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Authors: Hermann Hesse

Tags: #Clásico, Drama

El juego de los abalorios (41 page)

BOOK: El juego de los abalorios
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Knecht lo había escuchado con amistosa atención, sin cansarse.

—Amigo querido —dijo circunspecto—, ¡cuánto me hacen recordar tus palabras nuestros años escolares y tu crítica y tu fogosidad de entonces! Sólo que hoy no desempeño el mismo papel de aquellos días; mi tarea de hoy no es la defensa de la Orden y de la provincia contra tus ataques, y me gusta mucho que no me toque ahora el difícil cometido en el cual me esforcé tanto una vez. Justamente resulta muy difícil responder a un magnífico ataque como éste tuyo de ahora. Hablas, por ejemplo, de gentes que allá afuera en el país «viven la verdadera vida y hacen el verdadero trabajo». Esto suena tan absoluto, tan bello y cordial, casi ya como un axioma y si alguien quisiera refutarlo, debería volverse descortés y recordar al orador que una parte de «su verdadero trabajo» consiste en colaborar en una Comisión para el bienestar y la conservación de Castalia. ¡Mas dejemos por un momento las bromas! Veo o comprendo en tus palabras y en el tono que tienes siempre el corazón lleno de odio contra nosotros y al mismo tiempo de desesperado amor por nosotros, rebosante, pues, de envidia o nostalgia. Somos para ti cobardes, zánganos o niños que juegan en un jardín de infancia, pero hubo momentos en que viste en nosotros tú también dioses eternamente alegres. Una cosa creo de todos modos poder deducir de tus palabras: de tu tristeza, de tu infelicidad, o como queramos llamarla, no tiene la culpa Castalia; la responsabilidad debe proceder de otra parte. Si fuéramos culpables los castalios, tus reproches y tus objeciones no serían ciertamente hoy los mismos que en las discusiones de nuestra primera juventud. En conversaciones posteriores me contarás más, y no dudo de que encontraremos una vía para llegar a hacerte más feliz y contento o, por lo menos, para tornar tu relación con Castalia más franca y agradable. Por lo que puedo ver ahora, te consideras frente a nosotros y a Castalia —y con eso frente a tu juventud y a tu período escolar— en una posición falsa, nada libre, sentimental; has dividido tu alma en una parte castalia y otra mundana y te atormentas excesivamente por cosas de las que no eres responsable. Posiblemente, sin embargo, tomas demasiado a la ligera cosas de las que tienes tú la responsabilidad. Supongo que desde hace mucho no practicas ejercicios de meditación. ¿Es así?

Designori sonrió dolorosamente.

—¡Qué perspicaz eres,
Domine
! ¿Hace mucho, piensas tú? ¡Hace muchos años, muchos años que renuncié a meditar! ¡Qué preocupado estás de pronto por mí! Aquella vez, cuando aquí en Waldzell durante mi curso de vacaciones me habéis mostrado tanta cortesía y tanto desprecio y habéis rechazado en forma tan adecuada y elegante mi corte, mi camaradería, me alejé con la firme resolución de poner fin en mí a todo castalismo para siempre. Desde entonces renuncié también al juego de abalorios, no medité más, y aun la música me resultó por un tiempo antipática. En cambio, encontré nuevos camaradas que me instruyeron en los placeres del mundo. Hemos bebido y, también, frecuentado mujeres públicas; hemos experimentado todos los recursos para aturdimos, hemos escupido y ridiculizado todo lo decente, todo lo respetable, todo lo ideal. No duró mucho esta crasitud, pero sí lo suficiente para quitarme al final hasta el último barniz castalio. Y cuando luego, años más tarde, comprendí que había exagerado y que hubiera necesitado un poco de técnica de la meditación, me había vuelto demasiado orgulloso para volver a comenzar.

—¿Demasiado orgulloso? —preguntó Knecht quedamente.

—Sí, demasiado orgulloso. Entre tanto habíame sumergido en el mundo y convertido en un hombre del mundo. No quería ser otra cosa, no quería vivir otra vida más que esa vida pasional, infantil, cruel, sin freno y titubeante entre la dicha y la angustia; desdeñé procurarme cierto alivio y una posición de preferencia con la ayuda de vuestros recursos.

El
Magister
le miró agudamente, con ojos penetrantes.

—¿Y lo has soportado mucho tiempo? ¿Cuántos años? ¿No has empleado otros recursos para salir del paso?

