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Authors: Norman Spinrad

Tags: #Ciencia ficción

Agentes del caos (6 page)

BOOK: Agentes del caos
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—Procederemos a escuchar el informe del Agente Arkady Duntov, quien estuvo encargado de nuestra reciente operación en Marte —dijo Robert Ching—. Adelante, Hermano Duntov.

Arkady Duntov respiró hondo. Varios de los Agentes Principales podrían ser algo menores que él —como Hoover, Felipe, o Nagy—, pero se sentía frente a un cónclave de ancianos.

—Si, Primer Agente —comenzó, y su rostro ancho y eslavo tomó un tinte solemne y sombrío—. Con arreglo a mis órdenes, dejé mi tarea principal y me dirigí a Marte, donde me reuní con cinco Hermanos. Como habíamos planificado, caminamos tranquilamente por la calle sobre el nivel dos, cerca del Ministerio, en el momento en que el Coordinador debía comenzar su discurso. Después de comenzada la revuelta, cuando el agente de la Liga que pertenecía a la guardia personal de Khustov apuntó su arma contra el Coordinador, lo liquidamos. Luego nos dispersamos, y cuando se apaciguó la cacería de agentes de la Liga nos reagrupamos en nuestra nave en el desierto y yo regresé aquí a presentar el informe.

Aunque sabía que había cumplido con sus órdenes al pie de la letra, tenía la sensación de haber fallado en algo, y que esos hombres lo juzgarían de acuerdo con parámetros que jamás podría comprender.

—Bien —dijo Ching—. ¿Y qué hay de los agentes de la Liga? ¿Y de Boris Johnson?

—Fueron capturados nueve agentes de la Liga, Primer Agente. Johnson no se encontraba entre ellos. Como la Hegemonía no ha anunciado su captura, supongo que ha podido abandonar Marte.

—¡Ah! —exclamó Ching—. ¡Una victoria total para el Caos! Está muy bien que el Sr. Boris Johnson haya escapado. Más aún, si hubiera sido capturado, quizás hubiéramos tenido que intervenir en su favor. Es interesante, ¿no es cierto?, cómo la Liga Democrática, a pesar de sus recursos limitados, todavía logra sobrevivir de alguna manera…

—Bien podría ser simplemente una serie de Factores Fortuitos que los favorecen —sugirió un negro alto y delgado a quien Duntov sólo conocía como N'gana.

—Puede ser —respondió Robert Ching—. Pero sabemos que nuestra supervivencia depende de algo más que de una serie de Factores Fortuitos favorables, ¿no es cierto? Se requiere cierta planificación. Por ejemplo, ¿cómo fue posible para el Hermano Duntov y sus hombres esperar en Marte durante la persecución Hegemónica mientras que los agentes de la Liga tenían que huir o ser atrapados? Ambos grupos tenían documentos perfectos. Sin embargo, la Liga falsifica los documentos, mientras que nosotros falsificamos a la gente. Seis Protegidos desaparecen y son reemplazados por seis Hermanos, modificados, si fuese necesario, para ser sus duplicados exactos. Al usar papeles reales y personas falsas, no tenemos miedo de que los Custodios comparen los documentos con los registros. ¡La planificación, Hermano N'gana! Es una herejía atribuir el Reino del Caos a una mera cuestión de suerte.

—Bien dicho, Primer Agente —dijo N'gana—. Lo que quería señalar era que la Liga Democrática no parece ser demasiado pródiga en planes… ni en inteligencía, dicho sea de paso.

—No confundamos la ignorancia con la estupidez —dijo Ching—. Después de todo, los Protegidos de la Hegemonía son totalmente ignorantes del Camino del Caos, de la Ley de la Entropía Social. Y esto incluye a la Liga Democrática, por supuesto. No es su culpa que tengan que vagar por la oscuridad, sin saber el camino. Antes que reírnos de sus numerosos fracasos, deberíamos admirarnos de sus pocos éxitos, ya que, aunque avanzan a tientas, su causa es buena.

