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Authors: Miguel Bonasso

Tags: #Relato, #Intriga

Don Alfredo (65 page)

BOOK: Don Alfredo
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Siguiendo la ofensiva, Don Alfredo concurrió al día siguiente al programa
Hora Clave.
Iba muy bien preparado. En vísperas de su primera aparición televisiva, le montaron un set en la casa y uno de los periodistas que solía hacerle las "relaciones públicas" lo interrogó durante dos horas como si fuera el mismísimo Mariano Grondona. Debía conocer muy bien su oficio, porque el cuestionario virtual no estuvo muy lejos del cuestionario real.

Sin embargo, la realidad supera a la ficción. Cuando Yabrán vio el verdadero
set,
donde un enjambre de periodistas y fotógrafos rodeaba la mesa iluminada, en la que debía dialogar a solas con Grondona durante más de dos horas, sintió temor. Su sonrisa era tan cosmética como la base que le había aplicado la maquilladora del canal. La tensión subió cuando el asistente de dirección pidió silencio y se encendió la luz roja de las cámaras. Sintió el
trac
de todos los primerizos y contestó la primera pregunta de Grondona con pausas largas y vacilaciones. Siguiendo la línea del reportaje a
Clarín
acusó a Cavallo de querer involucrarlo en el crimen de Cabezas y de haberlo presentado ante la sociedad como un mafioso, para tapar los negociados del Banco Nación y de la aduana paralela, que involucraban a dilectos amigos del Ministro, a quien ahora llamó "gestor encubierto". Como había ocurrido con la entrevista del matutino, trastabilló cuando tuvo que referirse a la composición de sus empresas y los vínculos con Bridees y Dinamarca, y se mostró seguro y hábil al relatar desde su ángulo la cena en Blanc, Bleu, Rouge, donde su enemigo le había propuesto dividir el mercado postal.

Pero incurrió en algunas contradicciones: en un bloque dijo que estaba alejado del tema del Correo y en el siguiente afirmó que daría pelea si se incluía la "cláusula anti-Yabrán". También se le escapó una indiscreción, al revelar que el cardenal Raúl Primatesta le había pedido que escuchara la propuesta que pretendía hacerle Cavallo. El arzobispo de Córdoba, presidente de la influyente Pastoral Social de la Iglesia, guardó un silencio de radio. Días después tuvo que salir su pariente Hugo Franco a decir que él había sido el emisario. En su primera aparición televisiva, Don Alfredo se mostró bastante modesto a la hora de calcular su fortuna: dijo que apenas ascendía a cuatrocientos millones de dólares.

Una vasta audiencia siguió fascinada la presencia del hombre que afirmó sentirse como Al Capone, gracias a una película que tenía como guionista y director al ex Ministro de Economía. La cámara se regodeó en la sonrisa impostada y los ojos gélidos. No siempre, pensaron muchos, se ve por la tele un Padrino de verdad. En los intervalos, los periodistas presentes en el
set
le tiraron algunas preguntas, que respondió con la amabilidad del viejo vendedor, exhumada para la ofensiva. Y mostró la hilacha al preguntarles como si fueran párvulos: "¿Ustedes no me tienen miedo, verdad?". Le contestó el silencio.

Pocos días después, Menem declaró por radio que la Comisión Anti Mafia que planeaba Diputados no podía estar dirigida "a una determinada persona" y que debía ampliar sus alcances. En un almuerzo con Mirtha Legrand fue más lejos: "Si es dueño de medio país es una cuestión de él". El Presidente buscaba debilitar la investigación parlamentaria sobre Yabrán y extenderla, de paso, a otros ilícitos contra el Estado, como los del Banco Nación o la aduana paralela, que echaban sombras sobre el odiado Cavallo. En un tour judicial que llegaría a sumar cincuenta procesos y cumpliendo la profecía presidencial, el ex Ministro había empezado a recorrer juzgados. Duhalde salió a contradecir al Presidente, afirmando que la Comisión Anti Mafia tenía que concentrarse "en las empresas de Alfredo Yabrán".

