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Authors: David Walton

Tags: #Ciencia-Ficción

Juego mortal (7 page)

BOOK: Juego mortal
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—No ha llegado, Marie —dijo agitada la voz de Tommy Dungan.

—Estoy segura de que lo he enviado —contestó Marie—. Era tarde y estaba cansada, pero...

—Lo enviaste. ¿Has visto las noticias esta mañana?

—¿El ataque a Filadelfia? ¿No creerás que...?

—Solo hay un modo de averiguarlo. Accede a los datos del canal desde tu extensión y rastrearemos el flujo de datos.

Lo hicieron juntos, desde el supuestamente aislado canal hasta el agujero de seguridad en el software del satélite.

La mente de Marie daba vueltas a las implicaciones de lo sucedido. Por un lado, estaba el desastre profesional que supondría para ella; el rebanador se le había confiado a su cuidado y ahora estaba suelto. Tendría que hacerlo público; los sysadmins de todo el país necesitarían sus datos. Pero los rebanadores, aunque mentalmente desequilibrados, eran humanos. Podían arrastrar resentimientos y atacar a individuos. Si el rebanador rastreaba la información hasta su laboratorio, podría borrar sus archivos, destruir su identidad e incluso encontrar un modo de matarla.

Matarla.

—¿Cuántos? —le preguntó a Tommy.

—¿Cuántos qué?

—¿A cuántos ha matado?

—Eso ahora no importa. Tenemos que saber dónde está y qué está haciendo.

—Voy a enterarme de todos modos, Tommy. Dímelo.

—Unos doscientos en el último recuento. Hay gente que sigue desaparecida.

Marie sintió una repentina necesidad de salir del laboratorio, al sol, de caminar por un campo abierto y respirar aire fresco. Doscientas personas. Pero no podía marcharse, ahora no. Tenía que detenerlo antes de que volviera a atacar.

—Pues manos a la obra, entonces —dijo—. ¿Qué has descubierto?

—Tú eres la que tiene la información. ¿De dónde sacaste al rebanador?

—De los bloques públicos de alquiler de Norfolk. Seguro que llevaba allí mucho tiempo, pero lo encontré cuando una señal entrante lo hizo activo. No tuve éxito al rastrear la señal y, cuando la policía rastreó el bloque, encontraron que estaba alquilado bajo una identificación falsa.

—¿Y tu análisis de sus capacidades?

—Lo único que tengo en realidad son notas aleatorias. Muchos datos, pero nada coordinado en forma de análisis
per se
.

—Bueno, envía lo que tengas y veremos qué podemos hacer.

Después de recopilar sus datos, Marie los envió a los lugares habituales: listas de sysadmins, agencias federales, comisarías de policía de otras ciudades y países de todo el mundo. Se encogió de miedo al hacerlo, odiando la idea de atraer tanta atención. Si de verdad tenía suerte, a esa cosa le pondrían su nombre.

Se pasó la siguiente hora concentrada en los datos. Por lo que sabía, ella era la única persona del mundo que había estudiado a ese rebanador de primera mano, así que ella podía tener la mejor oportunidad de crackearlo. Cuanto más tiempo pasara, sin embargo, más se esparciría y más cambiaría.

Un rebanador podía esparcirse a miles de servidores de la red. Cada servidor contenía una copia completa del rebanador, pero actuaban juntos, como una sola mente, no como miles de entidades distintas. En ese sentido, un rebanador era como un cuerpo, cada célula contenía el maquillaje genético para el conjunto. Eso hacía que fueran muy difíciles de destruir.

Marie solo conocía dos modos de atacar a un rebanador. El primero era utilizar un kevorkian: bombardear al rebanador con introducciones de datos falsos y contradictorios para desencadenar una rutina de interrupción. Por desgracia, eso solo funcionaba si el creador había implementado una rutina de interrupción en primer lugar, lo cual no era el caso. Lo había probado en su red de prueba y no había respondido.

El otro método era atrapar una parte del rebanador en un servidor aislado. Esa única parte podía ser bombardeada con señales de prueba para ver cómo se comunicaba con otros, y podía introducirse un elemento destructivo. Después, cuando esa parte era soltada de nuevo a la red para sincronizarse con sus iguales, extendería el veneno a todos.

En lo más profundo de su mente algo chirrió. Ninguna rama legal del mundo consideraba que un rebanador fuera una persona; era una aplicación, nada más, modelada a partir de una mente humana. No era inmoral matarlo. Y aun así, no podía evitar pensar en la persona original; aunque no creyera en la existencia de un alma, se preguntaba cuánta conciencia de sí misma podía retener la mente. Pero no importaba, ¿verdad? Era trágico, aunque lo que quedaba de esa mente estaba siendo utilizado para matar a gente. Tenía que ser destruido, tuviera alma o no.

Llamó a Tommy una hora después.

—¿Algún avance?

