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Authors: James Lowder

Cruzada (3 page)

BOOK: Cruzada
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El hechicero real asintió lentamente a las palabras de Winefiddle, y ocupó su puesto en el tablero de ajedrez al otro lado del sabio canoso.

—¿Sabéis?, el cura tiene razón —afirmó—. Tuvisteis mucha suerte de que no os devorara alguno de aquellos monstruos a los que no dejabais de incordiar.

—Hicimos mucho más que incordiar criaturas —protestó Azoun, molesto por el comentario, que interpretó como una crítica—. Los Hombres del Rey hicieron unas cuantas cosas buenas en el poco tiempo que corrieron por esos mundos olvidados. —El rey hizo una pausa, como si retara a cualquiera de los presentes a disentir, aunque sabía que a ninguno de sus amigos se le ocurriría hacerlo—. ¿Os acordáis de la caravana que salvamos de los gigantes de las colinas en las montañas al oeste de aquí? ¿Y de los niños que rescatamos de los zombis que atacaron aquella granja en las afueras de Tyrluk?

—Fueron muy buenas aventuras, ¿no es así, Azoun? —dijo el hechicero con un tono que tenía muy poco de pregunta.

Azoun advirtió el cebo del hechicero y respondió a la verdadera pregunta de Vangerdahast.

—Lo fueron, Vangy… Pero no creo que la cruzada tenga nada de aventura, y desde luego no es por eso que la organizo.

—¿Estás seguro? —preguntó el hechicero en voz baja.

Esta vez Azoun no contestó, y reanudó su paseo. Vangerdahast permaneció sentado, repicando con los dedos sobre el tablero de ajedrez mientras Dimswart y Winefiddle intercambiaban una mirada de preocupación. Entonces el cura abrió los ojos bien grandes y se levantó de un salto.

—¡El mensaje! —gritó—. ¡Casi lo había olvidado!

Winefiddle comenzó a rebuscar en el interior de su bolsa con mucho ruido—. Me lo dio uno de los pajes cuando vio que venía a la torre. —Las botellas de vino tintinearon, los papeles y pergaminos crujieron y las monedas sueltas sonaron como guijarros al chocar contra todo lo demás en la bolsa de arpillera—. ¡Aquí está! —exclamó por fin.

El rollo de pergamino que Winefiddle sostenía en alto estaba un poco arrugado, pero Azoun alcanzó a ver que era un mensaje importante aun desde el otro lado de la habitación. Unas cintas rojas y negras, sujetas con un grueso sello de lacre, colgaban del rollo. Vangerdahast arrebató la carta de las manos del cura y se la entregó al rey.

El monarca miró el sello. Tenía grabado un ave fénix con un martillo entre las garras, lo que indicaba que el mensaje lo enviaba Torg mac Cei, un rey enano de las Montañas Tierra Rápida. Después de recitar con los ojos cerrados una plegaria a Torm, dios del deber, Azoun rompió el lacre y leyó la carta.

Azoun suspiró mientras su mirada corría por la página. Por un momento apareció en su rostro una sonrisa fugaz. El rey alcanzó el pergamino a Vangerdahast y se dirigió a la trampilla.

—Perdonadme, amigos míos —dijo—. Tengo que ponerme en contacto inmediatamente con algunas personas importantes. —Mientras comenzaba a bajar los peldaños, añadió—: Ya volveremos a vernos, Dimswart, Winefiddle. —Sonrió por un instante y miró al atónito hechicero real—. Tú y yo tenemos que hablar, Vangy. Necesito tu consejo sobre cómo conseguir una flota muy numerosa.

El hechicero, el sabio y el clérigo observaron estupefactos cómo el rey bajaba la escalera a toda prisa. En cuanto dejaron de escuchar las pisadas de Azoun, Vangerdahast desenrolló el pergamino.

—Es del rey Torg, de Tierra Rápida —informó a los demás, que se apresuraron a ponerse a su lado.

—Supongo que es una carta referente a la cruzada —dijo Dimswart—. Creo saber lo que dice.

—Pues yo no —protestó Winefiddle, mientras hacía girar entre sus dedos el símbolo sagrado—. Por favor, léela en voz alta, Vangerdahast.

—No —murmuró el hechicero, que le entregó la carta al clérigo—. Léela. Es muy breve.

Winefiddle echó una ojeada a las runas del lenguaje enano en la cabecera del pergamino, y, después de saltarse la larga lista de los títulos y la genealogía de Torg, llegó al texto que le interesaba. Vangerdahast no había mentido. Era breve y estaba escrito con una letra muy cuidada.

He consultado a nuestro consejo de guerra sobre los jinetes bárbaros, comenzaba la carta. Teníais toda la razón en vuestro análisis de la situación. Por lo tanto, prometo, como señor de Tierra Rápida, liderar a dos mil soldados enanos detrás de vuestro pabellón contra los tuiganos. También cuento en mi ciudad con un brillante general humano que participará en el conflicto. Esperaremos vuestra presencia para iniciar la cruzada.

