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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

El juego de los Vor (2 page)

BOOK: El juego de los Vor
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En definitiva, una nueva, inteligente y amena aventura de Miles Vorkosigan. La inteligencia de la autora y de su personaje, las reacciones de éste y la amenidad de la narración justifican el gran éxito de esta novela. La siempre exigente Faren Miller, del conocido e influyente LOCUS, confiesa que «El lector es incapaz de resistir esa combinación de inteligencia, intrigantes y sigilosas maniobras, y ese gran talento de Miles para meterse en problemas… en grandísimos problemas». Y, en su opinión, al añadir los sentimientos a la inteligencia y amenidad ya habituales en la serie, considera que
BARRAYAR
es la mejor novela de la ya numerosa saga de Vorkosigan. En sus propias palabras
, BARRAYAR
«es ciencia ficción completamente equipada con cerebro, humor y sentimientos». Pero de todo ello ya tendremos ocasión de hablar en su momento
.

Debo reconocer que
EL APRENDIZ DE GUERRERO
me divirtió y sorprendió enormemente. Pero la continuidad del éxito de la serie de Miles Vorkosigan me ha llevado a preguntarme por las claves de ese éxito sin par
. En EL JUEGO DE LOS VOR
la estructura es sencilla y la narración simplemente amena. El lector sólo conoce la acción desde el punto de vista de Miles, puede seguir el hilo de sus razonamientos, su percepción de los hechos y, sobre todo, la ironía con que se juzga a sí mismo y los líos en que se mete. Tal vez ésa sea la clave. El lector acaba identificándose con un protagonista inteligentísimo y astuto y ése es un mecanismo siempre agradecido y seguro. Y debe serlo aún más (si se me permite un poco de psicologismo barato) cuando el problema y la minusvalía física de Miles impulsa a nuestro inconsciente a sentimos incluso superiores a él. Un personaje que es todo un hallazgo y para el que Bujold elabora acciones y aventuras que permiten una doble lectura y, siempre, divierten al lector. Qué más se puede pedir?

Pero eso no es todo, las novelas en que no interviene directamente Miles
(EN CAÍDA LIBRE, SHARDS OF HONOR o BARRAYAR)
siguen manteniendo su encanto y cosechando premios. Miles Vorkosigan es una baza segura, pero hay algo más en la escritura de Bujold: una maravillosa habilidad para entretener e interesar al lector. No conviene olvidar que dos de los grandes premios obtenidos por esta autora (Nebula de 1988 y Hugo de 1992) proceden de novelas no presididas por el personaje de Miles Vorkosigan. Otro día hablaremos de ello
.

Pero ya está bien de rollo. Les dejo con Miles Vorkosigan y su creadora. Es una interesantísima compañía. Les felicito por tener este libro en sus manos
.

MIQUEL BARCELÓ

Para mamá.

Y le agradezco a

Charles Marshall

sus explicaciones de primera mano

sobre ingenieria polar,

y a William Megaard

sus comentarios sobre la guerra

y las maniobras militares.

1

—¡Embarque! —exclamó el alférez que se hallaba cuatro lugares más adelante de Miles en la fila. Tenía el rostro iluminado de alegría mientras deslizaba la mirada por sus órdenes; el delgado plástico temblaba ligeramente entre sus manos—. Seré oficial subalterno de armamento en el crucero
Comodoro Vorhalas
. Debo presentarme de inmediato en la Base de lanzamiento Tanery para la transferencia orbital.

Ante un pinchazo preciso saltó con porte poco marcial dejando paso al siguiente hombre de la fila mientras continuaba murmurando expresiones de júbilo.

—Alférez Plause.

El viejo sargento que ocupaba el escritorio lograba parecer aburrido y superior al mismo tiempo, sosteniendo el siguiente paquete entre el pulgar y el índice. ¿Cuánto tiempo había estado ocupando este puesto en la Academia Militar Imperial?, se preguntó Miles. ¿Cuántos cientos… miles de jóvenes oficiales habían pasado frente a su mirada imperturbable en este primer momento supremo de sus carreras? ¿Todos acabarían teniendo el mismo aspecto al cabo de algunos años? Los mismos uniformes verdes y nuevos. Los mismos relucientes rectángulos plásticos de grados recién adquiridos engalanando sus cuellos. Los mismos ojos ávidos en todos los graduados de la escuela más selecta perteneciente al Servicio Imperial, colmados de imágenes de un brillante destino militar.
Nosotros no sólo marchamos hacia el futuro, lo atacamos
.

Plause se apartó de la fila, posó el pulgar sobre el cerrojo acolchado y abrió su paquete.

—¿Y bien? —dijo Iván Vorpatril, justo frente a Miles en la fila—. No nos tengas en suspenso.