—Sus almas serán puras, pero se están transformando rápidamente en un Factor Predecible —dijo N'gana secamente.

Ching frunció el ceño, sacudió la cabeza y dijo:

—Quizá tengas razón. Pero no es el momento de tomar tales decisiones. Tenemos otro informe pendiente, y estoy seguro de que éste nos causará mucho placer.

Duntov, quien había estado escuchando cada vez más confundido toda la conversación, cuya mayor parte transcurría más allá de su comprensión, dio un paso hacía la puerta, pero Ching lo llamó.

—Hermano Duntov —le dijo—, has servido bien al Caos. Considero correcto que permanezcas aquí.

—Gracias, Primer Agente —respondió Duntov disciplinadamente. Se preguntó si realmente quería saber más acerca de la causa a la cual servía. ¿No era suficiente servir a una causa en la cual podía creerse, sin tratar de comprender lo incomprensible?

Ching oprimió un botón en la pequeña consola del intercomunicador instalada en la mesa. Una puerta se abrió, y entró un hombre anciano, pequeño y arrugado, que avanzó con pasos cortos y enérgicos.

Hubo un murmullo alrededor de la mesa.

—¿Schneeweiss? ¿Novedades del Proyecto?

Ching sonrió.

—Creo que todos los Agentes Principales conocen al Dr. Schneeweiss y viceversa. Dr. Schneeweiss, permítame que le presente al Hermano Arkady Duntov, un valiosísimo agente de campo.

—¿Usted… usted es el Dr. Richard Schneeweiss? —tartamudeó Duntov—. ¿El Dr. Schneeweiss? ¡La Hegemonía piensa que está muerto!

Schneeweiss se rió abruptamente.

—Una suposición bastante exagerada, como puede comprobar —respondió—. Estoy muy vivo y trabajando muy intensamente.

—¿Ha sido un Hermano desde el principio?

—No, hijo, —dijo Schneeweiss—. Desde el principio, no, Pero como físico, mi trabajo me llevó cada vez más a explorar ciertas áreas que llevan a la larga a un aumento de la Entropía Social. Cuando el Consejero Gorov, un hombre de lo más perspicaz, se dio cuenta de la dirección que tomaba mi trabajo informó al Consejo y este organismo canceló mi subsidio, a pesar de la oposición del mismo Gorov. EL próximo paso, sin duda, hubiera sido… éste… cancelarme a mí. En ese momento uno de mis ayudantes, un Hermano desde años atrás, tomó contacto conmigo. Se urdió mi «accidente»… y aquí me tiene.

—Vamos, doctor —interrumpió el que llamaban Smith, cuyos ojos de un azul puro e intenso contrastaban extrañamente con su cuerpo corpulento—. Puede charlar con el Hermano Duntov en otro momento. ¡Díganos qué ocurre con el Proyecto Prometeo!

—¡Así es, queremos un cuadro de situación!

—Muy bien, caballeros —dijo Schneeweiss—. Debo decirles que el trabajo teórico ha sido completado, los detalles técnicos más o menos aclarados, y que se está probando con éxito un modelo en este mismo momento. Es más: el trabajo preliminar sobre el Proyecto en sí está muy avanzado, y podemos suponer que el Proyecto Prometeo estará listo en un plazo de cuatro a seis meses.

—¡Solamente medio año!

—¡El fin del Orden se avecina!

Robert Ching se rió sin humor, y parecía que sus enormes ojos negros contemplaban un panorama vasto y místico que sólo él, de todos los hombres de la habitación, podía ver.

—Así es, mis Hermanos en el Caos —dijo Ching—. El Proyecto Prometeo ha dejado de ser un sueño para transformarse rápidamente en una realidad. Durante tres siglos hemos luchado contra el terrible Orden de la Hegemonía del Sol con el único aliciente de nuestro conocimiento de la gran obra de Markowitz. Durante trescientos años hemos mantenido nuestra fe en el triunfo inevitable del Caos. Y ahora, el principio del fin de la Hegemonía ha llegado. Dentro de seis meses, el trabajo de tres siglos dará sus frutos, y el reinado antinatural del Orden comenzará a resquebrajarse, aunque tarde décadas en desmoronarse del todo.