—¡Oh, sí! —confesó Plinio—. Lo hice y lo sigo haciendo hoy todavía. Hay temporadas en que vuelvo a beber y, generalmente para poder dormir, necesito toda clase de somníferos.

Knecht cerró por un segundo los ojos, como cansado de repente, luego fijó de nuevo su mirada en el amigo. Lo miró callado en la cara, primeramente inquisitivo y serio, pero poco a poco cada vez más suave, amable y alegre. Designori deja consignado en sus notas que hasta ese momento nunca encontró una mirada de ojos humanos que fuera al mismo tiempo tan investigadora y llena de amor, tan inocente y juzgadora, tan amistosamente luminosa y omnisciente. Confiesa que esta mirada primero lo confundió y lo excitó, luego lo calmó y lo dominó con suave violencia. Pero quiso aún defenderse.

—Dijiste —observó— que conoces recursos para hacerme más feliz y contento. Pero no me preguntas absolutamente si realmente lo deseo.

—¡Oh, no! —repuso riendo Josef Knecht—. Si podemos hacer mis feliz y más satisfecho a un hombre, debemos hacerlo en todo caso, ya sea que él nos lo pida o no. ¿Y cómo no lo buscaríais y lo anhelaríais? Por eso estás aquí, por eso estamos sentado otra vez frente a frente, por eso has vuelto a nosotros. Tú odias a Castalia, la desprecias, eres demasiado orgulloso de tu mundanalidad y tristeza como para querer aliviarla, un poquito siquiera, con la meditación y el razonamiento… Pero una oculta e indomable nostalgia por nosotros y nuestra alegría te torturó y llenó todos estos años, hasta que debiste volver a intentar otra vez la suerte con nosotros. Y yo te digo que esta vez llegaste en buen momento, en el momento justo en que yo también estoy deseando mucho un llamamiento de vuestro mundo, una puerta que se abra; ¡pero de esto hablaremos la próxima vez! Mucho me confiaste, amigo mío, y te lo agradezco y tú verás que yo también tengo algunas cosas que confesarte. Es tarde, partes mañana temprano y a mí me espera mi jornada oficial otra vez; debemos ir pronto a la cama. Pero, por favor, concédeme un cuarto de hora más.

Se levantó, se acercó a la ventana y miró hacia arriba, donde entre nubes veloces se veían en todas partes zonas de un nocturno cielo muy claro y lleno de estrellas. Como no se volvió en seguida, también el huésped se levantó y se acercó a la ventana, a su lado. El
Magister
estuvo mirando todavía el cielo, gozando en rítmicas espiraciones el aire fresco y sutil de la noche otoñal. Señaló con la mano el firmamento.

—Mira —dijo— este paisaje de nubes con sus zonas de cielo… A primera vista, parecería que la profundidad está allí donde es más oscuro, pero en seguida se percibe que la oscuridad, la blandura, son las nubes solamente y que el espacio del universo con su profundidad comienza apenas en los bordes y fiordos de esas montañas de nubes y se hunde en el infinito, y dentro hay estrellas, una fiesta de estrellas y para nosotros los humanos el símbolo supremo de la claridad y el orden. La profundidad del universo no está allí donde están las nubes y las tinieblas, sino donde está la claridad y la alegría. Si me es lícito pedirte algo, antes de acostarte contempla todavía un rato estas bahías y estos estrechos de mar con tantas estrellas y no rechaces los pensamientos y los sueños que tal vez acudan a ti.

En el corazón de Plinio se agitó una sensación curiosamente temblorosa, que no sabia si era dolor o felicidad. Con las mismas palabras casi, ahora recordaba, había sido incitado en un tiempo inmemorial, durante los primeros anos gozosos de su vida estudiantil en Waldzell, a los primeros ejercicios de meditación.