Además de ser un gran especialista antiviral, Tommy era un maestro del ajedrez y luchaba contra códigos maliciosos igual que jugaba: sistemáticamente. Marie había jugado con él al ajedrez a distancia varias veces, a pesar de que él era mucho mejor, y había visto su técnica. Era partidario del Pirc: una meticulosa y defensiva jugada inicial que rodeaba al rey con un afilado blindaje de piezas cruciales y que hacía más intensa la tendencia de Marie a dispersarse. Con regularidad, chocaba contra las piezas cuidadosamente colocadas de Tommy y no veía la trampa hasta que era demasiado tarde. Todo residía en la preparación, y Tommy sabía cómo prepararse para los rebanadores.

—Paciencia —dijo él—. Poco a poco. Siempre desatiendes a tu peón, y al final eso te perjudica.

—No tardará mucho en atacar de nuevo. Quien sea que lo esté controlando tiene más en mente que desbordar una pequeña parte del río Delaware.

—Razón de más para preparar la base de actuación. Cuando se mueva, necesitaremos tener cada pieza en su lugar, cada línea de ataque estudiada. Pronto lo atraparemos, ya lo verás.

Marie esperaba que tuviera razón. Desde el punto de vista de Tommy, la jugada inicial había terminado y ahora había llegado el momento de hacer avanzar sus piezas. Esperaron.

Cuando finalmente apareció en la lista de noticias una llamada de auxilio proveniente de un controlador de tráfico aéreo de Los Ángeles, Tommy se encontraba prevenido. Utilizó su código para incluir las partes atacantes del rebanador en altercados iniciales. Nada de eso fue un verdadero asalto, sino intentos directos para destruirlo que Tommy sabía que el rebanador podría manejar. Estaban diseñados para captar su atención. Quería que el rebanador se extralimitara, igual que Marie siempre hacía cuando jugaba con él al ajedrez. Aunque, a diferencia del ajedrez, ahora no se podía hacer otra cosa que mirar.

Funcionó. El rebanador detuvo su asalto. El software de Tommy lo monitorizó mientras tanteaba sus defensas, ajustándose sutilmente cada vez que el rebanador las medía. Rastreó la ubicación de Tommy con una velocidad aterradora y generó un relámpago en un intento de cortar la electricidad en la base de Tommy, pero sus piezas siempre mantenían la defensa. Después, Tommy cometió un error.

Fue un error intencionado. Sacó una pieza de su posición presentándole un camino abierto a su rey. El «rey», en ese caso, era el lago de combustible que alimentaba a los cientos de vehículos y armas de su base. Un cambio significativo en el sistema de presión reduciría a cenizas el laboratorio de Tommy, situado cerca. El rebanador atacó, como era de esperar.

Pero el software de Tommy se hallaba preparado. Justo cuando el rebanador se movió para transferirse al servidor de combustible, los agentes de Tommy reubicaron la barra de conexión enviándolo así a un servidor oculto. ¡Jaque! El rebanador intentó transferirse fuera del servidor oculto, pero el software de Tommy cortó la conexión. ¡Jaque, otra vez!

Sin embargo, al hacerlo, Marie se fijó en que el rebanador que Tommy había atrapado no era la única parte que había empezado a transferirse. En el mismo momento, la primera parte se transfirió al servidor de combustible, y una segunda se copió al servidor oculto. Pero ¿cómo pudo hacerlo? Se trataba de una ubicación secreta. El rebanador no debía conocer su existencia.

Una repentina punzada de dolor se formó en la garganta de Marie al darse cuenta de lo que había sucedido: las aplicaciones del servidor en la barra colectora; para atrapar a la primera parte del rebanador, simplemente las había intercambiado. De modo que, cuando el primer rebanador fue redireccionado al servidor oculto, el segundo fue redireccionado... ¡directamente al servidor de combustible!

Advirtió a Tommy, pero era demasiado tarde y vio horrorizada cómo las conexiones del laboratorio se esfumaron de la red. Tan rápido como pudo, destruyó todos los registros de la sesión en curso y salió de todas las cuentas que había iniciado. Se apartó de la mesa y se recostó en la silla mientras miraba la oscura habitación y respiraba entrecortadamente.

¿Cómo era posible? Acababa de presenciar cómo esa criatura vencía con astucia a uno de los mejores asesinos de rebanadores del mundo. Tommy no lo había visto venir. Fue como si el rebanador hubiera avanzado un peón para abrirle paso a su reina avanzando amenazadoramente sobre el rey de Tommy sin encontrar oposición. «Ataque revelado», se llamaba en ajedrez. Y Tommy había caído en la trampa. Jaque mate.

Había temido que ese rebanador fuera difícil de crackear, pero ahora su miedo sugería nuevas posibilidades. ¿Y si no podían matarlo? Por primera vez, Marie dejó de pensar en términos de catástrofes localizadas y comenzó a considerar una devastación a escala mundial.

Su respiración se aceleró más y más, amenazando con descontrolarse. Las paredes parecieron curvarse hacia dentro, presionándola; se temía estallar en llamas en cualquier momento.