Y el Reinado del Caos resurgirá al fin.

Arkady Duntov tuvo la sensación de que, si presionaba a Ching o a Schneeweiss, se enteraría de cosas que estaban fuera de la imaginación de cualquier Protegido. Pero se retiró sin decir palabra. Había algunas cosas que quizá fuera mejor no saberlas. Era suficiente seguir a quienes sí las sabían. Era bueno seguir el Camino del Caos y tener fe en el triunfo de algo más grande que el Hombre. Pero era algo totalmente distinto tratar de comprender a aquella fuerza que llamaban Caos.

4

Es un error simplista igualar el caos con aquello que se suele llamar estado natural. Por supuesto, el caos subyace bajo la creciente entropía del universo natural pero también llena todos los intersticios de la más desafiante de las construcciones antientrópicas: la sociedad humana ordenada.

GREGOR MARKOWITZ,
La teoría de la entropía social
.

Las cúpulas de los edificios más altos de la Gran Nueva York se elevaban a más de un kilómetro y medio, y había docenas de estas montañas artificiales. Habla también miles de edificios —rascacielos antiguos y edificios más recientes— de más de setenta pisos, unidos a distintos niveles por calzadas móviles, calles elevadas, ascensores y tubos neumáticos que formaban una inmensa madriguera aérea de muchos niveles que se extendía desde Albany al norte hasta Trenton al sur desde Montauk en el este hasta Paterson en el oeste, desde las nubes, arriba, hasta el nivel del suelo, abajo un nivel que no se distinguía en nada de los demás niveles apilados por encima.

Pero a pesar de haber franqueado las nubes y de haber superpuesto nivel tras nivel hasta que toda la ciudad no fue más que un gran edificio enorme e inimaginable, la Gran Nueva York, a diferencia de su antiguo antepasado, se detenía a nivel del suelo.

Debajo de este nivel existía un vasto laberinto subterráneo, una ciudad olvidada y oculta, compuesta por túneles de trenes subterráneos abandonados, canales de desagüe, túneles y tubos subfluviales que pasaban debajo del Hudson y hasta antiguas grutas que habían existido en la época de la ya olvidada Guerra Civil norteamericana.

Este panal olvidado debajo de la ciudad cruzaba el Hudson por los Túneles del Tubo, de Holland y de Lincoln; por el túnel del tren subterráneo Metroway. Casi olvidado por la Hegemonía, totalmente olvidado por los Protegidos, tachado de los libros de historia y de las guías turísticas, sin patrullaje de los Custodios, carente de Visores y Cápsulas, inexplorado y quizás inexplorable, este laberinto subterráneo era la ciudadela secreta de la Liga Democrática.

Caminando por las abandonadas vías del subterráneo, entre las viejas estaciones de las calles 135 y 125, mientras el delgado haz de luz de su linterna penetraba la oscuridad aterciopelada y envolvente, Boris Johnson experimentó una extraña sensación de seguridad absoluta.

Los subterráneos eran territorio de la Liga. A decir verdad, lo único que impedía la extinción de la Liga Democrática era esta ciudad bajo tierra y otras grutas, también abandonadas, hechas por la mano del hombre en Chicago; Bay City, Gran Londres, París, Moscú, Leningrado y cientos de ciudades de la Tierra. Arriba estaban el control, los Custodios, los Visores y Cápsulas, las verificaciones de los documentos. Pero un hombre podía desaparecer entre las ruinas subterráneas hasta obtener los papeles falsos necesarios si las cosas se ponían demasiado difíciles en la superficie. Allí se podía ocultar armas, celebrar reuniones, falsificar papeles sin problemas. Seguramente, el Consejo Hegemónico estaba al tanto del uso que se les daba a esas madrigueras, pero le era imposible sellar todos los accesos casi olvidados, instalar Visores y Cápsulas en cada túnel o patrullarlos. Tampoco se podían dinamitar, pues eso provocaría el derrumbe de las ciudades que se encontraban en la superficie.