—Y permíteme unas palabras todavía —volvió a decir con voz queda el
Magister Ludi
— Quisiera decirte algo más acerca de la alegría, de la alegría de las estrellas y del espíritu, y aun acerca de nuestra clase castalia de alegría. Tienes cierta aversión por ella, probablemente porque tuviste que marchar por el camino de la tristeza y ahora te parece que toda claridad y todo buen humor, especialmente el castalio, son cosas frívolas e infantiles, cobardes también, una fuga ante los miedos y los abismos de la realidad hacia un mundo claro y bien ordenado de meras formas y fórmulas, de meras abstracciones o barnices. Pero, mi querido amigo triste, puede existir muy bien esta fuga, pueden no faltar castalios cobardes, miedosos, que juegan con meras fórmulas, y hasta deben ser la mayoría entre nosotros…, pero esto nada quita a la alegría genuina del cielo y del espíritu, nada le quita de su valor y su esplendor. Frente a los que se conforman fácilmente y son en apariencia alegres entre nosotros, hay otros, hombres y generaciones de hombres, cuya alegría no es juego ni superficialidad, sino seriedad y hondura. A uno conocí bien, nuestro
Magister Musicae
anterior, a quien viste de vez en cuando en Waldzell; este ser poseyó en sus últimos años de vida la alegría, la virtud de la alegría, en tal medida que la misma irradiaba de él como la luz de un sol, y pasaba en todos como benevolencia, gozo de vivir, buen humor, confianza y seguridad, y en todos se refleja y seguía resplandeciendo, como si recibieran seriamente su brillo y lo dejaran penetrar en sí mismos. Yo también recibí el don de su luz, a mí también me dio generosamente un poco de su claridad y de su esplendor cordial, y lo mismo a Ferromonte y a algunos otros. Alcanzar esta alegría límpida y esplendorosa es para mí, y para muchos como yo, la meta más alta y noble. La encuentras también en algunos Padres de la Dirección de la Orden. Y no es ni juego ni orgullo, sino sumo conocimiento y amor, la afirmación de toda la realidad, el estar despierto al borde de todas las simas y los abismos, una virtud de los santos y los caballeros; y no puede ser destruida y crece cada vez más con la edad y la proximidad de la muerte. Es el secreto de la belleza y la verdadera sustancia de todo arte. El poeta que canta lo magnífico y lo terrible de la vida en el paso de danza de sus versos, el músico que lo hace resonar como presente puro, son portadores de luz, acrecentadores de la alegría y la claridad sobre la tierra, aunque nos lleven antes a través de las lágrimas y las tensiones dolorosas. Tal vez el poeta cuyos versos nos encantan es un hombre en triste soledad y el músico un soñador melancólico, pero aun así su obra participa de la alegría de los dioses y las estrellas. Lo que nos da no es su tiniebla, su dolor o su temor, es una gota de luz pura, de alegría eterna. Aun cuando pueblos enteros y muchas lenguas tratan de investigar en la profundidad del universo, en mitos, cosmogonías y religiones, lo último y más alto que pueden alcanzar es la alegría. Recordarás a los antiguos hindúes; nuestro profesor de Waldzell nos habló con hermosas ideas de ellos: un pueblo del sufrimiento, de la cavilación, de la penitencia, del ascetismo; pero los últimos hallazgos de su espíritu fueron claros y alegres, alegre la sonrisa de los vencedores del mundo y de los Budas, alegres las figuras de sus abismales mitologías. El mundo, tal como lo describen esas mitos, comienza al principio divinamente, beato, luminoso, hermoso, como la primavera, edad del oro; se corrompe y se torna mísera, y al final de cuatro eras que se hunden cada vez más, es de nuevo maduro para ser destrozado y aniquilado por Siva que ríe y danza…, pero no termina, comienza de nuevo con la sonrisa del soñador Visnú, que, con manos juguetonas, crea un nuevo mundo, joven, hermoso y brillante. Es asombroso: este pueblo, inteligente y capaz de sufrir como ningún Otro tal vez, asistió con horror y vergüenza al cruel espectáculo de la historia universal, a la rueda de la codicia y del dolor que gira eternamente, vio y comprendió lo pasajero de lo creado, la ambición y lo demoníaco del hombre y al mismo tiempo su profunda nostalgia por la pureza y la armonía, y encontró para toda la belleza y la tragedia de la creación estos símbolos magníficos del envejecer del mundo y de lo perecedero de lo creado, del poderoso Siva que bailando destroza el mundo depravado, y del sonriente Visnú que yace dormitando y hace surgir jugando un mundo nuevo de sus dorados sueños divinos.

«Por lo que se refiere a nuestra propia alegría castalia, ella puede ser sólo una tardía y pobre copia de aquella grande, pero es absolutamente legítima. La sabiduría no fue siempre y por doquiera alegre, aunque debió serlo. Entre nosotros es el culto de la verdad, unido estrechamente al culto de la belleza y, además, de la atención meditativa del alma; no puede perder, pues, del todo la alegría. Y nuestro juego de abalorios funde en sí los tres principios: ciencia, culto de la belleza y meditación, y por eso un verdadero jugador de abalorios debería estar impregnado de alegría como un fruto maduro de su dulce zumo, debería tener dentro de su alma toda la alegría de la música, que no es mas que el valor de un alegre y sonriente pasar y danzar a través de los miedos y las llamas del mundo, festiva ofrenda de un sacrificio. Esta clase de alegría conocí desde que comencé intuitivamente a comprenderla como alumno y estudiaste, y nunca la abandonaré, ni en la infelicidad ni en el dolor.