—Escuela de idiomas —dijo Plause, sin dejar de leer.

Plause ya hablaba perfectamente los cuatro idiomas oficiales de Barrayar.

—¿Como estudiante o como instructor? —preguntó Miles.

—Como estudiante.

—Ajá. entonces deben ser idiomas galácticos. Después te reclamarán los de Inteligencia. Seguro que te dan un destino extraplanetario —sugirió Miles.

—No necesariamente —dijo Plause—. Podrían sentarme dentro de un cubículo en alguna parte, programando ordenadores de traducción hasta dejarme ciego. —Pero la esperanza brillaba en sus ojos.

Por caridad, Miles no mencionó la principal desventaja de Inteligencia: que uno terminaba trabajando para el jefe de Seguridad Imperial, Simon Illyan, el hombre que lo recordaba todo. Pero tal vez en el nivel de Plause no tropezaría con la dureza de Illyan.

—Alférez Lobachik.

En toda su vida, Miles sólo había conocido a un hombre más serio y formal que Lobachik. Por lo tanto, no se sorprendió cuando éste abrió su sobre y dijo con voz ahogada:

—Seguridad Imperial. El curso avanzado en Seguridad y Homicidios.

—Ah, la escuela de los guardias de palacio —dijo Iván con interés, atisbando sobre el hombro de Lobachik.

—Eso es todo un honor —observó Miles—. Por lo general Illyan escoge a sus estudiantes entre los hombres con veinte años de servicio y el pecho cubierto de medallas.

—Quizás el Emperador Gregor le ha pedido a Illyan alguien más próximo a su propia edad —sugirió Iván—. Para iluminar el paisaje. Esos fósiles de rostro arrugado con que Illyan suele rodearlo lograrían deprimirme incluso a mí. no te permitas demostrar ningún sentido del humor, Lobachik. Creo que es motivo de descalificación automática.

Lobachik no corría ningún riesgo de perder el puesto, si eso era cierto.

—¿Realmente conoceré al emperador? —preguntó Lobachik volviendo su mirada nerviosa hacia Miles e Iván.

—Probablemente lo observes desayunar todos los días —respondió Iván—. Pobre desgraciado.

¿Se refería de Lobachik o a Gregor? a Gregor, sin duda.

—Vosotros los Vor, lo conocéis… ¿Como es?

Miles intervino antes de que el brillo en los ojos de Iván se materializara en una broma pesada.

—Es muy franco. Os llevaréis bien.

Lobachik se marchó con un aspecto algo más tranquilo, releyendo su telegrama.

—Alférez Vorpatril —entonó el sargento—. Alférez Vorkosigan.

El corpulento Iván cogió su paquete, y Miles el suyo. Luego se marcharon con sus dos camaradas.

Iván abrió su sobre.

—¡Ja! Cuartel General del imperio Vorbarr Sultana. Sabed que he de ser edecán del comodoro Jollif, Operaciones. —Hizo la venia y dio vuelta al despacho—. A partir de mañana, en realidad.

—¡Ooh…! —exclamó el alférez que había recibido orden de embarcarse, todavía temblando de alegría—. Iván ha de ser
secretario
. Tendrás que tener cuidado si el general Lamitz te pide que te sientes en su regazo. He escuchado decir que…

Iván le propinó un golpecito amistoso.

—Envidia, pura envidia. Voy a vivir como un civil. Trabajaré de siete a cinco, tendré mi propio apartamento en la ciudad… Debo recordarte que no habrá ninguna chica allá en ese barco tuyo. —La voz de Iván era tranquila y alegre, sólo sus ojos delataban algo del a decepción que sentía. Iván también habría querido embarcarse. Todos lo deseaban.

Miles lo deseaba.

«Embarcarme. Y, con el tiempo ser comandante como mi padre, como su padre, como el padre de su…»

Un deseo, una plegaria, un sueño… Vaciló por autodisciplina, por miedo, por demorar ese último momento de esperanza. Colocó el pulgar sobre el cerrojo y abrió el sobre con deliberada precisión. Un único telegrama plástico, un puñado de permisos de viaje…

Solo tardó unos momentos más en absorber ese breve párrafo que tenia frente a los ojos. Permaneció unos instantes petrificado sin poder creerlo, y volvió a leerlo desde el principio.

—¿Y bien, primo? —Iván se asomó por encima de su hombro.

—Iván —dijo Miles con voz ahogada—, ¿estoy sufriendo un ataque de amnesia o nunca tomamos un curso de meteorología en los estudios de ciencias?

—De matemáticas de espacio-cinco, si. De xenobotánica también. —Iván se rascó la cabeza, intentando hacer memoria—. De geología y de evaluación del terreno… Bueno, en primer año vimos meteorología aeronáutica.