Al igual que la Liga, los túneles eran molestias demasiado pequeñas como para justificar el enorme gasto de eliminarlos totalmente. En ese cálculo de economía residía la precaria seguridad de la Liga.

Johnson había llegado a la estación de la calle 125 donde divisó un círculo de luces de linterna sobre el andén oscuro. Los demás ya habían arribado al lugar de reunión. Johnson subió al andén por una escalera de metal herrumbrado y se encontró frente a un panorama de restos de bancos de madera podrida, máquinas expendedoras rotas y el asfalto quebrado de la plataforma misma.

Trastabillando entre trozos amorfos de metal corroído y asfalto levantado, llegó hasta el circulo de hombres reunidos cerca de la escalera que conducía a la entrada clausurada de la estación, en el nivel del suelo. Estaba cubierto por un parque, pero la Liga lo había reabierto y lo había vuelto a cerrar con un tepe de tierra y césped, transformándolo en una de las innumerables entradas ocultas del laberinto bajo la ciudad.

Había doce hombres reunidos en círculo, con sus rostros iluminados solamente por la luz de las linternas. Eran diez Jefes de Sección de Nueva York y dos hombres más.

Lyman Rhee era un hombre pálido y fantasmal, que había pasado ya cinco años viviendo debajo de la ciudad. Había cometido un crimen indecible: asesinar a un Custodio ante una multitud de Protegidos. Alto y delgado, con la piel nacarada y los ojos rojizos característicos de los albinos, estaba condenado a vivir allí, fuera de la vista de los demás como un gusano pálido, un topo humano en medio de una oscuridad perpetua.

Había otros que, como Rhee, vivían en los subterráneos, pero ninguno llevaba en ellos tanto tiempo; y, según se decía, ninguno conocía el laberinto tan bien como él. Rhee era el Jefe de Sección de ese pequeño ejército de fantasmas que moraban en las olvidadas entrañas de la Gran Nueva York.

Johnson sonrió cuando vio que el duodécimo hombre era Arkady Duntov, su mano derecha, el individuo que más se parecía a un amigo para él. Era un hombre tan común y corriente que ni siquiera figuraba en la lista de Enemigos de la Hegemonía, pero al mismo tiempo sugería los planes y la información mas sorprendentes, como si tuviera acceso a una fuente oculta de sabiduría que iba más allá de sus propios y aparentemente elementales recursos mentales.

Johnson no comprendía a este ruso rubio de rostro ancho, pero lo valoraba como uno de los agentes más útiles de la Liga.

Hubo movimientos de cabeza y saludos apenas audibles cuando Johnson se acercó al círculo reunido sobre el asfalto quebrado y sucio del andén.

—Bueno, me imagino que ya estarán enterados de lo ocurrido en Marte —dijo Johnson.

—La TV y los periódicos dicen que la Hermandad, y no nosotros, intentó asesinar a Khustov. ¿Qué ocurrió, Boris? —preguntó Luke Forman, su rostro negro trasformado en una máscara de contusión tallada en ébano por la luz de su linterna.

Boris gruñó.

—¿Qué te parece a ti, Luke? —dijo—. En realidad la Hermandad salvó a Khustov y el Consejo debió de haber decidido que era mejor culparla del atentado. Los Protegidos consideran que la Hermandad es algo como una calamidad natural, así que le conviene a la Hegemonía culparla a ella en vez de admitir que nosotros podamos llegar a ser un peligro. Ya sabes cuál es la actitud oficial hacía nosotros: somos una broma, un entretenimiento de cuyos actos se informa junto con los resultados deportivos… si es que se informa. Si hubiésemos asesinado a Khustov, habrían tenido que cambiar esa actitud, pero así…

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