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Authors: Anna Jansson

Tags: #Intriga, Policíaca

Atrapado en un sueño (29 page)

BOOK: Atrapado en un sueño
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Cuando Maria volvió a salir al exterior se sintió de buen humor. El día de San Juan se había presentado con un tiempo deslumbrantemente bello, los niños estaban con sus abuelos en Upsala y Erika se había esfumado a Ljugarn con Anders Ahlström. Esta vez parecía en serio. Maria deseó por el bien de Erika que la relación durara y que no cayera de nuevo en la decepción. Había empezado a adoptar una actitud enormemente arisca con los hombres, lo cual no le sentaba bien en absoluto. Tomas Hartman se había marchado a Martebo a una reunión familiar. Cuando Maria llamó a Jesper Ek para preguntarle si le apetecía que hicieran algo, se enteró de que este se disponía a irse de pesca. Con Per Arvidsson. Obviamente, Maria era muy bienvenida.

—Prefiero clavarme agujas en los ojos —contestó a Ek, quien reconoció que se esperaba una respuesta por el estilo, pese a lo cual añadió que, si cambiaba de opinión, había sitio para ella en el barco.

—Aunque, claro, es probable que el agua se congele con vuestras gélidas miradas. ¿No puedes intentar perdonarle, Maria? Se arrepiente a muerte. Parte el corazón verle. Haría cualquier cosa por dar marcha atrás en el tiempo y no volver a cometer ese error. ¿Sabes lo que me costó convencerle para que dejara el trabajo un par de horas? Me dijo que me acompañaría a pescar, pero con la condición de hablar del trabajo. Está completamente obsesionado por pillar a los que te atacaron. Lo está dando todo, Maria.

—¡Qué bien! Os deseo entonces mucha suerte con la pesca.

—Maria… —insistió Jesper con voz suplicante.

—No, ya he tenido suficiente. No pienso ni siquiera discutirlo.

Tras finalizar la conversación no podía concentrarse. Sus sentimientos por Per se habían enturbiado durante todo ese largo período en que no recibía nada a cambio, cuando esperaba y anhelaba y solo cosechaba irritación y constantes cambios de planes. ¿Qué es lo que le había dicho Jonatan Eriksson? Que uno en ocasiones se contentaba con migajas por creer que no se merecía más que eso. No es lo mismo que volverse un amargado, pensó. El hecho de decir que no antes de que te humillen y hastíen tanto que llegues a convertirte en una persona dura y ruin es una cuestión de pura y simple autoestima. Pero, y el resto de su vida… ¿en quién iba a pensar y añorar ahora? Sentía un vacío tan terrorífico…

Maria regresó a la jefatura y dio cuenta de sus pesquisas. Había aceptado los turnos extra de patrulla durante las fiestas de San Juan, por una parte, para evitar estar sola y, por la otra, porque no soportaba que la investigación del asesinato se viera retrasada por varios días feriados. Cuanto más tiempo transcurre, más se deteriora el recuerdo de los testigos. Su relato de los hechos se ve afectado por las conversaciones que hayan podido mantener entre ellos o la lectura de algún elemento nuevo en el periódico. El cerebro tiende al orden y a la concomitancia, ajustándose inconscientemente para hallar sentidos y contextos.

Maria repasó una y otra vez el material acumulado sobre los asesinatos de Linn Bogren y Harry Molin, interrumpiendo su labor únicamente para llenar de vez en cuando su taza de café caliente conforme se iba enfriando. Llamó a Claes a fin de comprobar un par de detalles. Los zapatos que había entregado resultaron coincidir con las huellas encontradas, según lo previsto. Llamó a la sastrería de la ciudad para unas precisiones en torno a Harry y el traje que se había mandado confeccionar, y luego volvió a comunicarse con Claes para preguntarle cómo se encontraba. Cuando este vio que realmente Maria se interesaba por él, se vio abrumado por un sentimiento combinado de dolor, ira y culpa manifestado mediante un torrente de palabras en apariencia inagotable.

