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Authors: Bruno Cardeñosa Juan Antonio Cebrián

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Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy (26 page)

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La tumba de Almanzor

Dos de las ciudades reales más importantes de Al-Andalus, Medina-Zahara (936) y Medina-Zahira (978), se debieron a las personalidades más influyentes de la España musulmana: Abderramán III y Almanzor.

Este último se convierte en el año 981 en dictador único de Al-Andalus. Tenía en sus manos todo el poder y la ambición de un caudillo cordobés, amante de las letras y de la guerra. A partir de ese momento fue la «bestia negra» de las tropas cristianas. Realizó innumerables campañas en las que sus cronistas le atribuyen cincuenta y dos victorias (otros hablan de cincuenta y seis), asolando las ciudades de Ávila, León, Zamora y Santiago de Compostela. En pleno apogeo de su poder personal, sufre una extraña enfermedad y es enterrado en Medinaceli (Soria), a la vuelta de una expedición a La Rioja. La ubicación hoy de su tumba es una leyenda como lo es la batalla de Calatañazor.

A mediados del siglo XIII se desconocía la realidad histórica de esta batalla. Las crónicas El Tudense y El Toledano, que fueron origen de esta leyenda, se consideran como anacrónicas en su triple aspecto histórico, geográfico y cronológico, sin más valor que el puramente legendario. Sin embargo, casi nadie desconoce la mítica sentencia de que «en Calatañazor perdió Almanzor su tambor», lo que dio origen a una batalla que la tradición oral conservó durante siglos. Todo indica que el mito se fraguó a raíz de su última gran victoria, la que obtiene
in extremis
sobre los cristianos en Cervera de Pisuerga en el emblemático año 1000. Pero los juglares dieron la vuelta a la historia y empezaron a decir que fue ganada por las tropas cristianas para que la moral no decayera. Eso, unido a que murió dos años después de una manera rápida, fue más que suficiente para que se propagara el rumor de que sufrió graves heridas en una hipotética batalla de Calatañazor (localidad también soriana), de la que casi ningún historiador tiene constancia, y donde perdió el tambor, su prestigio, su fama de invencible y la vida misma.

Se sabe que la última campaña que realizó Almanzor es conocida como
la de Canales
(de la Sierra)
y el Monasterio
(San Millán de la Cogolla). Según fuentes históricas musulmanas, el itinerario de la misma sería, tomando como base de partida Medinaceli, dirigirse a Salas de los Infantes, remontar el cauce del río Pedroso, dirigirse luego a la villa condal de Canales de la Sierra y de ahí al monasterio de San Millán de la Cogolla (de Suso), que arrasó e incendió, como era su costumbre. En el trayecto no hubo oposición cristiana.

Almanzor inició su campaña con síntomas de enfermedad. El empeoramiento de su salud le obligó a ordenar la retirada de sus tropas siguiendo un itinerario más dificultoso, posiblemente para ocultar su enfermedad y alcanzar lo antes posible la capital fronteriza de Medinaceli. Por el puerto de Santa Inés (oeste de Sierra Cebollera) y en dirección sur por Vinuesa, Abejar, Calatañazor, La Muela y por el Portillo de Andaluz, vadearon el río Duero, continuando por Caltojar y Barahona hasta Medinaceli.

La retirada duró catorce días y en el trayecto hacia Córdoba muere Almanzor. Todas las crónicas, desde la
General
hasta la de Rodrigo Jiménez de Rada, apuntan a que alcanzó la muerte en la localidad de Bordecorex (Soria) el día 27 de Ramadán del año 392 de la Hégira, que equivale a la noche del 9 de agosto del 1002, cuando contaba sesenta y cuatro años de edad. Estaban presentes sus hijos Abd-al-Malik y Abd-al-Rahman (más conocido como Sanchuelo). El primero es al que nombra su legítimo heredero. Éste no quiso que el cuerpo de su padre Almanzor se enterrara en esta localidad al considerarla poco fortificada, de manera que se trasladó más al sur, a Medinaceli, donde se le dio sepultura con toda la fastuosidad de un caudillo andalusí, en un lugar llamado Cerrillo Cuarto o bien en el patio del alcázar, con todos sus vestidos y armas. Al pasar los siglos, su memoria iba disminuyendo a la par que su tumba se iba desvaneciendo, y no sería por su falta de búsqueda.