Winefiddle hizo una pausa, y un temblor sacudió su corpachón cuando vio las líneas finales del mensaje:

Mis tropas y yo sacrificaremos con gusto nuestras vidas hasta el último soldado para detener la invasión. Sé que vos y vuestras tropas haréis lo mismo.

El clérigo ofreció el pergamino a Dimswart, que lo rechazó con un ademán mientras volvía a su asiento junto al tablero de ajedrez.

—Torg ofrece sus tropas en apoyo de la cruzada —manifestó el sabio—. Se adivinaba por la expresión de Azoun al leer el mensaje. —Dimswart cogió el rey blanco del tablero y lo miró atentamente—. A aquellos de nosotros que piensan que la cruzada es una buena idea sólo les queda esperar ahora a que los otros reyes y señores sigan el ejemplo de Torg.

—Azoun es un hombre muy persuasivo —señaló Vangerdahast, con un tono casi de pesar—. Los líderes de Faerun harán lo que él sugiera.

Dimswart y Winefiddle miraron al mismo tiempo al hechicero real, de pie junto a la ventana donde Azoun había estado antes, contemplando a Suzail.

—La pregunta ya no es: ¿Azoun dirigirá la cruzada contra los tuiganos? —añadió el hechicero que se dio la vuelta para mirar a los dos amigos del rey, que vieron la tristeza reflejada en sus ojos—. Suzail lo pagará muy caro. Azoun no sabe lo que una guerra de verdad representa para la gente. —El mago volvió a suspirar enfadado y miró otra vez a través de la ventana—. Y subestima la oposición de los tramperos. No —añadió después de una breve pausa—, la cruzada seguirá adelante. La pregunta que corresponde ahora es: ¿podrá Azoun pagar el precio por pelear esta guerra?

2
El consejo de Suzail

El rey Azoun tuvo muchos más problemas para reclutar apoyo para la cruzada, al menos inicialmente, de los que había predicho Vangerdahast aquel día en la torre. No fue que la persuasión del monarca no resultara tan eficaz como afirmaba el hechicero real. Azoun y su esposa, la reina Filfaeril, habían pasado gran parte del invierno en consultas con sus nobles y vecinos; la mayoría de los gobernantes consideraba que un ataque preventivo contra los tuiganos era vital para preservar sus países, sus culturas y, lo más importante, sus tesoros.

Sin embargo, en política el apoyo de palabra y el apoyo real muchas veces no son la misma cosa. A medida que se acercaba la hora de pasar a la acción, muy pocos se mostraron dispuestos a cumplir la promesa de poner tropas al mando de Azoun. El motivo para este cambio de postura era sencillo: tenían miedo a una revuelta popular.

Como sucedía en Cormyr, algunos gremios de las Tierras Centrales se oponían a cualquier cruzada. Los gremios representaban una parte importante del comercio e incluso de la vida diaria de Faerun. Cada oficio, ladrones, herreros, leñadores, tenía su gremio, y para convertirse en un miembro leal y acreditado de cualquier profesión había que afiliarse al gremio correspondiente. De esta manera, los gremios fijaban las normas de producción, y los precios se mantenían razonables. Los gremios también representaban a sus afiliados ante los gobiernos, proveían los fondos de pensiones, y hasta cuidaban de las viudas y huérfanos de los agremiados fallecidos.

No todos los gremios estaban en contra de la cruzada. Aquellos dedicados a la fabricación de armaduras, flechas, arcos y espadas esperaban ganar con la guerra. Incluso los transportistas y los armadores veían una ganancia inmediata con la expedición contra los tuiganos. En cambio, otros comerciantes y mercaderes tenían muy poco que ganar: los tramperos que trabajaban en la espesura de las Tierras Centrales; los curtidores que hacían el cuero con las pieles de los animales; incluso los carniceros, que sufrirían una merma en sus actividades porque el ejército mataría las reses, sabían que les tocaría pagar más impuestos.

Para contrarrestar el temor a la oposición de los gremios a la cruzada, Azoun mantuvo conferencias con aquellos señores que podía visitar personalmente, y trató a través de mensajeros y comunicaciones mágicas con aquellos que vivían mucho más lejos. Alentó a los líderes para que explicaran el tema de los tuiganos a sus pueblos, y les permitió que comentaran la propuesta de una cruzada fuera de las restricciones de la política gremial. Resultó una sorpresa ver que sólo una minoría estaba en contra de la aventura; la mayoría de la gente se manifestó a favor de un ataque preventivo contra los bárbaros.

Al apaciguar los temores de los nobles a una insurrección popular, el rey consiguió las tropas prometidas durante el invierno. Con la promesa del apoyo de los enanos, Azoun logró que otros señores abandonaran sus reticencias y decidieran enviar sus soldados. Su ascendiente le ganó más aliados. Por fin, después de lo que pareció una interminable serie de pequeñas conferencias, el rey convocó a todos los líderes que apoyaban su causa.

—Si convenzo a Los Valles y a Sembia para que me den tropas —manifestó el rey mientras se arreglaba la túnica de ceremonias—, detendré al Khahan antes de que salga de Thesk. —Hizo una pausa y añadió—: Ojalá la reina asistiera a la reunión de hoy. Pero otros asuntos de estado reclaman que al menos uno de nosotros esté presente en la corte.