«Ahora iremos a dormir y tú partirás mañana temprano. Vuelve pronto, cuéntame cada vez más de ti y yo también te contaré; sabrás que también en Waldzell y en la vida de un
Magister
existen problemas, desilusiones y aun desesperaciones y demonios. Pero ahora debes llevarte al sueño un oído lleno de música. La mirada en el cielo estrellado y un oído saturado de música antes de acostarse, son el mejor de los somníferos.

Se sentó y tocó cuidadosamente, muy quedo, un movimiento de aquella Sonata de Purcell que había sido una pieza preferida del
Pater
Jakobus. Las notas cayeron en la quietud como gotas de luz dorada, tan ligeras que entre ellas se podía escuchar todavía el canto de la vieja fuente, viva y alegre en el patio. Suaves y severas, parcas y dulces se encontraban y se cruzaban las voces de la generosa música, animosas y gozosas llevaban su intima danza a través de la nada del tiempo y de lo perecedero; ensancharon como un mundo el cuarto y la hora nocturna por el breve lapso de su duración, y cuando Josef Knecht despidió a su huésped, éste tenía un rostro distinto y luminoso y también lágrimas en los ojos.

X
PREPARATIVOS

KNECHT había logrado romper el hielo; comenzó de este modo entre él y Designori una relación viva, un intercambio renovador para ambos. Este hombre, que desde hacía muchos años vivía en resignada melancolía, debió darle la razón al amigo: fue realmente la nostalgia de la curación, la claridad, la alegría castalia lo que le impulsó de nuevo hacia la provincia pedagógica. Volvió ahora a menudo también sin la Comisión y sin tareas oficiales, observado con celosa desconfianza por Tegularius, y muy pronto el
Magister
Knecht supo de él y de su vida todo lo que necesitaba. La existencia de Designori no había sido tan extraordinaria ni tan complicada como supuso Knecht después de las primeras revelaciones. Plinio había experimentado en su juventud la desilusión y humillación que ya conocemos en sus inclinaciones esenciales entusiastas y sedientas de acción; entre el mundo y Castalia no resultó ser el mediador y conciliador, sino un foráneo aislado y agriado y no logró una síntesis de los componentes mundanos y castalios de su origen y de su carácter. Pero no era simplemente un fracasado, sino que al sucumbir y renunciar había conquistado, a pesar de todo, un rostro propio y un destino especial. No parecía haberse aquilatado en él en absoluto la educación castalia, por lo menos en los primeros tiempos; ésta no le proporcionó más que conflictos y desengaños y una soledad, un aislamiento profundo, difícilmente tolerables para su naturaleza. Y pareció como si, caído una vez en este camino lleno de espinas de un ser aislado e inadaptado, tuviera que hacer cualquier cosa para separarse y apartarse más y aumentar sus dificultades. Sobre todo, siendo estudiante todavía, se colocó en irreductible oposición con su familia, con el padre especialmente. Aunque no contaba entre los verdaderos jefes en política, éste como todos los Designori, fue durante su vida entera un sostén del partido conservador y fiel al gobierno, un enemigo de todas las innovaciones, un adversario de todas las aspiraciones de los humildes a derechos y participaciones, desconfiado frente a personas sin nombradla o categoría, fiel y dispuesto a sacrificios por el viejo orden, por todo lo que le parecía legítimo y sagrado. Así, por ejemplo, sin tener necesidades religiosas, fue amigo de la Iglesia, y se opuso terca y fundamentalmente —aunque no le faltara sentido de la justicia, bondad y disposición para hacer el bien y dar socorros— a las ambiciones de los arrendatarios en procura de una mejor situación. Justificaba esta dureza con la falsa lógica de las palabras y los lemas programáticos de su partido; en realidad no le guiaban la convicción y la inteligencia, sino la ciega lealtad a sus colegas de clase y a las tradiciones de su casa, como una suerte de caballerosidad y honra y un recalcado desprecio por todo aquello que para su temperamento resultaba moderno, progresista o actual.

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