales hacia una hilera de monitores.

—Has llegado a la planta número 13 al primer intento. Tom pensaba que tendríamos que ir a buscarte.

—Hola —dice Tom, un hombre de mediana edad con una corbata azul brillante que está evaluando la mesa del bufé al otro lado de la habitación. Jones hace un gesto con la cabeza en respuesta a su saludo.

—¿Sabes? En una ocasión intenté el mismo truco en el Hotel Hyatt de Nueva York. Presione el botón 12 y 14 al mismo tiempo y «abrir puertas» en la planta 13 y pesqué a un grupo de agentes del FBI. Te lo juro —dice Eve.

Los presentes sueltan risitas, de modo que Jones borra rápidamente la expresión de sorpresa que tiene en el rostro y la sustituye por una sonrisa. Mira alrededor para ver dónde puede dejar el maletín.

—Ponlo debajo de la mesa —le dice Eve—. Y sírvete tú mismo una pasta.

Esta operación le lleva varios minutos a Jones, pues también incluye las presentaciones con los demás agentes del proyecto Alpha. Todos parecen muy sociables, pero lo que de verdad marca la diferencia es que todos son visiblemente muy inteligentes. Jones se da cuenta de que le costará ponerse a su nivel.

—¡Ah! El niño prodigio —dice una voz detrás de él.

Jones se gira y ve a Blake Seddon que le sonríe desde la puerta. Blake es el infiltrado de Alpha en Dirección General. Tiene la piel muy bronceada, irá por los treinta y tantos, lleva trajes a rayas y tiene los dientes tan brillantes que Jones ha entrecerrado los ojos. ¿Apostaron sus padres simplemente a que sería un hombre imponente, con una buena mandíbula y magnífico cabello, se pregunta Jones, o fue todo efecto del nombre que le pusieron? La cuestión plantea todo un debate entre naturaleza y educación.

—¿Sabes? Si pretendes ser la nueva atracción, deberías comprarte un traje nuevo.

Jones se da cuenta de que acaban de insultarle. Mira su traje, que sólo tiene dos meses y que le costó cuatrocientos dólares.

—Vete a la mierda, Blake —dice Eve afablemente.

Blake se ríe. Eve se sienta y continúa con su cruasán.

—Jones —dice con la boca llena—. Ven y siéntate.

Jones obedece. La silla le sorprende, pues parece ceder por algunos lados y mantenerse firme en otros. Se da cuenta de que debe ser una silla cara. Hace algunos experimentos, moviendo sus nalgas y arqueando la espalda. La cosa mejora aún más. Jones no tenía ni idea de que las sillas pudieran hacer esas cosas. Y él que siempre había creído que las sillas proporcionan un nivel fijo de comodidad, mientras la elite de la sociedad estaba disfrutando de esto.

—Ignora a Blake —le dice Eve, que no se dirige a Blake, aunque tampoco baja la voz para que no lo oiga—. Lo que ocurre es que se siente amenazado.

—¿Por qué?

Eve lo mira.

—¿No lo sabes? Vaya. Realmente
eres
un encanto.

Jones se queda cortado. ¿Qué puede responder a eso? Finalmente opta por una combinación de sonrisa y mirada dubitativa.

—¡Qué hermosa mañana! —exclama Daniel Klausman, entrando en la habitación.

Por la forma de reaccionar todos, Jones se da cuenta de que debe ser su forma rutinaria de saludar. Lleva puesto su mono, algo a lo que Jones todavía tiene que habituarse del todo, y se deja caer en una enorme silla de cuero en la cabecera de la mesa. Los agentes interpretan ese gesto como una señal para empezar a ponerse en marcha, pero Jones observa que no lo hacen apresuradamente, como en las reuniones de Ventas de Formación presididas por Sydney. Parece pues que Klausman no es especialmente quisquilloso con el protocolo.

Klausman se inclina hacia la derecha y mira una pieza de bollería que hay encima de una servilleta frente a una mujer joven con unas delicadas gafas.

—¿Qué es eso, Mona? ¿Pastel?


Mille-feuille
—responde Mona, tapándose la boca elegantemente—. Un pastel francés hecho de crema y, si no me equivoco, un toque de almendras.

—¿Está bueno?

—Muy bueno.

—Me alegro. El precio que nos cobran es escandaloso, pero prometieron darnos calidad.

—Y lo hacen —corrobora Eve—. La semana pasada probé un pastel que era directamente orgásmico.

—Bueno —dice Klausman—, entonces están
superando
las expectativas —luego, lanza una mirada alrededor de la mesa—; ¿Empezamos?

—Proyecto 3811 —dice Blake—. Cursos de Formación. Estamos experimentando con los límites de resistencia en entornos con plazos flotantes. Básicamente, hemos reclutado a cuatro voluntarios a quienes hemos dicho que se trata de una tarea de suma importancia, los hemos colocado en una sala de reuniones y cada pocas horas introducimos cambios pequeños pero significativos en los objetivos que les obligan a seguir trabajando.

—Hmm —dice Klausman—. ¿Les dais de comer y de beber?

—Sí, por supuesto. Piden pizza y otras cosas. Resulta muy interesante. Llevan veintiocho horas seguidas y nadie se ha ido. La razón parece ser que ninguno quiere dejar colgados a los demás, a pesar de que todos tienen ganas de irse a casa. No necesito mencionar el potencial que hay aquí, pero también tiene sus efectos secundarios: gritos, incremento de la agresividad, conformidad descendente con los criterios de vestuario de la empresa, en fin, ese tipo de cosas.

—Apuesto a que no puedes tenerlos ahí durante más de dos días —dice Eve.

Blake arquea las cejas.

—Acepto la apuesta.

—¿Una botella de Dom Pérignon?

—Creo que ya me debes una de la última vez.

—Bueno, así tendrás dos.

—Si aún no me has dado la que me debes —dice Blake—, ¿cómo voy a creer que luego me des dos?

—Touché
—responde Eve.

—Niños —reprende Klausman—, ya seguiréis con esto luego, si no os importa. Tom, ¿qué tal te va con el proyecto de despersonalización?

—Bueno, hay resultados contradictorios. Sin embargo… —Tom se aclara la garganta y mira a Jones.

—Ah —dice Klausman—. Señor Jones, usted, inconscientemente, es parte de este proyecto. Estamos experimentando con la posibilidad de eliminar el nombre de pila y animar a que los empleados se llamen entre sí sólo por el apellido. Por esa razón, su tarjeta de identificación no lleva su nombre inscrito.

—¡Vaya! —responde Jones—. Me lo había preguntado en varias ocasiones.

—Mi teoría es que de esa forma se fomenta la focalización en la función en lugar de la personalidad —explica Tom—. Los militares suelen practicarlo. ¿Puedo preguntarte qué pensaste? Cuando te estuve observando, no me pareció que pusieras muchas objeciones.

—Ummm… Supongo que no. Pensé que era un poco extraño, pero como todo el mundo me llamaba Jones, simplemente me adapté a ello.

Tom asiente, satisfecho.

—Es pronto todavía. Pero estamos observando una tendencia a la baja en lo que se refiere a conversaciones telefónicas y conversaciones no laborales.

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