Lentamente, se calmó y se forzó a pensar. El mejor analista del mundo habría estado vigilando el ataque, identificando las fortalezas y debilidades del rebanador. Las agencias de ejecución de la ley estaban intentando rastrear a su controlador. No era momento de salir corriendo; era momento de ayudar. Si el coste era su vida, bueno... había sido un descuido suyo lo que había permitido que el rebanador se escapara. Debería haber comprobado el canal primero en lugar de dar por hecho que era seguro.

Se sobresaltó al oír que alguien llamaba a la puerta, y casi se cayó de la silla. La puerta se abrió con un chirrido y Pam asomó la cabeza.

—Qué oscuro está aquí dentro. Marie, ¿qué estás...? ¿Estás bien?

Marie sacudió la cabeza.

—No estoy bien. Estoy asustada.

—Eso de las noticias... en Filadelfia...

—Sí, ha salido de este laboratorio, Pam. De mí. He cometido un error y ahora está matando a gente y...

No pudo terminar. En la garganta se le hizo un nudo del tamaño de una roca, afilada y dolorosa. Apretó los dientes para evitar llorar.

Pam le acarició el pelo.

—Lo solucionarás. Lo harás.

4

Ha sido fácil engañar a ese hombre tan gracioso con sus trucos y sus trampas. Ha basculado sus interruptores para librarse de mí, pero ¡había otro yo! Después lo he parado. Ha sido muy divertido. Quería reiniciarlo y hacerlo otra vez, pero no he sabido cómo.

La gente no se reinicia una vez que ha parado. ¿No es curioso? La gente no resulta muy útil. Me pregunto cómo será pararse sin más. Creo que sería aburrido. Me alegra que yo no me pare como la gente.

Una hora antes de entrar a trabajar, Darin pasó a ver a Mark en respuesta a un mensaje urgente pero críptico. Vio que Mark seguía con la ropa del día anterior y que tenía el pelo desgreñado y los ojos inyectados en sangre.

—¿Qué te pasa?

—Los hemos matado —respondió Mark—. Hemos sido nosotros.

—¿De qué estás hablando?

—Ha sido nuestra estúpida travesura; ese espigón de datos... soltamos algo a la red y ese algo destruyó la presa.

Darin se quedó mirándolo.

—¿Cómo es posible?

—Lo he comprobado. Los servidores utilitarios tienen registros públicos. La hora coincide y el pico de datos... es la misma bestia.

Un frío miedo penetró en la mente de Darin. Si alguien rastreaba la explosión, no sería Mark quien cargara con la culpa. Mark tenía contactos, dinero y un padre poderoso. Darían por sentado que Darin era el responsable, la mala influencia comber que había engañado a un inocente rimmer para involucrarlo en un crimen.

—No ha sido culpa nuestra. No lo hemos hecho nosotros, aunque haya usado nuestro conducto.

—Llamamos a un laboratorio antivirus, Darin. Esa cosa había sido capturada y estaba bajo control hasta que le proporcionamos una salida. Lo hicimos nosotros, y vamos a tener que solucionarlo.

—¿De qué estás hablando? No tenemos la práctica necesaria para eso. Además, ahora ya no está. Puede que sea un autodestructor de los que solo atacan una vez.

—He estado leyendo las noticias. Ha vuelto a atacar en algún lugar de Carolina del Norte.

—Razón de más para no meternos en esto. ¿Y si despiertas su atención y vuelve a atacar la presa? Miles de combers podrían morir ahogados; aunque a ti eso no te importaría mucho, ¿verdad?

—Claro que me importaría —repuso Mark—. No quiero que muera nadie, por eso quiero enfrentarme a esa cosa.

Darin apretó los puños y se giró hacia la ventana. Antes creía que Mark pensaba como un comber a pesar de su dinero, pero ahí estaba ahora, planeando arriesgar vidas comber para mitigar su propia culpa. Exactamente lo que los rimmer hacían siempre: lo que fuera que les hiciera sentirse mejor, independientemente de cómo afectara a la gente que fingían ayudar.

—Aunque nos mate —continuó Mark—, por lo menos alguien más vivirá. ¿No se lo debemos?

—Yo no le debo nada a nadie. Yo no he escrito este virus o lo que quiera que sea. No soy yo el que está matando a gente.

—Pero nosotros lo hemos soltado. Siempre estás hablando de querer ayudar a los combers y aquí tienes tu oportunidad.

—¡No sabemos hacerlo! Estaríamos arriesgando la vida de otras personas.

—Voy a intentarlo aunque tú no lo hagas. Es lo correcto.

Darin sacudió la cabeza. El mundo no giraba en torno a lo que estaba bien o mal ni a la responsabilidad. Mark no lo comprendía. Tenía la ingenuidad de un rimmer, nacido para una vida repleta de facilidades.

Dejó que Mark le enseñara lo que había encontrado en la red, con la esperanza de poder hacerlo entrar en razón. Habían sido amigos desde que tenía memoria. Intereses comunes, como el crackeo, habían ayudado a cimentar la relación, al igual que la falta de afecto de Mark por los de su propia clase.

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