La última campaña del todopoderoso al-Mansur la contempla con todo lujo de detalles la obra
Dikr hilad al-Andalus
, que es una recopilación histórico-geográfica que recoge las cincuenta y seis campañas de al-Mansur. En esta crónica de autor anónimo se nos dice que como sudario le sirvió la tierra que había recogido en cada una de sus victoriosas campañas:

La quincuagesimosexta, la de B.t.r.yus, en la que falleció. Salió de Córdoba estando ya enfermo, el jueves, seis de… del 392 (1002 de la era cristiana), e hizo botín… la enfermedad, por lo que emprendió regreso hacia Córdoba, pero murió… y fue enterrado en la frontera, en Medinaceli, el veintisiete del ramadán de ese año (9 al 10 de agosto del 1002). Fue enterrado bajo el polvo que había recogido en sus campañas, pues, cada vez que salía de expedición, sacudía todas las tardes sus ropas sobre un tapete de cuero e iba reuniendo todo el polvo que caía. Cuando murió lo cubrieron con ese polvo. Sobre su tumba se escribió:

Sus hazañas te informarán sobre él

Como si con tus propios ojos lo estuvieras viendo,

¡Por Allah!, nunca volverá a dar el mundo nadie como él

ni defenderá las fronteras otro que se le pueda comparar.

Esta es la versión que nos da el anónimo compilador musulmán, en traducción del profesor Molina, que seguidamente nos añade: «Ibn al-Jatib (historiador musulmán) llama a esta campaña
de Canales y el Monasterio
, que tradicionalmente se identifica con el monasterio de San Millán de la Cogolla. El nombre que le da nuestro autor (B.t.r.yus) puede ponerse en relación con el del río Pedroso, que corre muy cerca de la zona de Canales de la Sierra (villa riojana al sur de la provincia, en la vertiente meridional de la Sierra de la Demanda y al suroeste del monasterio de Valvanera)».

El sabio orientalista Lèvi Provençal, en su
Historia de la España musulmana
, nos aporta algún dato más sobre su muerte y su lugar de enterramiento:

La campaña tuvo lugar en el verano del 1002, contra el territorio de La Rioja, dependencia del Condado de Castilla… todo lo que sabemos es que el ejército musulmán avanzó hasta Canales (de la Sierra), a unos cincuenta kilómetros al suroeste de Nájera, alcanzando el monasterio de San Millán de la Cogolla, que fue saqueado. Al regreso de esta campaña, la muerte vino a poner fin a la prodigiosa carrera del dictador cordobés… el regreso a Medinaceli lo realizó en litera durante catorce días de trayecto. Por recomendación suya, quedó enterrado en el patio del alcázar de Medinaceli… En su lápida se grabó una sencilla inscripción…

En una nota adicional añade:

El historiador musulmán Ibn al-Jatib, siendo primer ministro del reino nazarí de Granada, envió un negociador a Castilla (hacia 1365), pero le encargó pasase previamente por Medinaceli, para informarle si existía la tumba de Almanzor. Enseñaron la tumba al enviado granadino, pero la lápida sepulcral no contenía ninguna inscripción ni histórica ni poética.

Esto indica que en el siglo XIV se tenía constancia de una tumba atribuida a Almanzor, en la que ya no había ningún nombre escrito que acreditara que era, efectivamente, la suya, lo que no fue obstáculo para que fuera un lugar de peregrinación hasta el siglo XV, incluso cuando esta villa ya estaba en manos cristianas.

El profesor Ramón Menéndez Pidal ha conjugado la leyenda con la realidad de forma clara y precisa al decirnos:

Almanzor hizo la última expedición de su vida, dirigiéndose a través de Castilla, hacia San Millán; fue una expedición victoriosa como todas, pero tuvo que retirarse al sentirse muy enfermo. Se hacía llevar en litera… agobiado por crueles dolores… repasó la frontera y llegó a Medinaceli, primera plaza de armas musulmana; murió el 10 de agosto del 1002. Por débil que hubiese sido la resistencia del conde Sancho… es de suponer que los caballeros castellanos molestasen esa retirada de un ejército cuyo caudillo iba moribundo… y bien se pudo creer que Almanzor muere huyendo del conde Sancho.

Tres siglos antes, en la villa de Medinaceli, la ciudad de los cien nombres, cuenta una leyenda que llega Tariq preguntando por el paradero de la Mesa de Salomón, que no llega a encontrar. Antes de irse bautiza la ciudad con un curioso nombre: Medina Talmeida («Ciudad de la Mesa») o bien Medina al Shelim («Ciudad de Salomón»), Sea como fuere, la Ocilis celtíbera y romana o la Medinaceli («Ciudad del Cielo»), rebautizada así por los cristianos, fue una más que digna tumba para el caudillo hispano musulmán, para el gran saqueador califal.

El problema es que aún, en pleno siglo XXI, no sabemos dónde están sus huesos.

La tumba de Gengis Khan

Su verdadero nombre era Temujin, que significa ’forjador de hierro’. El término Gengis Khan fue utilizado por el pueblo mongol para designar a su máximo representante, aquel que fue elegido como señor de todos los océanos. Y es que este pueblo nómada de Asia consideraba que el mundo era una inmensa llanura rodeada por mares insondables. Gengis fue proclamado el personaje más importante del segundo milenio por rigurosos investigadores históricos consultados a su vez por el prestigioso diario
Washington Post
. Y, aunque sabemos casi todo sobre él, todavía hoy los arqueólogos no han sido capaces de descubrir el que se supone es uno de los sepulcros más impresionantes de todos los tiempos.