—Si, pero…

—¿Que te han hecho esta vez? —preguntó Plause, claramente preparado para ofrecer sus felicitaciones o su compasión, según lo requiriera el caso.

—Me han nombrado oficial en jefe de Meteorología, Base Lazkowski. ¿Donde diablos queda la Base Lazkowski? ¡Nunca he oído hablar de ella!

El sargento, ante el escritorio, alzó la vista con una sonrisa maliciosa.

—Yo sí, señor —le dijo—. Queda en un sitio llamado Isla Kyril, cerca del círculo ártico. Es una base de entrenamiento invernal para infantería. La suelen llamar Campamento Permafrost.


¿Infantería?
—exclamó Miles.

Iván alzó las cejas y se volvió hacia Miles con el ceño fruncido.


¿Infantería?
¿Tú? No parece el lugar apropiado.

—No, no lo parece —convino Miles en voz baja. De pronto había tomado plena conciencia de sus impedimentos físicos.

Años de arcanas torturas médicas casi habían logrado corregir las graves deformidades por las cuales Miles había estado a punto de morir cuando naciera. Encogido como una rana en su infancia, ahora se erguía casi derecho. Sus huesos, frágiles como la tiza, ahora eran casi fuertes. Enjuto como un niño homúnculo, ahora media casi un metro cuarenta y siete. Al final había sacrificado el largo de sus huesos a su resistencia, y sus médico todavía opinaba que los últimos quince centímetros habían sido un error. Con el tiempo, Miles se había roto las piernas las veces suficientes para coincidir con él, aunque para entonces ya era demasiado tarde. Pero no era un mutante, no era… ahora ya apenas si importaba. Si tan solo le dejasen emplear sus virtudes al servicio del emperador, él les haría olvidar sus defectos. El pacto estaba sobreentendido.

En el Servicio debía haber mil puestos en los cuales su extraño aspecto y su fragilidad oculta no importarían lo más mínimo. Como edecán, o traductor de Inteligencia. O incluso oficial de armamentos manejando ordenadores. Estaba sobreentendido, seguro que lo estaba. Pero ¿infantería? Alguien no jugaba limpio. O se había cometido un error. No sería el primero. Miles vaciló unos momentos mientras sus puño se cerraba sobre el telegrama, y entonces se dirigió hacia la puerta.

—¿Adónde vas? —le preguntó Iván.

—A ver al mayor Cecil.

Iván exhaló con los labios fruncidos.

—¿Sí? Buena suerte.

¿Sonreía el sargento detrás del escritorio, inclinando la cabeza para revisar la siguiente pila de paquetes?

—Alférez Draut —llamó. La fila avanzó un paso más.

El mayor Cecil estaba apoyado con una cadera sobre el escritorio de su secretario, efectuando alguna consulta, cuando Miles entró en la oficina y saludó.

El mayor Cecil alzó la vista hacia él y luego miró su cronómetro.

—Ah menos de diez minutos. He ganado la apuesta.

El mayor devolvió el saludo a Miles mientras el secretario con una sonrisa ácida, extraía un fajo de billetes del bolsillo, separaba uno y se lo entregaba a su superior sin pronunciar palabra. El rostro del mayor parecía risueño, pero sólo aparentemente; movió la cabeza en dirección a la puerta y, después de arrancar el telegrama plástico que su máquina acababa de emitir, el secretario abandonó la habitación.

El mayor Cecil era un hombre de unos cincuenta años, delgado, sereno y despierto. Muy despierto. Aunque no era el jefe titular de Personal, un puesto administrativo perteneciente a un oficial de más alto grado, hacía mucho que Miles había comprendido que Cecil era el hombre que tomaba las decisiones finales. Por sus manos terminaban pasando todas las asignaciones para los graduados de la Academia. Miles había descubierto que era un hombre accesible, ya que el maestro y el erudito predominaban sobre el oficial. Su carácter era seco y extraño, y se volcaba intensamente en su trabajo. Miles había confiado en él. Hasta ahora.

—Señor —comenzó. Le extendió el telegrama con sus órdenes en un gesto de frustración—. ¿Qué es
esto
?

Sin perder el brillo risueño en la mirada, Cecil guardó el billete en su bolsillo.

—¿Me está pidiendo que se lo lea, Vorkosigan?

—Señor, pregunto… —Miles se detuvo, se mordió la lengua y volvió a comenzar—. Tengo algunas preguntas respecto a mi asignación.

—Oficial de Meteorología, Base Lazkowski —recitó el mayor Cecil.

—Entonces… ¿no es un error? ¿Son las ordenes que me corresponden?

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