—¿Hay algo más de lo que quiera conversar? —preguntó Maria, incapaz de dejarlo en el estado en que se hallaba—. ¿Tiene a alguien que le pueda hacer compañía en casa?

—Si se refiere a la mujer con la que me veía en Gotemburgo, hemos terminado. Para siempre. No tengo la más mínima intención de volver a verla. Ni siquiera soy capaz de explicarme cómo pudo pasar. Acabamos en su casa después de estar en el bar celebrando que había pisado tierra firme. Me quedé durante la noche. No siento nada por ella, pero me llamaba constantemente para que nos viéramos, y yo, cómo decirle, no era capaz de defraudar sus expectativas. ¿Me entiende? Tras haber ocurrido una vez, no pensé que pudiera sentir más culpa si pasaba de nuevo. Ya estaba destrozado lo que había entre Linn y yo, lo que nos habíamos prometido ya se había roto. No creí que pudiera ir a peor, pero me equivoqué. Si hubiera vuelto a casa directamente… No tengo a nadie con quien hablar porque no quiero que nadie sepa esto. Ni una sola persona.

—No obstante, está viviendo ahora en casa de su hermano, ¿verdad?

—Sí, pero nunca hemos podido conversar. Es mucho mayor y siempre sabe cómo tienen que ser las cosas. A pesar de ello tener algún sitio adonde ir ha sido todo un alivio. No podría volver a vivir jamás en nuestra casa. Ha dejado de ser un lugar donde me sienta seguro.

—Una última pregunta. ¿Solía Linn llamar a números de tarot?

—Lo hizo varias veces cuando nos conocimos. Al preguntarle sobre el motivo, me dijo que podía resultar útil recibir apoyo cuando uno se encuentra ante encrucijadas en la vida.

Cuando Maria abandonó la comisaría horas más tarde, el sol se encontraba bajo pero el aire permanecía caliente. Respiró hondo y se estiró. Probablemente había estado demasiado tiempo encogida como un caracol frente al ordenador, porque la espalda la tenía entumecida. Justo en la entrada principal había un niño de unos diez u once años que parecía perdido. Maria se acercó a él y le preguntó lo que buscaba.

—Quiero hablar con la policía que intentó salvar a Linus.

—Puede que se trate de mí —respondió Maria mirando con curiosidad al chaval, que pisoteaba el suelo con cierto nerviosismo y no apartaba la mirada de la cuesta.

—¿Te llamas Maria Wern? —preguntó con los ojos redondos y el rubor avanzando por sus pecosas mejillas. Sacudió entonces la cabeza para apartarse de la cara su flequillo moreno azabache y poder verla mejor—. ¿Eres tú de verdad?

—Sí, soy yo de verdad. —Era tan tierno en su apuro que Maria se echó a reír—. ¿Cómo te llamas?

—Oliver —respondió con un movimiento que delataba su leve incomodidad—. Hay una cosa que no le dije al otro policía que vino a mi casa. Una cosa que se me olvidó. No me dio ningún teléfono, así que no sabía cómo hablar con él otra vez. Además, prefiero no hablar con él. Quiero hablar contigo —señaló el pequeño con unos gestos cada vez más amplios e impaciencia en la voz.

—Si quieres podemos ir a mi despacho y hablar. No tengo prisa.

—No, no quiero ir allí.

—También podemos tomarnos un helado en el quiosco y ahí me cuentas. Creo que el policía con el que hablaste no trabaja hoy. Ya sabes que es fiesta. Apunto lo que me dices y le doy tu número de teléfono para que luego podáis hablar si tiene alguna duda. A mí me apetece también un helado —dijo Maria, sentándose ambos luego al sol. La inspectora se sacó del bolsillo papel y bolígrafo—. ¿Sabes cómo se llamaba el policía con el que hablaste?