Nacido en 1167, consiguió unificar bajo un solo mando a las más de treinta tribus que transitaban el territorio de Mongolia. Con estas magníficas hordas levantó el imperio más poderoso de la Edad Media, llegando incluso a amenazar a Europa oriental. Sus dominios eran inabarcables, extendiéndose desde el Tíbet hasta los confines de la taiga siberiana y desde las inmediaciones del Danubio hasta la península coreana. Creó líneas de comunicación tan seguras que, según se decía, una doncella cargada de perlas podía caminar sola por ellas sin temer peligro alguno. Lo cierto es que en esos años se potenció la Ruta de la Seda, auténtico cauce comercial del Medievo y por el cual dos mundos que hasta entonces casi se habían ignorado aprendieron a relacionarse y a necesitarse. Gengis Khan fue sin duda artífice de este esplendor. Empero, cuando se encontraba en el cénit de su poder, soñando con la total anexión de China, le visitó la muerte, impidiéndole culminar su ambición.

Las representaciones gráficas de los bárbaros asiáticos, como esta de Gengis Khan, como una especie de monstruos semihumanos se debe a la influencia de los escritores medievales, que los consideraban heraldos del Mal.

La realidad nos dice que el supremo jefe mongol murió el 18 de agosto de 1227, postrado en la cama de su
yurta
, posiblemente afectado por el tifus y rodeado por sus apesadumbrados hijos. Falleció cuando tenía sesenta años, pero con su muerte no terminó la historia de los mongoles, sino que, por el contrario, sus herederos fueron dignos continuadores de la obra emprendida veinte años antes.

Gengis había hecho testamento dejando a sus cuatro hijos todo el imperio, repartido de esta manera: al primogénito Yuri le correspondieron las estepas del Aral y del Caspio (muerto antes que su padre, sus territorios los heredó su hijo Batu); para Yagatay fue la región entre Samarkanda y Tufán; al tercero, Ogoday —el que sería proclamado en 1229 gran Khan—, le correspondió la región situada al este del lago Baikal; y, finalmente, a su cuarto hijo, Tuli, le tocó asumir el gobierno de los ancestrales territorios mongoles, incluido el lugar natal de la familia, cerca del río Onón.

Antes de fallecer, tuvo la oportunidad de hablar con su hijo Ogoday, transmitiéndole las últimas órdenes para la invasión del reino traidor de Ningxia, que años antes le negó tropas para el ataque a Karhezm. Casi a punto de espirar, consumó su último acto de venganza. Ogoday cumplió la orden y masacró a los ningxios.

Existe mucha controversia sobre la posición exacta de la tumba de Gengis Khan, según cuenta
La historia secreta de los mongoles
—libro escrito en 1240 para ensalzar la obra de Gengis—, el emperador fue enterrado en un lugar secreto supuestamente cercano al monte Altay. En su viaje final le acompañaron cuarenta doncellas vírgenes que fueron sacrificadas junto a sus cuarenta mejores caballos. Además, muchos guerreros mongoles, conocedores de la ubicación, se suicidaron gustosos junto a su jefe, y más de mil jinetes galoparon sobre la tumba varias veces, hasta que el lugar quedó irreconocible.

La ubicación exacta de la tumba de Gengis Khan sigue siendo un misterio, aunque recientes investigaciones a cargo de arqueólogos chinos nos hablan sobre la posibilidad de que ese sepulcro se encuentre cercano al lugar de nacimiento de Temujin, como era costumbre en el pueblo mongol.

El siglo XIII fue de dominio mongol. A Gengis le sucedió su hijo Ogoday, que prosiguió sus exitosas campañas, y a la muerte de éste otros Khanes del linaje mantuvieron vivo el sueño del emperador, hasta que Kublai Khan, hijo de Tuli y nieto de Gengis, cumplió con el viejo sueño de su abuelo, la conquista de China, creando la dinastía Yuan. Sin embargo, tras aquel siglo inicial, el poder mongol se fue diluyendo en varios kanatos, que pronto se enfrentaron entre sí, hasta perderse la idea original de su fundador.

En la actualidad, por paradojas del destino, Mongolia vive prácticamente dentro de los mismos límites geográficos que vieron nacer a Temujin. Más de un millón y medio de kilómetros cuadrados con unos dos millones seiscientos mil pobladores (casi los mismos que en el siglo XIII). Curiosamente, si el emperador levantara la cabeza, vería preocupado la precariedad por la que atraviesa su tribu. Hasta hace bien poco, Mongolia se encontraba unida a los intereses rusos y siempre vigilada por los anteriormente conquistados chinos. Para colmo, el señor de todos los océanos no tendría ni un solo metro de costa donde poder disfrutar del mar.

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