—No olvides recordarles el apoyo prometido por el Señor de Hierro —comentó Vangerdahast con aire ausente, desde la mesa cubierta con pergaminos. El hechicero se frotó los ojos, y dejó a un lado la carta que leía—. Los señores de Aguas Profundas envían sus saludos.

—¿No envían un representante a la reunión? —preguntó Azoun, sorprendido. La estridencia de su voz quedó amortiguada por los tapices que cubrían las frías paredes de piedra del estudio.

—Están demasiado ocupados con la administración de la «Ciudad de los Esplendores». —Vangerdahast sacudió la cabeza—. No, eso no es justo. Dejan constancia. —Recogió el pergamino y leyó en voz alta un párrafo—: «Aunque admitimos la importancia de aplastar la incursión tuigana, consideramos como una medida prudente de nuestra parte no comprometer a ninguna de nuestras fuerzas en este momento».

—En realidad no los culpo —señaló el rey—. Perdieron una buena parte de los guardias de la ciudad durante la guerra de los dioses.

—Si Cormyr hubiese sido atacada por una tropa de criaturas procedentes del reino de los muertos —opinó el hechicero—, un grupo de invasores al otro lado del continente no sería un tema prioritario.

—Los dioses salvan a los hombres de algunos desastres sólo para lanzarlos en medio de otros. —El rey abrió un cofre de madera oscura y sacó la espada de ceremonias—.¿No es lo que dice el refrán?

El fuerte olor de la resina del pino escapó del cofre abierto. Azoun inhaló con fuerza la fragancia, que le recordaba los bosques. Cerró los ojos por un momento y dejó que la tensión fluyera de los músculos del cuello, después de los brazos y por último de la espalda. Cuando abrió los ojos, vio que Vangerdahast lo observaba curioso.

—¿Nervioso?

—Esta es una reunión muy importante, Vangy. Puedo salvar centenares, quizá miles de vidas si logro… perdón, si logramos persuadir a esa gente de nuestros planes.

—Azoun, la cruzada es una idea tuya no mía.

—Conozco tu opinión, Vangy —replicó el rey, con una cálida sonrisa—. No crees que valga la pena atacar al Khahan, pero tu ayuda ha sido preciosa en estos últimos diez días. Unos cuantos nobles de Los Valles están aquí sólo por ti. Agradezco tu ayuda.

—Te equivocas en una cosa, Azoun. Creo que la campaña para frenar a los tuiganos es necesaria. El Khahan es un salvaje sediento de sangre dispuesto a destruir todo lo que pueda en el menor tiempo posible. La aterradora anciana que representa a Rashemen en la reunión me convenció de ello.

Azoun lo miró con asombro.

—Si aceptas que la cruzada es necesaria, ¿por qué no estás de acuerdo con mis planes?

—Porque pienso que no eres la persona adecuada para dirigir los ejércitos. —El hechicero levantó una mano para acallar a Azoun antes de que éste abriera la boca—. No porque te considere incapaz de mandar a las tropas o de tomar las decisiones correctas… pero es que no acabo de ver claro si comprendes en qué te vas a meter.

Una expresión de extrañeza reemplazó a la sorpresa en el rostro del rey.

—Entonces ¿por qué me ayudas, Vangy? —preguntó el monarca.

—Por encima de todo, soy tu siervo. —El hechicero agachó la cabeza en señal de respeto.

—¿No eres mi amigo?

Vangerdahast demoró la respuesta mientras recogía los pergaminos y documentos dispersos por la mesa. Después miró al rey.

—Sí, también tu amigo. —El hechicero acomodó los papeles—. Pero en el asunto de la cruzada te seré más útil como siervo de la corona.

—¿Y por qué es así? —quiso saber Azoun. Se abrochó la vaina recamada a la cintura.

—Como tu más obediente súbdito, organizaré la cruzada. —El hechicero metió los pergaminos en una bolsa de cuero vieja. Tardó unos segundos que aprovechó para pensar en el resto de la respuesta—. Como amigo tuyo, intentaré evitar que cometas lo que considero un error muy grave.

—No entiendo cómo eres capaz de separar tus lealtades —protestó Azoun—. Sólo hago aquello que considero correcto. Y lo que es correcto siempre es correcto. La situación no tiene nada que ver.

El enfado nubló la expresión del hechicero. Dejó caer la bolsa sobre la mesa, para después acercarse al rey en un abrir y cerrar de ojos y quitarle la espada de ceremonia de la vaina.

—Azoun, has participado en combates pero nunca en una guerra. Lanzarte a la carga contra un ogro por tu cuenta y riesgo no es lo mismo que liderar a miles de hombres en un campo de batalla. —El hechicero blandió la espada y dio varios golpes al aire—. Y te has acostumbrado más a las espadas de ceremonia que a las auténticas.

El rey se sorprendió más por el tono de enfado del hechicero que por sus acciones. Recuperó el sable de las manos de su amigo y lo envainó.

—Sé mucho más del arte de la guerra que tú, Vangy. Me he enfrentado a enemigos formidables, criaturas que podían matarme de un solo golpe. Quizá…

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