—No, no me lo dijo. No tenía ni uniforme. Vino cuando estaba solo en casa y me dio un poquito de miedo —comentó Oliver lanzando una rápida mirada a Maria para acto seguido sumergirse de nuevo en el helado.

—¿Qué aspecto tenía? —insistió Maria, preguntándose si había sido el propio Hartman, Jesper Ek o Arvidsson quien había hablado con el chico. Pero su descripción de un hombre alto, muy delgado, con un gorro oscuro bajado, chaqueta de cuero y gafas de sol no se correspondía. El bigote pelirrojo de Arvidsson hubiera sido objeto del primer comentario del muchacho. Hartman no era en absoluto delgado y Ek no podía catalogarse precisamente como alto. A Haraldsson no se le ocurriría en la vida llevar un gorro en verano. Maria no acertaba a adivinar a quién se referiría el pequeño, pero dejó por el momento ese asunto para que pudiera contarle.

—El policía que vino a mi casa me preguntó si Linus conocía a un doctor que se llama Anders, Anders Ahlström, creo. Quería saber si Linus pensaba que era simpático, como una especie de papá. Y yo le dije que sí, que era su doctor preferido.

A Maria no le sorprendieron esas palabras, pero sí la pregunta.

—¿Te enseñó alguna identificación?

—No. Solo me dijo que era policía.

—¿Hay algo a lo que le hayas dado vueltas a la cabeza que me quieras contar? —le recordó Maria.

El helado de Oliver había empezado a gotear y el niño mordió la punta del cucurucho para luego taparla con el dedo índice.

—Linus me dijo una cosa, pero le prometí que no diría nada a nadie, porque le daba bastante vergüenza —señaló Oliver, haciendo luego una pausa a la espera de que le eximieran de su promesa de guardar el secreto.

—Estoy segura de que Linus querría que lo contaras si nos ayudara a pillar a los que le hicieron daño. ¿No crees?

—Sí —contestó Oliver con un gesto de alivio—. Vale. A Linus le costaba dormir porque tenía miedo, pero no se atrevía a decírselo a su padre porque se enfadaba y le decía que dejara de imaginarse cosas. Y que se callara y se durmiera. Y justo era eso lo que no podía hacer. Linus me dijo que había visto varias veces a través de su ventana a un tipo muy desagradable en la calle. Como un
nazgül
… ¿Sabes a lo que me refiero?

—¿Un malvado jinete negro, como en
El señor de los anillos
? ¿Un ser con un hábito oscuro? —preguntó Maria sintiendo cómo se le ponía toda la piel de gallina. ¿Se había difundido finalmente entre los medios lo del hombre vestido con hábito de monje?

—Sin cara. Súper mal rollo. Como todo negro, con ojos —aclaró Oliver con una mueca—. Linus le vio varias veces, una vez en el jardín, pero nunca se atrevió a contárselo a ningún adulto. Creo que ni a su doctor favorito y por supuesto a su madre tampoco, porque se pone histérica y quiere llevárselo al psicólogo de niños si le dice que es de verdad.

—¿Te ha hablado alguien más de
nazgül
o de hombres vestidos con sotanas, o lo has leído en algún sitio?

—He visto
El señor de los anillos
, si es lo que quieres decir. Oye… ¿tengo que hablar con el otro policía? Prefiero hablar contigo. No me gustó hablar con él. Sonreía todo el tiempo, pero tenía los ojos enfadados. No quiero volver a hablar con él.

—Como a mí también me atacaron no puedo ser el policía que investigue esto, pero voy a hablar con mi jefe. Se llama Tomas, y es muy listo y además buena persona. Creo que podrías hablar con él. Seguro que le interesa muchísimo lo que me acabas de contar. ¿Hay algo más que recuerdes del policía con el que charlaste? Me dijiste que llevaba gafas oscuras y una gorra negra. ¿Se quitó en algún momento las gafas de sol? Me has dicho que tenía los ojos enfadados…

Oliver dudó durante un momento.