Debió de tratarse de una cábala, porque volvió a presentarse en el Congreso con su traje celeste. La vida imita al arte y el comparendo pareció recrear la escena de
El Padrino II,
en la que Al Pacino enfrenta a la comisión del Senado norteamericano: el viejo salón encolumnado, con su
boiserie
y sus óleos oscuros heridos por los flashes y los faroles de la televisión; Don Alfredo y su inseparable vocero estaban sentados ante un escritorio oficinesco, rodeados de largas mesas donde se acodaban los legisladores de la Comisión de Inteligencia, detrás de los cuales se arracimaba una concurrencia de doscientas personas, entre parlamentarios y periodistas. Allí estuvieron siete horas. Como Cavallo en el '95, sin levantarse para ir al baño.

Yabrán logró mantenerse sereno durante un buen rato, pero al final sudó, literalmente, la gota gorda. Hubo muchos, demasiados, "no sé", "no recuerdo", "no podría especificarle ahora" y ni siquiera pudo responder acerca de la cantidad de correspondencia que distribuía OCASA, la empresa que siempre reconoció como propia y de la que dijo conservar, en ese momento, apenas "un 10 por ciento de las acciones". Su negativa a contestar fue apoyada por el presidente de la Comisión, Toma, que le tiró el cable de mandarla después, por escrito. La diputada frepasista de Mendoza que había formulado la pregunta, Cristina Zucardi, se indignó con el empresario y con Toma y dijo en voz bien alta: "Es en ese tipo de negocios en el que se puede lavar dinero". El empresario que había dejado de ser invisible, aunque no enigmático, tuvo algunos rasgos de humor que provocaron risas en la sala. El "bicho" Cavallo pasó ahora a ser un "personaje aceitoso" en boca de Yabrán, quien se calificó a sí mismo como "un humilde cartero".

Su momento más difícil fue cuando negó vínculos con EDCADASSA, Intercargo e Interbaires y los diputados del FREPASO Juan Pablo Cafiero y Darío Alessandro hicieron escuchar una cinta magnetofónica donde se podía oír la voz de Henry Kissinger admitiendo que había realizado un trabajo para "una empresa subsidiaria de Yabrán". El aludido atribuyó a su mal inglés el brindar una respuesta que no satisfizo. Y luego contraatacó con furia: "A mí me parece que está muy mal informado el diputado (Juan Pablo Cafiero) porque su papá me conoce muy bien: me ha invitado más de una vez a su casa privada de gobernador en La Plata, tratándome como a un hombre exitoso". A pocos metros de distancia, el senador Antonio Cafiero se levantó gritando: "Usted es un mentiroso, no puede decir eso". Mirándolo a los ojos, Don Alfredo insistió con la presunta invitación a La Plata. "Espero que él me desmienta y, si hace falta, traeré los testigos y hablaré de los negocios que él me propuso". Antes de levantarse a contestarle, Cafiero musitó por lo bajo: "¡Pero qué hijo de puta!". Y dijo en voz alta: "Si alguna duda tenía acerca de su responsabilidad moral, me la he sacado y para siempre; el señor Yabrán es un mentiroso". La frase fue premiada con un aplauso cerrado. "¡Yo no miento!", vociferó Don Alfredo, fuera de sí, mientras todos gritaban a la vez.
Juanpi
Cafiero le tiró entonces una estocada con el dudoso suicidio del brigadier Echegoyen y mientras Yabrán crispaba los puños, el presidente Toma cortó el alboroto dando paso a otro legislador.

El resultado de la audiencia parlamentaria fue negativo para el
Cartero.
Ese mismo día se aprobó la creación de la Comisión Anti Mafia. Y aunque sus trabajos quedaron finalmente en la nada por obra y gracia del oficialismo, en ese momento contribuyó a tomar más denso el frente de tormenta que se cernía sobre el
Amarillo.