—Se le podían ver los ojos por el cristal aunque eran oscuros. Parecían muy malos.

Capítulo 33

Maria Wern acompañó a Oliver hasta casa, bajando por la Smittens Backe en dirección a Stora Torget, la plaza principal de la ciudad. Pasaron junto a casetas con el mismo tipo de surtido que todos los demás mercados de baratijas que Maria conocía: camisetas serigrafiadas, alhajas de bronce y plata, chucherías y puestos donde te trenzaban el pelo con distintos colores, exactamente igual que en Canea o París. Solo algún que otro puesto exhibía una oferta local de moras típicas de Gocia, tés como el Guteblandning, mostaza isleña y gelatina de menta. Intentó en repetidas ocasiones contactar con Hartman por teléfono, pero probablemente el alboroto festivo impedía a este oír la señal. Sus intentos de comunicarse con Arvidsson y Ek también resultaron infructuosos.

—¿Alguno de tus padres está en casa? Me gustaría hablar con ellos.

Oliver asintió. Su madre le había dicho que tendrían invitados a cenar esa noche, por lo que debía llegar a casa a tiempo. Atravesaron la plaza y Oliver le abrió paso a través de las callejas hasta llegar a una pequeña casa pintada de blanco, con rosales trepadores a ambos lados de la puerta baja de color verde. El movimiento detrás de la cortina de encaje les puso al tanto de la presencia de alguien en la casa. Una mujer ataviada con un vestido veraniego les abrió la puerta de entrada. Tenía un abundante pelo rizado y andaba descalza. Mientras Maria se presentaba, la mujer aprovechó para calzarse sus zapatos de tacón alto.

—¿Podría entrar un momento? —preguntó Maria mostrando su placa.

—Tenemos invitados a punto de llegar —respondió la mujer, con aspecto molesto.

—No pretendo interrumpirla. Solo será un momento —reiteró Maria, que sabía exactamente cómo se siente uno minutos antes de recibir visita.

Se sentaron en el porche acristalado, que contaba con parras encaramadas al techo para proporcionar sombra cuando pegaba la luz del sol. Oliver se marchó a su habitación.

—En nuestra casa Linus era como un hijo. Estamos terriblemente afectados y conmocionados por lo sucedido. Podía haber sido Oliver al que hubieran agredido volviendo de casa de Linus. Los primeros días, Oliver se negó en redondo a hablar con nadie. Se pasó todo el tiempo a oscuras en su habitación gritándonos que dejáramos de mentir diciendo que Linus había muerto.

—Es difícil de entender… —intervino Maria y se aclaró la garganta, sintiendo acechar el llanto tras sus ojos. La voz se le volvió grumosa y espesa— que alguien con quien acabas de jugar simplemente haya muerto de repente.

—Y de un modo tan terrible —puntualizó la madre de Oliver. Se llevó la mano al cuello mientras sacudía la cabeza para quitarse el pelo del rostro—. Tenía miedo de que a Oliver le quedaran secuelas, por lo que exigí a la policía que viniera acompañada de un psicólogo infantil si querían interrogarlo, y cuando por fin encontraron a un profesional con experiencia en niños, mi hijo se negó a hablar con ella.

—Al venir Oliver a buscarme me contó que le había visitado un policía. ¿Estaba usted al corriente de ello?

—No, tiene que haber sido cuando no estábamos en casa. Ayer hicimos una rápida visita a nuestra casita de verano, pero Oliver se negó a acompañarnos. No ha mencionado nada al respecto. Si es cierto, mi enfado va a ser monumental. No es lo que acordamos con la policía…

—Le aseguro que comprobaré este asunto con mi superior y le mantendré informada.

—¿Qué quiere decir? —inquirió la madre de Oliver con gesto preocupado.

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