Cuando la historia de los
Pepitos
empezó a desinflarse, asumiendo las proporciones de un verdadero papelón, el Gobernador recibió un inesperado balón de oxígeno. Lo fue a ver el senador provincial Carlos Martínez, que militaba en la Liga Federal de Pierri, y le dijo que un empresario amigo suyo conocía a los autores materiales del crimen de Cabezas. El hombre estaba dispuesto a conversar, pero de manera confidencial, porque estaba muy asustado. Según Duhalde le diría después al periodista de
Página/12,
recibió al empresario en su quinta Santo Tomás en San Vicente, el día que jugaba Argentina contra Bolivia, y grabó su relato en un video, que aún conserva, para presentarlo al juez Macchi cuando el hombre pierda el susto y se anime a cobrar la recompensa. (Esto lo afirmó en mayo de 1998; en junio de 1999 no lo había hecho aún, al menos de manera pública y notoria.) El empresario en cuestión habría revelado entonces que los
Horneros
y el policía Gustavo Prellezo secuestraron a Cabezas para "apretarlo" por orden de Alfredo Yabrán.

Hay versiones distintas. En una declaración a radio Mitre, el jueves 17 de abril, Martínez reveló que se había enterado de quiénes eran los sospechosos del barrio platense de Los Hornos en una reunión de la Comisión Bicameral,
realizada en febrero de ese mismo año,
a la que concurrió el comisario Arturo del Guasta. Martínez prestó atención por una razón muy sencilla: los cuatro ladrones militaban como él en la Liga Federal, que conducía Alberto Pierri. Y uno de ellos, José Luis Auge, a quien luego definiría como "un buen muchacho, albañil, levantador de pedidos de galletitas", había participado "en innumerables actos" junto al senador. Es extraño que, habiéndose enterado en febrero, recién le hubiera llevado los datos al Gobernador en Semana Santa. Lo que no es extraño es que se haya enterado en febrero, porque a comienzos de ese mes, la Policía Bonaerense ya estaba haciendo inteligencia sobre Prellezo y los
Horneros.
El 6 de febrero, el comisario Del Guasta había colocado a Prellezo bajo la lupa, junto con los policías de la zona que embarraron el primer tramo de la instrucción. Cuatro días más tarde, el oficial era declarado en estado de "disponibilidad". Cuarenta y ocho horas después, el 12 de febrero, la Dirección de Narcotráfico de la Bonaerense realizó un espectacular procedimiento en el barrio de Los Hornos donde detuvo a los cuatro lúmpenes que luego serían procesados por el crimen de Cabezas: José Luis Auge, Gustavo González, Horacio Anselmo Braga y Héctor Retana. El espectacular operativo tuvo, aparentemente, un magro rédito: les secuestraron nueve gramos de cocaína y cuarenta y cinco gramos de marihuana. A las cuarenta y ocho horas los cuatro jóvenes estaban en libertad. La droga era una excusa: habían empezado a hacer inteligencia sobre ellos. El 17 de febrero los informes estuvieron sobre el escritorio del comisario Del Guasta. Los investigadores habían establecido un nexo: el
Hornero
José Luis Auge era amigo de la infancia del oficial Prellezo. La banda iba a Pinamar a chorear, apadrinada por Prellezo y el cafishio Camaratta que, en las temporadas, solía traer chicas de Mar del Plata.

El 13 de abril,
Clarín
publicó una versión parecida a la que brindaría el Gobernador, pero con ciertos agregados que permiten llegar a una conclusión importante: no hubo una sola reunión en San Vicente por el tema de los
Horneros
sino, por lo menos, tres. No hubo un solo video, sino dos. Según el matutino, el comerciante en cuestión tenía un empleado que le hacía changas y los domingos era barrabrava en Estudiantes de La Plata. El barrabrava, a su vez, era amigo de otro muchacho, que tenía problemas con la droga y presuntamente estaba enfermo de SIDA, que se llamaba Héctor Retana. Este le habría contado, asustado, que había participado del secuestro y el asesinato de Cabezas. Duhalde —según este relato— se interesó mucho y le pidió al comerciante que lo fuera a ver con el barrabrava que le había hecho semejante comentario. El tema sería manejado en estricto secreto. La reunión se concretó y el muchacho, cohibido ante la presencia del Gobernador ante quien aclaró que "no buscaba ninguna recompensa", repitió la historia. Su narración fue disimuladamente grabada por una cámara oculta de video en el jardín de invierno. Duhalde quedó convencido. Ahora sólo faltaba que Retana aceptara hablar. Entonces, según relató Diego Tonnelier en
Clarín,
se planeó el Operativo Seducción, que se concretó el 2 de abril, cuando el comerciante, su empleado barrabrava y Retana traspusieron el portón de la quinta de San Vicente. Retana había ido engañado. Cuando se vio frente al Gobernador en persona, empezó a temblar como una hoja. Pero Duhalde lo trató de manera amable y paternal. Comieron asado, vieron el partido de Argentina contra Bolivia y luego, en el jardín de invierno, fueron a los bifes. Para desarmar las defensas del lumpen, Duhalde le recordó que había prometido conmutar las penas de los partícipes secundarios, se le aseguraría una condena más benigna y absolutas seguridades para su familia. Retana, según esta versión, fue seducido y empezó a desembuchar: Prellezo los había llevado a Pinamar para "apretar" a Cabezas. Los habían alojado en un departamento de Valeria del Mar, alquilado por el oficial Sergio Camaratta. Prellezo asesinó al fotógrafo y les dijo a ellos: "Tuvimos que matarlo porque reconoció al otro boludo". (Se presume que el "otro boludo" era Sergio Camaratta.) Esta versión se originó, paradójicamente, en medios duhaldistas que después la desmintieron.

El 5 de abril, Duhalde llegó a Dolores con el pretexto de participar en la Fiesta Nacional de la Guitarra. Los medios lo retrataron, con un vistoso poncho, recorriendo a caballo las calles de la ciudad. El Gobernador se alojó en la estancia Dos Talas, a pocos kilómetros de la ciudad, y allí mantuvo una entrevista reservada con el juez Macchi, donde el mandatario devenido investigador le pasó los datos sobre los
Horneros
al magistrado. El contenido del diálogo se mantuvo en estricta reserva y sólo trascendió que le habría entregado pruebas sobre otros posibles autores del homicidio. En una conferencia de prensa restó importancia a su participación en la causa, pero se lo veía radiante. Montado en su cabalgadura, como el rey Arturo, blandió hacia arriba la espada mitológica: "Aquí no termina todo, todavía queda el filo del Excalibur".

Cuatro días más tarde, Retana iba formalmente preso, igual que Prellezo, detenido cuando estaba por entregarse en el tribunal de Dolores. El 10 cayó Gustavo González. El 19 se entregó José Luis Auge; el 26, Horacio Braga, el más comprometido. En los intervalos hubo frecuentes encuentros de su abogado defensor, Fernando Burlando, con el Gobernador, a quien el defensor le reconoció una cintura admirable. Burlando era joven, alto, elegante, caro y lucía un apellido premonitorio. Tenía una excelente relación con el
Tano
Piotti y la Policía Bonaerense y dos demandas en su contra por extorsión en el juzgado federal de Claudio Bonadío. Es el primer abogado de la Tierra que aconsejó a sus defendidos que se autoincriminasen y, no contento con sus primeras confesiones, promovió nuevas declaraciones donde se autoacusaban con mayor fervor. Cuando los periodistas le preguntaron la razón, contestó con patriotismo: "Nosotros queremos que se llegue a la verdad, no importa cuáles sean las consecuencias para mis defendidos". Hasta ahora nadie sabe quién abona sus costosos honorarios. Los familiares de los
Horneros
dijeron que ellos no son. Sin embargo, a pesar de su indiscutible habilidad, Burlando no logró que los cuatro dijeran lo mismo. Sus contradicciones enmarañaron el expediente y pusieron en entredicho la historia oficial: cuatro "malandras" (como los llamó Fogelman) que iban a participar en una paliza que terminó en un crimen, cometido por Prellezo.

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